miércoles, 28 de junio de 2017

De los bravucones y la educación Por Arturo Marasso



Tendría diez y siete años y estaba en el patio leyendo un respetable tomo, encuadernado con pasta, campo de batalla de la critica y el humorismo enconado. El grupo carnavalesco multicolor y multiparlante de muchachos vestidos de diablos abrió la puerta preguntando por mí, las máscaras de fino alambre con seriedad enfática, de cartón rojo con lobanillos , de negros barnices, de bigotes, barbas fantásticas y torcidos cuernos, me rodeaban y se reían, me invitaban a formar en la comparsa. Alguno me quitó el libro de las manos. Leía entre las carcajadas el título de la materia normativa. Se llevaban las manos a la cabeza, huyeron como espantados por el temor de una maleficio. Quedé triste, medio herido por el ridículo. 

Iban a la escuela muchachos grandotes, llevaban ramas de ortiga con que rozaban el cuello de un alumno; pájaros en el bolsillo para libertarlos en clase ; lagartos como cohetes; se desafiaban en los recreos , dándose feroces citas en el campo; dos de ellos pasaron por la acera de mi casa , yo jugaba , embobado , con un trompo flamante, blanco , con círculos rosados ; se detuvieron e hicieron bailar sus trompos de grandes púas afiladas, los alzaban dormidos, por la ligereza con que giraban , en la uña , los pasaban por el dorso de la mano, los recogían en la palma, los soltaban en el suelo sin que se detuvieran. 

Me invitaron al juego. El mío huyó sin acertar, dando unas vueltas saltadoras. Perdí. Enterró uno de ellos su trompo ganador con la púa hacia fuera;ató el mio con el hilo, de que asiéndolo fuertemente con habilidad , seguro , lo estrelló en la púa de su trompo; después pedazos blancos volaron por el aire. Se alejaron triunfantes. Estos muchachos alborotaban el grado.Aun en capitales, con la disciplina inexorable , no escaseaba un huevo arrojado al pizarrón de madera pintado de negro, una descosida bolsita de harina que pasaba cerca de la cabeza del maestro como un cometa ; una víbora muerta puesta entre los libros en el banco de un compañero tímido. 

Mientras la República, hacía ingentes sacrificios por la educación, el ´´monito´´, el ´´diablillo´´, ese gracioso destruía en parte la obra, enseñaba los malos hábitos, a copiar lecciones, a dictarlas, a faltar a clase, a engañar al maestro con discusiones y preguntas, en fin a dispersar la atención y a burlarse del aplicado. Nos contaba sus fanfarrronadas , se le envidiaba, era un caudillo; nunca se le probaban sus fechorías en el grado; los compañeros estaban dispuestos a perder el año antes que a descubrirlo; aunque oculto, no era, por suerte, libre su campo, el dominio moral de la escuela constreñía con freno de hierro. Ese niño o joven, desdichado, hace imposible toda obra seria en el aula, no siente inclinación por el estudio y logra a veces por malas vas ocupar un lugar sobresaliente en la clase; lo ocupará después falsamente, por su pericia en la vida publica, en la enseñanza, en la conducción de los hombres.

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