viernes, 15 de enero de 2016

El rematador y los remates By Anibal Latino

El rematador y los remates 




Tiembla la pluma en la mano del escritor al ir á trazar imperfectas líneas el bosquejo de unos de los caracteres más extraños y al mismo tiempo más interesante de la sociedad bonaerense. A la elegancia del estilo y pureza del lenguaje quisiera reunir buen caudal de observación, una erudición vasta, una imaginación fecunda, un gracejo oportuno y de buena ley, todas las ciudades, en fin, que acumulan en diferentes dosis los grandes escritores de novelas , cuadros y de costumbres , para retratar, cual se merece, este modernismo tipo, sud-americano y porteño por excelencia, desconocido allende de los mares y en otros países de sud-america, y no muy bien caracterizado en el pueblo emprendedor por excelencia, en los estados unidos. 
Aquí poco falta llegue á adquirir la importancia de una institución, lo que en Europa no puede merecer los honores de oficio. Allá ser rematador, subastador, es ser un cualquiera, y aún puede decirse que no existe tal profesión como manera de vivir. Solo hay remates cuando los prescriben órdenes judiciales ó gubernativas, y no todos, ni aún aquellos á quienes por obligación corresponde, se prestan con mucho gusto á ser rematadores, pues considerase deprimente presentarse en publico á vociferar y hacer gestos como un obececado. Aquí personas distinguidísima no desdeñan dedicarse á tan ingrata como entretenida tarea, que no solo les proporciona pingues ganancias, sinó también relaciones en gran número, y alguna vez influencias. Bien es verdad que los remates, como ya he dicho, son rarísimos en Europa, aún en los grandes centros comerciales. En cambio están en todo su apogeo las liquidaciones perdurables ó que no acaban nunca, y que pueden compararse á los remates semanales que aquí se celebran. Cuestión de costumbre. Sea como quiera, ello no es menos cierto que ni en Europa, ni en los Estados Unidos, ni creo que en los demás países sud-americanos, ni tampoco en las demás poblaciones de la República, los rematadores han sabido imprimir á su oficio ese carácter atrayente, simpático, especial, originalísimo, ejercerlo con desenvoltura, con gracia, con chispa, darle esa importancia, ese tono, ese aliciente, que le han sabido dar los rematadotes porteños. 
¿Nó sabe Ud—decíame un día uno de esos funcionarios literatos que el gobierno italiano ha dado en enviar con misiones especiales á este país, y que temo para mí han de traer más tarde algún disgusto--, no sabe ud lo que más me ha llamado la atención en Buenos Aires
--Es difícil adivinar… 
--Pues son los rematadores. Amigo, si hubiera de vivir de renta en esta ciudad me pasaría la vida yendo de un remate á otro. Bien es verdad que es peligroso, porque tal arte tienen, que le hacen comprar á uno lo que no quiere, ni necesita. ¡Qué ocurrencias, de chistes, de rarezas, de extravagancias, de exageraciones, dichas casi siempre con donaire, con oportunidad! ¡ Cómo saben esos diablos realzarse, darse importancia, hasta ennoblecerse en el ejercicio de una profesión que pareciera tan vulgar, tan insignificante! 
No necesitaba yó, en verdad, de las excitaciones del amigo italiano para emprenderla con los rematadores, sabiendo el brillante papel que desempeñan en esta Sociedad, y cuanto se habla de ellos de sus hazañas. Grandes deseos tuve de coloarlos á la cabeza de estos mal pintados cuadros; y si no o hice fue por no tener bastante confianza en mis fuerzas, por creer que solo la pluma de un Hurtado, un Cervantes, un Larra, Mesonero Romanos, un Pereda, un Galdós, un Tenier, un Zola, un Dikens, será capaz de reproducir con propiedad los rasgos, los caracteres, los varios aspectos que presentan tan singulares tipos. Pero como no era posible pasarlos por alto, tratándose de costumbre bonaerenses, hube, por fin , de hacer un día de tripas corazón y poner mano a la obra. 
