domingo, 11 de septiembre de 2016

La Economía Subterránea Por Philippe Bourgois





La Economía Subterránea Por Philippe Bourgois 

Pana, yo no culpo a nadie aparte de a mí mismo por la situación en la que estoy.
                                                                                                                                  Primo


Me metí en el crack en contra de mi voluntad. Cuando llegué a East Harlem, El Barrio, en la primavera de 1985, buscaba un departamento económico en Nueva York donde pudiera escribir un libro sobre la experiencia de la pobreza y la marginación étnica en el corazón de una de las ciudades más caras del mundo.Desde una perspectiva teórica, me interesaba examinar la economía política de la cultura callejera e la inner city o guetto. Desde una perspectiva personal y política deseaba investigar el talón de Aquiles de la nación industrializada más rica del mundo, y documentar la manera en que les impone la segregación étnica y la marginación económica a tantos de sus ciudadanos afronorteamericanos y latinos.
Pensaba en el mundo de las drogas sería solamente uno de los muchos temas que exploraría. Mi intención original era indagar la totalidad de la economía subterránea ( no sujeta a impuestos), desde la reparación de autos y el cuidado de niños hasta las apuestas ilegales y el tráfico de drogas. Antes de conocer el vecindario, nuca había escuchado hablar del crack, ya que este compuesto quebradizo hecho de cocaína y bicarbonato de sodio, procesados para formar gránulos eficazmente fumables, aún no se había convertido en un producto de venta masiva. Al concluir mi primer año, sin embargo, la mayoría de mis amigos , vecinos y conocidos habían sido absorbidos por el ciclón multimillonario del crack lo vendían, lo fumaban, se desesperaban por él.

El consumo de drogas en las zonas urbanas es solamente un síntoma y a la vez u símbolo vivo de una dinámica profunda de alienación y marginación social. Desde luego , en un plano personal inmediatamente perceptible , la narcodependencia es uno de los hechos más brutales entre los que configuran la vida en las calles. Sin embargo , a la veintena de narcotraficantes con quienes entablé amistad , al igual que a sus familias, no les interesaba mucho hablar acerca de las drogas. Más bien, querían que yo supiera y aprendiera sobre la lucha diaria que libraban por la dignidad y para mantenerse por sobre la linea de la pobreza.
De acuerdo con las estadísticas oficiales, mis vecinos de El barrio debieron haber sido pordioseros hambrientos y harapientos. Dado el costa de la vida en Manhattan, para la mayoría de ellos debió de haber sido imposible pagar el alquiler y hacer las compras mínimas de alimentos y, además, lograr cubrir el costo de la electricidad y el gas, Según el censo de 1990, el 39,8 por ciento de los residentes de East Harlem en ese año vivían bajo la linea federal de pobreza ( en comparación con el 16,3 por ciento de todos los residentes de New York) y un 62,1 por ciento percibía menos del doble del ingreso oficial que demarca ese nivel. Las manzanas a mi alrededor eran aún más pobres: la mitad de los residentes vivía bajo la linea de pobreza. Si se toma en cuenta el precio de los bienes y servicios básicos en Nueva York, esto quiere decir que, de acuerdo con las medidas económicas oficiales, más de la mitad de la población de El Barrio no tenía lo necesario para subsistir.
No obstante, la gente no está muriéndose de hambre  gran escala. Muchos niños y ancianos carecen de dietas adecuadas y padecen frío en el invierno, pero la mayor parte de la población viste adecuadamente y goza de buena salud. Rehuyendo tanto el censo como los impuestos, la inmensa economía subterranéa permite que cientos de miles de neoyorquinos vecinos de barrios como East Harlem logren subsistir, aunque sea con el mínimo de las facilidades que los estadounidenses perciben como sus necesidades básicas. Mi principal propósito era estudiar los métodos alternativos de generación de ingresos, las estrategias en las que los jóvenes de mi vecindario parecían invertir mucho de su tiempo y energía
A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, poco más de una de cada tres familias en el El Barrio recibía asistencia publica. Los responsables de estos hogares pobres se veían obligados a buscar ingresos suplementarios para mantener vivos a sus hijos. Muchos eran madres que optaban por cuidar a los hijos de algún vecino o por limpiar la casa de algún inquilino. Otras trabajaban por las noches como cantineras en las casas de baile o en los clubes sociales dispersos por el vecindario. Algunas trabajaban en sus casas como costureras sin registrar para contratistas de las compañías textiles. Muchos otras, sin embargo,se veían obligadas a entablar relaciones amorosas con hombres capaces de ayudar a sufragar los gastos del hogar.
La estrategias masculinas en la economía informal eran muchos más visibles.Algunos reparaban automóviles en las calles; otros esperaban en la entrada de los edificios a cualquier subcontratista que deseara emplearlos en tareas nocturnas informales, como la reparación de ventanas y la demolición de edificios. Muchos vendían ´´bolita´´, la versión callejera en las apuestas hípicas.
El grupo más conspicuo, el que vendía pequeñas cantidades de una u otra droga ilegal, formaba parte del sector multimillonario más robusto de la pujante economía clandestina.
La cocaína y el crack, sobre todo a mediados de los años ochenta y principios de los noventa, seguidos por la heroína y la marihuana desde mediados de los años noventa hasta finales de la década de 2000, representaban si no la única fuente de empleo igualitario para la población masculina de Harlem, al menos la de mayor crecimiento. La venta de drogas continua superando holgadamente cualquier otra fuente de generación de ingresos, tanto legal como ilegal.        

viernes, 9 de septiembre de 2016

La Ley y Las Costumbres Argentinas







El cambiar una ley por otra importa de suyo algún detrimento para el bien común; porque mucho contribuye a la observancia de la ley la costumbre, en tanto que lo que contra ella se hace, aunque en sí sea leve, parece de suyo grave. De ahí que si se cambia una ley, se disminuye su fuerza constrictiva, por cuanto se anula la costumbre.Por eso nunca debe mudarse la ley humana , si no es cuando lo que se pierde por un lado queda recompensado por otro ... De donde se sigue que para implantar cualquier innovación debe haber, como dicen los juristas, alguna utilidad, a fin de podernos apartar rectamente de aquella jurisprudencia  que por largo tiempo había sido tenida por justa´´

Santo Tomás