Macri no tiene los amigos que tenía Carlos Pellegrini
Especial para Jorge Asís Digital
El Tercer Gobierno Radical, que preside Mauricio Macri, hoy se encuentra como el menemismo antes de la llegada de Domingo Cavallo al ministerio de Economía. Avanza a los tanteos graduales. O se estanca. Amaga con los ajustes mientras ajusta. Se contradice. “Es un caballo de boca fácil, sintetiza la Garganta. “Se lo tironea un poquito y ya afloja”.
Como en aquel lapso inicial del minué menemista. Danzado por el infortunado Roig, por Rapanelli o Herman González. Cuando la Argentina en banda tenía muchos activos para liquidar.
“Se necesita una firme conducción política, que falta”, confirma otra Garganta. “Una mano transformadora para implementar el plan económico. Y un guapo para pelear por los precios”. Como si se invocara la necesidad de que Macri se coloque la máscara molesta de Carlos Menem.
Que Alfonso Prat Gay se olvide de los agradables paseos por la playa con la atractiva señora Donda y con el calvo Tumini, y se atreva, con el permiso resignado de Macri, a cumplir el rol de otro Cavallo.
Y que consigan, de alguna parte, un epígono presentable de Guillermo Moreno. Un guapo racional, en condiciones de enfrentar a los comerciantes que se lanzan al orgiástico festival de las remarcaciones.
La realidad de la ficción
“Macri me cae bien, te juro, pero la guita cada vez me alcanza menos”.
La Garganta complementa: “Detestaba escucharla por cadena nacional, pero con Cristina comía afuera una vez por semana. Iba al cine, compraba ropa, podía cambiar el auto”.
Ficción, pero “la década ganada” le duró doce años.
¿Acaso a la Garganta no le correspondía socialmente comer tanto afuera o veranear? “Si fue ficción que viva entonces la ficción. Me c… en la realidad. Metete la realidad en el…”.
Es como la ficción del dólar con Menem, aquel uno a uno con el peso. “En los noventa pude irme a Miami, comer atún español, y hasta ahorré en verdes”.
¿Para qué arrastrar al pueblo hacia la realidad? Como sostiene el artista Daniel Santoro “el peronismo te brinda siempre satisfacciones rápidas”.
Bala de plata
Es comprensible que, en su rostro, el presidente del Tercer Gobierno Radical muestre señales prematuras de amarga preocupación. De seguir así, en un par de años, nuestro jovial Freddie Mercury se parecerá más al rígido Mariscal Pétain.
Según la evaluación, en lo que resta de 2016, difícilmente podrá darse alguna buena noticia. Y probablemente hasta resulten perjudiciales las fotografías familiares que aluden a la felicidad (atención Marquitos con la política de comunicación).
Se necesita la emergencia de un Caso Stiuso semanal para atenuar el impacto de los aumentos.
Tanto entre la dirigencia, como entre los dirigidos, hoy nadie puede bancar el axioma “sangre, sudor y lágrimas”. Aquí nadie quiere poner ni una gota de sangre. Hay que sudar lo menos posible y llorar es un acto inútil.
No hay lugar, siquiera, para remitirse a la “economía de guerra”. La que se atrevió a pregonar Raúl Alfonsín. Cuando el país aún estaba entero, durante el primer gobierno radical (de la versión democrática iniciada en 1983).
A lo sumo queda alguna iniciativa para descargar las culpas en el gobierno anterior. Una catarsis gratuita. Para respirar un par de meses con el efecto desastrosamente comparativo. Pero es una onda que lamentablemente se gasta.
Es una bala de plata que ya se disparó en el discurso del 1° de marzo, tal como lo reclamaban La Nación y Clarín. Son los que mandan a Macri al frente, junto a la extraordinaria conjunción de Buscapinas. (Es de esperar que no vayan a dejarlo a Macri, en la primera de cambio, solo).
La utopía de la normalidad
Sin embargo hoy ya puede proclamarse con relativo orgullo: “Pagaremos a los Buitres, los humillaremos a billetazos”.
Como humillamos oportunamente, con Axel Kicillof, a los billetazos, a los burócratas del Club de París. O como los tapamos con billetes a los españoles de Repsol. O como heroicamente supo humillar Kirchner, con la valentía de los billetazos, al Fondo Monetario Internacional, que pretendía auditarnos.
Aquí nada, en lo inmediato, va a cambiar. Sólo la vida se pondrá más grave. Y habrá que reducirse, porque la financiación para el resurgimiento no aparece.
Habrá que endeudarse para pagar las deudas. Para lograr que vuelvan a prestarnos y continuar con la cadena interminable de equivocaciones. Y sin ninguna idea. Ni siquiera mala.
Abundan las palmaditas y los reconocimientos hacia Macri, pero ningún argentino va a arriesgar la conservación de su canuto. Mejor activar el mecanismo de la espera.
Aunque llegue un presidente del exterior por semana. De los que admiten la ilusión de creer -como en los 90- que el mundo vuelve a tenernos en cuenta.