Para retardar en lo posible la entrada en materia, hice como el cazador, que da rodeos con el objetos de prepararse mejor el terreno a donde luchar con la fiera que persigue, como el ejercito que bate el campo, y toma posiciones y se extiende en guerrillas para retardar el choque con el enemigo, es decir empecé a ojear la tercera y cuarta plana de los principales diarios, en los que hay sendas columnas reservadas a las producciones filosófico-literarias de nuestros protagonistas , que en ellas dejan entrever y presumir, aunque pálidamente, las habilidades y las maravillas que desplegaran en el momento crítico, en la hora del remate. 
Allí, sin embargo, en ese campo inagotable de letras grandes y letras menudas vistosamente dispuestas, tendremos una idea de lo que retrata , de la misma que el perro – para seguir las anteriores comparaciones—anuncia la presencia del cazador, y el ruido de las cornetas y el resplandor de los uniformes y de las armas anuncian la proximidad del ejercito. 
¿Sois capitalistas? ¿ Tenéis algunos miles de nacionales de sobra y deseáis emplearlos en la adquisición de una casa, que dé buena renta, cosa infalible en estos tiempos, ó en la compra de algún terreno para edificárosla de la manera que más os plazca? Allí hallareis para todos los gustos, de todos los tamaños, y en todos los puntos de la ciudad y de las afueras. Oíd un momento. Entresacaremos de acá y de acullá unas cuantas palabras, cuidando sobre que no se nos caigan de la boca los adjetivos y superlativos. Habla el rematador, los avisos por el: 

—Remate esplendido —colosal —casa para familia — lindisima, elegantísima —magnifica —soberbia, sólida, moderna, bien situada —lujosa, vasta, bonita —paraje central, base ínfima, vale muchísimo mas —vale el doble, casi regalada —ojo a la base —barrio de grande y asombroso porvenir —lugar pobladísimo, comercial donde se edifica extraordinariamente —a donde nadie vende —imposible encontrar nada mejor —es una ganga —en el riñón de la capital —es un edén —venta a todo precio —sin base —por lo que den —al mejor postor —es terminante y obligatoria —es preciso verla ---;Personas de calculo, atención! ; Alerta especuladores! Alerta pichincheros! ¡Alerta, alerta!! 
¿Quién se resiste a comprar casas que reúnan todas 6 algunas solamente de las expresadas condiciones? ¿Quien no quiere emplear bien su dinero, hacerse rico en un dos por tres, aprovechar la oportunidad de haber tontos que regalan sus propiedades? Como dejarse escapar la veleidosa Fortuna, que se pone al alcance de la mano? Estáis ciegos? os empeñáis en no ver? Ojo a la base que es regalada, aunque ella pase de cien mil nacionales. 
Así, por este estilo, si me propusiese remedar el tono y el buen humor de los avisos podría continuar hasta el juicio final. 
