miércoles, 31 de mayo de 2017

La tentanción de existir Por E.M Cioran




Pensar contra sí mismo

Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es en lo más Intimo de nosotros donde le discernimos, sino justo en el limite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso para El como para nosotros. Alcanzado por la maldición que los actos conllevan, el violento no fuerza su naturaleza, no va más allá· de si mismo, mas que para volver de nuevo a si enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastar· al poeta, el sistema al filosofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y cumpliendola, se agita en el interior de la historia; suyo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser.

Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel histórico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de hundimiento. Fiel a sus apariencias, el violento no se desanima, vuelve a empezar y se obstina, ya que no puede dispensarse de sufrir. Que se encarniza en la perdición de los otros? Es el rodeo que toma para llegar a su propia perdición. Bajo su aire seguro de si, bajo sus fanfarronadas, se esconde un apasionado de la desdicha.

De este modo, es también entre los violentos donde se encuentran los enemigos de si mismos. Y todos nosotros somos violentos, rabiosos que, por haber perdido la llave de la quietud, no tienen ya acceso mas que a los secretos del desgarramiento. En lugar de dejar al tiempo triturarnos lentamente, hemos creído oportuno sobreabundar en el, añadir a sus instantes los nuestros.

Ese tiempo reciente, injertado en el antiguo, ese tiempo elaborado y proyectado debía pronto revelar su virulencia; objetivándose, iba a convertirse en historia, monstruo urdido por nosotros contra nosotros mismos, fatalidad a la que no podríamos escapar, ni aun recurriendo a las fórmulas de la pasividad, a las recetas de la sabiduría. Intentar una cura de ineficacia; meditar sobre los padres taoistas, su doctrina del abandono, del dejarse llevar, de la soberanía de la ausencia; seguir, según su ejemplo, el recorrido de la conciencia cuando deja de tenerselas con el mundo y se moldea sobre todas las cosas, como el agua, elemento al que son afectos, eso ya podemos esforzarnos en lograrlo, que no lo conseguiremos jamás. Ellos condenan juntamente nuestra curiosidad y nuestra sed de dolores; y en esto se diferencian de los místicos, y singularmente de los de la edad media, hábiles en recomendarnos las virtudes de la camisa de cerdas, de la piel de erizo, del insomnio, de la inanición y del gemido.



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