Ha pasado demasiado tiempo de aquel hecho que cambió nuestra sociedad. El suficiente como para que nadie pueda ignorarlo. Para algunos fue fundacional, para otros clausuró sus sueños, pero ya es tiempo de acordar sobre el pasado para cerrarlo y enfrentar el mañana.
Aquel día es histórico, porque los que estaban afuera del proyecto de poder gritaron "presente" y forjaron su entrada. La exigieron. Para ello, engendraron un jefe y un apellido que ocupara el lugar de los que no tenían prosapia y nadie respetaba. No aceptaban ser integrados en un proyecto ajeno, se sentían capaces de gestar un mundo propio. Es mucho más que un nacimiento político, es una revolución cultural donde los humildes deciden dejar de ser conducidos y asumir ellos la responsabilidad de dirigir la sociedad. Ya no aceptaban los debates refinados de la Europa que guiaba al poder, se negaban a pertenecer a una colonia próspera, convocados ahora por el difícil camino de ser nación. No aceptaban ser educados para adaptarse a otra cultura, se sentían orgullosos de la que forjaron.
Por errores propios y rencores ajenos, van a caer con el golpe de 1955; por aciertos propios y agonía de sus enemigos, van a retornar en 1973. Y si los restos de la dictadura contenían la violencia, intentará el General superarlos e instalar la democracia definitiva. La relación con sus viejos enemigos devenidos en adversarios y amigos servirá de base para una nueva sociedad. Ya no es un universo de peronistas sino que debe ser de argentinos. Juan Domingo Perón va a morir convocando a la paz y la unidad. Se cierra ahí el ciclo histórico que integra y contiene a todos los sectores de la sociedad. Al estar todos y respetarnos, se debe instalar la democracia definitiva.
No estuvimos a la altura de aquel abrazo de 1973; vendrán los violentos con sus sueños autoritarios, y luego la izquierda y la derecha intentarán infiltrar y deformar aquel legado. Pero no tenía herederos, tanto la justicia social como la soberanía y la independencia eran ya propiedad o duro límite de todas las fuerzas políticas; iban mucho más allá de un partido.
Perón murió con la ilusión de universalizar su doctrina. Soñadores y oportunistas, militantes y burócratas lograron imponer sus designios usurpando su nombre. Jugaban con la memoria de un pueblo que aquel día recuperó su dignidad. Pero es hora de que el pasado nos vuelva más sabios y aprendamos a convivir respetando el legado de aquellos que nunca expresaron resentimiento. Aquel día el peronismo nacía para ser el precursor de la unidad nacional en la justicia, hoy algunos intentan dividir la sociedad en su nombre. No tienen derecho. Los humildes no eran ni son de izquierda o de derecha, son un pueblo necesitado de justicia, y la democracia y el respeto al que piensa distinto son el único camino para lograrlo.
El peronismo es un valor importante en el corazón y la memoria de los humildes. Los funcionarios y los burócratas deberían abstenerse de parasitar los recuerdos. O al menos asumir que aquella rebelión se hizo contra poderes similares a los que ellos hoy ocupan e imponen. Contra gente como ellos. Y definir e inventar enemigos puede ser un camino al autoritarismo, nunca lo fue hacia la justicia social. Fue un movimiento que nació para contener todas las rebeldías y no tienen derecho a recordarlo como propio los oportunistas, los  cultores permanentes de la obediencia al poder. El peronismo fue el último intento de un gran acuerdo nacional en vida de Perón, luego fue el turno de la decadencia que, sin lugar a dudas, se inicia con el último golpe y se concreta en el Gobierno de Carlos Menem. Hay ideas para recuperar que van más allá de su memoria.
El peronismo merece hoy ser una bandera de justicia social y unidad nacional. Es la única manera de respetar su memoria.
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