Deben valorarse los logros ya mostrados del Tercer Gobierno Radical. Sus medidas sustanciales. La salida del cepo (que al final resultó que era una soguita). Y el arreglo en camino con los holdouts. Con los Buitres que perfectamente pudo haberse arreglado antes.
La utopía de la normalidad está cada vez más cerca.
“Estamos de acuerdo en que había que levantar el cepo y arreglar con los Buitres”, dijo un gobernador peronista, Insfrán, en la reunión del Consejo Federal de Inversiones. “No entiendo entonces por qué no lo hicimos nosotros. Tal vez porque alguien no quería que ganara el peronismo”.
La montaña de inversiones que se alucinaba no existe. Meros arrebatos orales de la inocencia.
Con suerte, con pulso firme, entre la recesión instalada, puede aguardarse alguna alegría auspiciosa para el segundo trimestre de 2017. Año -para colmo- electoral. Cuando Massa, máximo dador involuntario de gobernabilidad, los va a contemplar con menor simpatía.
Canutos
“Aquí no aparecen los amigos de Carlos Pellegrini”.
La Garganta alude al episodio de 1890. Con Juárez Celman como presidente renunciado. El país se encontraba al borde de lo que hoy se llama “default”. Y el vicepresidente Carlos Pellegrini no estaba dispuesto a administrar el país quebrado. Para asumir, recurrió al patriotismo de los amigos. Otros tiempos. Los amigos pusieron.
Por más que Macri se exceda en sus concesiones, en las retenciones, aquí ni los petroleros, ni los cosechadores, ni los comerciantes o los financistas van a poner ninguna moneda.
Menos en nombre del manoseado patriotismo. Valores de antes, superados.
Ninguno de los cientos de miles de holgados que se salvaron va a recurrir al canuto individual para aliviar el peso de la desgracia colectiva.
Aunque si Macri, como se dice, gobernara de verdad para los ricos, y mantuviera algún liderazgo real, no debería costarle mucho conseguir, sin ir más lejos, cien mil argentinos, en condiciones de anticiparle mil miserables dólares cada uno. Como adelanto del pago de próximos impuestos.
Y si Macri sigue el ejemplo de Carlos Pellegrini y logra juntar las cabezas de 10 mil holgados de verdad, en condiciones de adelantar 5 mil dólares cada uno, podría armarse otra vaquita, en efectivo. Hagan cuentas.
Con los amigos de Macri podría reiterarse aquella hazaña moral de los amigos de Pellegrini. Apenas faltaría, en todo caso, algo que según nuestras fuentes no existe. Un plan económico elemental.
Pre-cavallismo
El Tercer Gobierno Radical de Macri necesita amigos como los de Carlos Pellegrini para que no se le consuman aceleradamente los leños de las adhesiones. Y evitar que el fuego derive, en todo caso, en la crisis social que algunos creen percibir en el horizonte. Pesadilla que de ningún modo puede atenuarse con los agravios inútiles a la memoria del cristinismo.
Al cierre del despacho, se desconoce si Alfonso Prat Gay tiene las condiciones para ser como aquel Cavallo que hoy falta en la Argentina. O si se conforma con el objetivo plácido de ser el próximo canciller. Para fastidio de Marquitos.
Por ahora, Prat Gay cuida sus pasos. Hace buena letra, simula el elitismo pasional que lo retrasa. Evita los celos potenciales de Marquitos y contiene la proyección que irritaría al propio Macri, quien no suele compartir cartel.
Ya alejado de la señora Donda y del calvo Tumini, hoy Prat Gay participa de las reuniones de rutina con lo más nutritivo del equipo político, que paradójicamente no muestra grandes signos de fortaleza. Más bien, de bienintencionada liviandad.
Con Rogelio Frigerio, cada vez más parecido al abuelo homónimo. Con Emilio Monzó, el único que al menos sabe armar un mecano. Con Marquitos y hasta con el Mariscal Pétain, que siente la ausencia cotidiana del emancipado Horacio Rodríguez Larreta, hoy un ostensible cuentapropista.
Todos con deseos de hacer lo mejor posible su trabajo. Sumidos en el juego extrañamente gradualista del pre-cavallismo. Pero sin sombras, siquiera, de un Cavallo.
Mientras tanto, los voluntariosos que vivían exactamente hartos del énfasis de La Doctora, y se entregaron a la blancura gestual de Macri, sienten que el dinero se les desvanece. Persisten entre reducciones y temen al encender la luz. Para colmo no aparecen los buenos amigos de Pellegrini. Ni nadie los busca. Aunque se perfile, invariablemente, el crecimiento del malhumor. El temor a una crisis que desborde a la señora Stanley. Ya que no hay manera de crear un solo empleo. Ni de evitar que cotidianamente cesen los puestos de trabajo, o que tristemente desaparezcan. Cuando ya ningún ministro puede competir, en eficiencia y mérito, para demostrar quién echa más cientos de ñoquis. Por las maldiciones de la caprichosa realidad que suele despojarnos de los placeres de la ficción.
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