Los miles de duros se convierten en despreciables centavos para nuestros rumbosos rematadores; y mas de una vez tetándose de una pequeña casita o de una finca hipotecada por una gran suma, con cuya hipoteca pueda cargar el comprador, os quedareis admirados lo que, como yo, no sepáis por quienes se han hecho los miles, viendo escrito en letras de molde que dos o tres mil nacionales son una miseria, no valen nada, casi no constituyen desembolso alguno. Bien es verdad que tampoco sabemos, como ellos, arbitrar los medios de ganar en un solo día lo que nos cuesta años y años de incesantes sudores. Todo lo cual, sin embargo, es coca baladí, y apenas si merece tomarse en cuenta, en comparación de las transformaciones que llevan a cabo, con la mayor frescura, como si tuvieran algún poder sobrenatural, en la situación, condición y cualidad de las calles de la ciudad, hablándonos de bulevares que ellos solos conocen, o sea concediendo los honores de grandes y espaciosos bulevares a calles humildísimas, y haciéndonos creer que la plaza Once de Septiembre, la de Constitución y otros puntos situados a cuatro y cinco kilómetros de la plaza Victoria son los mas céntricos de la ciudad. En medio de estas exageraciones y anacronismos suelen estampar a veces inocentemente, y sin quererlo sin duda, verdades tan grandes como amargas, capaces de avergonzar y hacer cavilar al Intendente mas despreocupado, si los Intendentes de Buenos Aires se preocupasen por cosas tan pequeñas. Cuando se lee, por ejemplo, que tal calle va a empedrarse muy pronto, pudiera creerse que el rematador se ha equivocado, o que se trata de una calle de cualquiera de los pueblos que rodean a la ciudad, y casi, casi entran ganas de escarmentar de algún modo al denigrador; pero luego se cae en la cuenta que, en efecto, se trata de una, de varias, de muchas calles de la capital, no todas apartadas del centro, y entonces casi, casi se darían las gracias al hombre compasivo y patriótico, que se ha limitado a citar el empedrado, cuando podría haber añadido que pronto habrá también limpieza y alumbrado y otras muchas cosas necesarias que hoy no tienen. 
Allí en ese campo inmenso de las producciones rematisticas, permítaseme también inventar algo, especie de puesto avanzado, a donde apenas asoman las guerrillas, que preceden al empuje irresistible del próximo ataque, se permiten también algunos entretenernos con historietas patéticas, dándonos conocer al pobrecito, al infeliz, al inocente que en obsequio nuestro se ha decidido a desprenderse de su hacienda, explicándonos lo que ha sido, lo que es y lo que será, dándonos de paso una multitud de Útiles enseñanzas y consejos, indicándolos lo que debemos hacer, según los tiempos que corren, lo que nos conviene, que es comprar la casa, sea pequeña grande, bien o mal construida, nueva o ruinosa de puro vieja, barata o cara, próxima o apartada; y así hemos de creerlo, y así ha de ser, porque es un edén, es como para novios, parece hecha para nosotros, es una monada, es, en fin todo lo que se quiere, puesto que con mil cosas hermosas se la compara. 
Y todo, o mas de lo que se ha dicho por las casas, dígase por los terrenos, que los encontraremos magníficos, hermosos, altísimos, y de balde, por lo que den, en barrios de inmenso porvenir, en garages muy céntricos allá cerca de los Corrales o de Palermo. Y si necesitamos buenos animales vacunos, lanares, caballares, o de otra clase, sabremos a donde encontrarlos excelentes, y tendremos noticias detalladas de su edad, de su parentesco, del lugar de su nacimiento, de sus pelos y señales y hasta de la sangre que corre por sus venas. Ya quisieran mas de una vez muchos individuos poder saber de su origen y de su vida la mitad siquiera de las noticias que se tienen de esos animales, y algo daríamos y darían los jueces y las autoridades en muchas ocasiones si se pudiese justificar tan minuciosamente la existencia de muchas personas, como se justifica y se detalla en los avisos la de muchos animales. 
Si por fin no somos capitalistas que podamos soñar en casas ni quintas, ni aspirantes a propietarios que nos atrevamos con un pedazo de terreno que algún día pudiera cubrirse con un edificio cualquiera; si somos como es seguro, unos pobretones, no dejaremos de necesitar muebles para llenar las habitaciones de las casas ajenas en que vivimos, y mercaderías para satisfacer las necesidades del cuerpo: pues de unos y otras sabremos a donde encontrar de la mejor cualidad. 
Suficientemente recorrido y examinado el campo de los anuncios, que apenas dan pálida idea de las habilidades de nuestros héroes, tomada oportuna nota de lo que mas nos conviene, urge vayamos sin retardo, si hemos de concluir alguna vez, y queremos coger la sartén por el mango y recibir un abrazo de la Fortuna, a ver como cumplen sus ofrecimientos, los que ya podemos llamar nuestros conocidos y amigos, a estudiarlos, admirarlos en su verdadero terreno, pues solo en el ejercicio de sus funciones es donde se revisten de toda su importancia y majestad, despliegan todas sus dotes, revelan todos los caracteres que les son peculiares, manifiestan su asombrosa vitalidad, las múltiples fases de su complicado y privilegiado organismo. 
