En las páginas iniciales del primer libro de la Biblia, el Génesis, sobresale el tema de la ética: en el centro del jardín del Edén había un árbol del bien y del mal. El árbol es el símbolo claro de que toda la organización de la vida humana debe ser planificada en torno a principios éticos.
Nacemos para la libertad. Si somos libres tenemos siempre ante los ojos un abanico de opciones. Podemos optar por la opresión o por la liberación, por la competitividad o por la solidaridad.
Cada una de nuestras opciones, tanto personales como sociales, se fundamenta en una raíz ética o antiética. Pues, como señala santo Tomás de Aquino, todos, sin excepción, estamos en busca del bien mayor, incluso cuando practicamos el mal. Y el bien mayor es la felicidad.
Pero la ética exige una respuesta de cada uno de nosotros: ¿busco mi felicidad, aunque sea a costa de la infelicidad ajena, o busco la felicidad de todos, aunque mi felicidad esté acompañada del sacrificio de la propia vida?
Sabemos que en el mundo capitalista, globocolonizado, el desarrollo, como bien analizó Marx, siempre ha significado mayor acumulación de riquezas en manos privadas. Nunca fue realizado en función de las necesidades reales de la mayoría de la población. Se trazan calles asfaltadas e iluminadas en lotificaciones de terrenos vacíos, destinados a ser condominios de lujo, mientras que las calles populosas de las periferias de las ciudades no merecen ningún tipo de inversión y en ellas proliferan grandes hoyos infectados de desechos humanos.
Quizás el ejemplo más significativo de la lógica perversa que rige el desarrollo capitalista sea el hecho extraordinario de que el ser humano, a un costo de US$ 60 mil millones, ha puesto sus pies en la luna, mientras que todavía no ha logrado poner nutrientes esenciales en el vientre de millones de niños de América Latina,África y Asia.
La razón instrumental de la modernidad fracasó por ceder al pragmatismo del mercado y distanciarse de valores como la ética. En el capitalismo cualquier sistema axiológico constituye un estorbo. La ética sólo existe como discurso para engañar a los ingenuos, parecido a las “manchas verdes” que configuran la propaganda de las grandes empresas devastadoras del medio ambiente. Es el caso de la Compañía Vale, en el Brasil, y la Samarco, vinculada a ella, que en noviembre del 2015, debido a la rotura de una represa, ocasionó el mayor desastre ecológico de la historia del país, envenenando el río Dulce, una de nuestras vías fluviales más importantes y causando un perjuicio tasado en no menos de US$ 5 mil millones.
El desarrollo, en el mundo capitalista, es antes un negocio que un programa de mejoramiento de la calidad de vida de la población. Vea, por ejemplo, la especulación inmobiliaria. Mientras una tercera parte de la población de Rio de Janeiro vive en favelas, o sea dos millones de personas, en la orilla del mar miles de casas y apartamentos permanecen cerrados casi todo el año, siendo utilizados sólo cuando las vacaciones de sus propietarios coinciden con el período de verano.
En el DNI del desarrollo capitalista hay un virus que parece invencible: la corrupción. El Brasil destaca hoy día, por desgracia, como país donde la corrupción contaminó lo mismo al gobierno que a nuestras mayores empresas, como Petrobras. Y recordemos que sucede algo parecido en numerosos países. La diferencia -meritoria para nuestro país- es que los gobiernos de Lula y de Dilma no movieron ni un dedo para impedir a la Policía Federal y al Ministerio Público denunciar e investigar a los corruptos y corruptores en el poder público y en la iniciativa privada, incluyendo presidentes de grandes empresas y a ministros del gobierno del Partido de los Trabajadores.
Toda la historia del desarrollo brasileño está marcada por la alianza entre corrupción e impunidad. Felizmente la Justicia promueve su divorcio, establece transparencia y favorece castigos y cárcel, proceso que, tristemente, está lejos de llegar a su fin.
Frei Betto es escritor, autor de “El desafío ético”, junto con Cristovam Buarque y Verissimo, entre otros libros.
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