Mientras llegamos al lugar y a la hora critica, digamos quienes son y de que clase social salen los rematadores. 
Prescindiendo de los remates, podría decirse que propiamente los rematadores corresponden a los agentes de negocios de otros países; con lo cual dicho se esta que es gente de comercio dispuesta a enriquecerse lo mas pronto posible, procurándose pingues ganancias, aunque siempre con medios lícitos. Sin embargo, dando muestras de un positivismo y de un sentido practico que no puede sino elogiarse, se ha visto generales, a periodistas, a diputados, a personas de bastante ilustración y que habían ocupado elevadísimos puestos decidirse, en momentos de apuros financieros, a desempeñar este oficio, y aparecer de la noche a la mañana en publico a hacer gala de donaire, buen humor e imaginación en la venta de propiedades, muebles y mercaderías. Cada día, sin embargo, va tomando el oficio un carácter mas comercial, y hoy se dedican a los remates casi exclusivamente los que, después de haber recibido la indispensable instrucción, la han emprendido con los negocios, amen de alguno que otro aventurero de esos que corren la zeta y la meta, que tienen malas asentaderas, y que por probar de todo o aburridos ya de todo, se resuelven también a ser rematadores. 
Pero ya llegamos. Una enorme bandera nos indica el punto final de nuestra excursión. Aunque son las doce y media en vez de las doce que señalaba el aviso, nos sobrara tiempo para examinar a nuestro placer todos los objetos expuestos y que han de rematarse (porque hemos venido a un remate de muebles), filosofar sobre ellos, dejar correr nuestra imaginación impresionable, si desconocemos, coma es de suponer, los que han sido sus poseedores, forjar a cada mueble una historia llena de poesía y de romanticismo, pensar en la fragilidad de las cosas humanas, recorrer una y otra vez las dependencias de la casa, y establecer por ultimo lo que nos convenga comprar, o resolvernos a quedar como simples espectadores, para pasar el tiempo, si nada nos conviene. Ya empezara a causarnos alguna inquietud y alguna duda, ver que los riquísimos y elegantísimos y flamantes muebles, que el aviso ensalzaba, son harto viejos y roídos para no tener un cuarto de siglo a lo menos, de existencia; pero esa. duda y esa inquietud se desvanecerán tan luego coma el rematador se presenté en la escena, que será a la una y media, que no es en estos tiempos de buen tono acudir con puntualidad a ninguna parte, ni aun a sacar el dinero del bolsillo del prójimo. 
Miradle, allí viene. Viste con elegancia, marcha con desenvoltura, estrecha la mano a este, la levanta en alto para saludar al otro, mira, olfatea, habla desde que entra, y parece conocer a todo el mundo, menos a nosotros, aunque bueno será no le miremos mucho, porque le llamaremos la atención y nos saludara coma antiguos camaradas, y hasta nos tiara la mano, preguntándonos como estamos. Toma disposiciones, da, breves y terminantes Ordenes a su escribiente, recorre rápidamente la casa, sin dejar de hablar un momento. /Señores, vamos a dar principio. A la sala, señores!!! 
Que es esto? Estamos en una casa en un teatro? De donde ha salido esa voz, que nos ha ensordecido, que ha hecho temblar las habitaciones, que ha hecho detener la gente en la calle? 
Es la suya. Los caballeros acuden, le rodean, le siguen, se apiñan, se mueven a impulso de sus movimientos, forman corro, se detienen, le obedecen como mansos corderos, le miran con aire de admiración y de envidia, penden suspensos de sus labios y de sus ademanes, como los espectadores en las escenas finales de los dramas de Echegaray. El momento es solemne. Sube nuestro campeón sobre una silla, pasea su mirada sobre la concurrencia, enjugase el sudor, si es en verano empuña, sacándolo de un bolsillo, un pequeño martillo, que es para el la varilla mágica, con cuyo auxilio realiza diariamente el milagro de vender lo invendible a precios fabulosos, y exclama: 
—La venta, señores, es al contado y a la mejor oferta. Tengan la bondad de no hacerme perder tiempo. Hay mucho que vender y todo ha de salir hoy. Ofrezcan pronto, cualquier cosa, y silencio, que ya no estamos para conversaciones. Empezemos por este riquísimo juego de sala Luís Felipe, forrado en damasco, importado hace un año de Alemania, sin uso, nuevo, clase superior: ;Cuanto ofrecen por este hermosísimo juego compuesto de un sofá, dos sillones y seis sillas, con sus magnificas fundas? 
—Sesenta nacionales —dijo, por decir algo o por inocencia, uno de los presentes. 
—Sesenta nacionales ofrecen por un juego de sala, que vale mas de seiscientos —grito el rematador—. No importa, por algo se empieza. 
Iba yo a darle una lección al osado vecino, mejorando en diez nacionales la oferta, pero al abrir la boca para formular un setenta, otros tres o cuatro pronunciaron casi instantáneamente un ochenta y un ciento. Iba a contestar nuevamente, cuando sentí una palmadita en el hombro, y volviendo la cabeza vi a mi amigo Ricardo S..., que después de saludarme muy bajito, me dijo también muy bajo: 
--j Sabe usted que llama mi atención y me di mala espina ver siempre las mismas caras en todos los remates de muebles? Hace una temporada que asisto a unos cuantos, pues ya sabe vd. que deseo renovar mi mueblaje, lo que no he podido conseguir hasta ahora; y en todos he observado, que hay individuos que no faltan nunca. 
--Es posible —observe yo— cosa mas rara! 
—Parece que no entienden uds. de la misa la media —dijo un señor, metiéndose en la conversación, de la cual se había enterado, a pesar del bajo tono de voz, y que yo juzgue seria porteño y no de los aludidos por mi amigo, fundándome en el hecho de no haber podido tenerse en el cuerpo la observación, que nuestra ignorancia le sugirió--. Esos individuos que ud. dice, son mueblistas o tenderos de viejo, que compraran aquí y en todas partes lo que se presente, siempre que sea a un precio razonable, porque después le pasaran una mano y venderán como nuevo. De la misma manera en los remates de comestibles, de zapatos, de ropas, verán uds. zapateros, almaceneros, tenderos. Lo que es hoy ya no hay gangas en los remates. 
En esto me acorde que una de las cosas que mas me urgían era un juego de sala y volví a fijar mi atención en el rematador. Oh desgracia! Ya llegaban las ofertas a doscientos cincuenta nacionales y yo no podía gastar mas de doscientos. 
—250!..., 250!... —gritaba—, 250! a la una, 250! a las dos. No hay quien de mas? Pero, fíjense uds. en la clase, señores, es regalado... 250! Que lo .doy!... que lo quemo!..., que lo tiro!... Pero estar uds. constipados? han quedado 
mudos? hay quien de mas?... 250 a las tres! 
Un golpe en la pared o en cualquier ángulo de un mueble con el mágico martillo, para demostrar que el milagro consumatum est, y en seguida: «al señor de T... un juego de sala, 250.» 
Y si el señor de T... no es un conocido del rematador, entregar en prueba de su buena fle y de que tiene todos los mejores deseos de cargar con el mochuelo que se le ha endosamos nacionales de garantía. 
Quizás el lector presumirá desde luego, sin que yo de 
alguna, porque no debo ni puedo relatar aquí detalladamente todo lo que dijo el rematador aquella tarde, que la operación se repitió en todos los objetos, ensalzados, 
transformados, avalorados mas de la cuenta por aquel, en rimbombantes, de gran efecto, con chistes, con citas unas, con osadía, con un despliegue atrevidísimo de conocimientos en la clase y merito de cada cosa; se figurará lector que nuestro protagonista se revelo allí un enciclopedista envidiable en artes, en industrias, en ciencias; no quitara que dijera de unos cuadros, que nunca los hicieron mejores Rafael, ni Murillo, ni Rubens; y de unas pequeñas estatuas, que las admirarían Fidias, Miguel Angel y Canova; pero lo que no se explicara., ni podrá fácilmente figurarse el lector es que el autor, el mismísimo Latino, se quedara con unos armarios, sin reparar que no cabían en toda su casa, con una cama que no necesitaba, con una pesadísima mesa que luego se rompió en el traslado, con un juego de te que luego resulto ser incompleto y con otras muchas cosas, que le hacían maldita la falta. Pero así fue; y no hay que extrañarlo, porque estaba tan desanimada la gente, según el rematador, se vendía todo tan barato, era todo tan bueno, de tal merito, tan superior que hubiera sido indisculpable falta e imperdonable descuido no aprovechar de aquella oportunidad para Llenarse la casa de cosas buenas con poco dinero. 
Ufano y satisfecho de mis compras líbame hacia mi casa al caer de aquella tarde tan provechosamente empleada, no sin haber antes cancelado con buenos billetes el valor total de mis adquisiciones, y encargado a dos peones me las trajeran al siguiente día, cuando la maldita casualidad quiso hacerme tropezar con la tienda de un hojalatero, en cuyo escaparate se veía un juego de Te igual al que acababa de comprar, pero completo ya se supone, y con su precio marcado de diez y seis nacionales. El del remate habiame costado veinte y cinco. Dime a todos los demonios, y jure no volver perder tiempo en rematas en la persuasión de que los rematadores son el diablo en persona, y poseen algún talismán por el cual vuelven lo blanco negro y hacen comprar al que no necesita o no quiere gastar; pero volví a los pocos días a ver rematar terrenos y casas en obsequio al lector, a quien había de informar minuciosamente de todo esto; y si allí no hice compras, porque las escasas reservas de mis débiles bolsillos no me permitían aspirar ni a la mas insignificante casucha, aun que eran todas baratísimas y poco menos que regaladas, creí sinceramente mas de una vez (mientras hablaba el rematador), que estaban hechas con cal, ladrillos y materiales de lo mejor, casas que, a no ser por las explicaciones yo hubiera tomado por montones de barro, y me persuadí con toda persuasión y evidencia que Almagro, y las calles de Pavón, Brasil, Caseros, Chavango, Mansilla, Soler y otras congéneres, son las mejores y mas céntricas y de mayor porvenir en la ciudad, y que efectivamente cada terreno o cada casa que se vendía era una ganga, una especulación ventajosa, un medio seguro de hacerse ricos, de doblar el capital en cuatro días, una prueba palpable; en fin, de que todavía hay tontos en el mundo, todavía hay gente sencilla, inocente, desinteresada, como los propietarios y los rematadores. 
Y para completar mis estudios y conocimientos en materia de remates, y confirmar las observaciones que dejo expuestas, he acudido también a los remates judiciales que menudean ahora, sin duda, como aliciente para convencer a los incrédulos, a los de alhajas, de bebidas, de comestibles, de libros, de ropas, de mercaderías, en fin, porque de todo se remata en Buenos Aires casi todos los días; y allí he visto desplegar la misma habilidad, la misma verbosidad, hacer gala del mismo ingenio de la misma desenvoltura, del Bonaire, de las mismas dotes, que desplegaron otros en casas, terrenos y muebles. Y todo lo despachan, y todo lo venden, sea bueno o malo, sea provechoso o malo, provechoso o inútil, prestando, a pesar de las pingues ganancias que se proporcionan a si mismos, inmensos servicios a los que necesitan deshacerse pronto y provechosamente de alguna cosa. 
Lector, si alguna tarde no sabes que hacer, si estas de humor, si necesitas distraerte, vete a presenciar con los bolsillos vacíos, si no tienes deseos de comprar, cualquier remate.