lunes, 20 de abril de 2015

Palabras de un jefe piel roja Por Atahualpa Yupanqui

´´ La capataza´´  Atahualpa Yupanqui 



Palabras de un jefe piel roja

Quisiera recordar una respuesta maravillosa que un jefe piel roja dio a un jefe blanco, presidente de los EEUU en 1894,
en Washington, cuando le propusieron comprarle una extensa  tierra a los indios, y, también, darles una reservación. La respuesta del jefe de Seattle ha sido considerada como la más hermosa y profunda declaración sobre el medio ambiente jamás hecha. Esto fue lo que dijo el jefe indio:
"¿Cómo se puede vender o comprar el cielo, señor, o el calor de la tierra? La idea es extraña para nosotros. Si no poseemos la transparencia del aire o el fulgor del agua, ¿cómo puede usted comprarla? Cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, señor. Cada centelleo de las agujas de los pinos,cada grano de arena, cada bruma se veneran en la memoria y en la experiencia de mi pueblo.
Por la savia de los árboles fluye la memoria del hombre rojo. El hombre blanco olvida sus raíces cuando la muerte lo lleva a caminar bajo las estrellas. Nuestra muerte nunca olvida esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre. Nosotros somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas. El ciervo, el caballo, el águila, son nuestros hermanos; las cimas rocosas, el rocío de las praderas, el sudor del caballo, el hombre mismo pertenecen a una tierra .De modo que cuando el gran jefe de Washington insinúa comprar nuestra tierra nos está pidiendo demasiado.
El gran jefe propone reservarnos un hogar para que nuestra propia vida sea más confortable, él será nuestro padre y nosotros sus hijos, es así como concebimos su proposición.
Pero ello no será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros. El agua con sus destellos que fluye en los arroyos y en los ríos no es sólo agua, es la sangre de nuestros ancestros.Si nosotros le vendemos nuestra tierra, señor, usted no debe olvidar que ella es sagrada. Usted debe enseñar a sus niños que ella es sagrada y cada reflejo espectral en el agua diáfana de los lagos va contando los acontecimientos y las memorias de la vida de mi gente. El arrullo del agua es la voz del padre de mi padre; los ríos son nuestros hermanos. Ellos apagan nuestra sed, aportan nuestras canoas, alimentan a nuestros hijos.
Si nosotros le vendemos nuestra tierra usted debe recordar y enseñar a sus niños que los ríos son nuestros hermanos y que también lo son de ellos y deben comprometerse a ser tan generosos con los ríos como lo son con cualquiera de sus hermanos.
Nosotros sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser, para él una porción de tierra es igual a otra porción. El es un extraño que llega de noche y extrae de la tierra todo lo que necesita. La tierra no es su hermana: es su enemiga, y cuando ha llegado a conquistarla, la abandona. El deja atrás la tumba de su padre sin remordimientos, él olvida que la tierra pertenece también a sus hijos. Tanto la tumba de su padre como los derechos de sus hijos no son respetados, señor.
El trata a su madre, a su hermana, al cielo, como cosas que pueden ser compradas, saqueadas tal vez, vendidas cual ovejas o cuentas brillantes. Su apetito devorará la tierra toda, dejando tras sí solamente un enorme desierto.
Yo no sé, señor. Nuestros pensamientos son diferentes de vuestros pensamientos. El aspecto de vuestras ciudades hiere los ojos del hombre piel roja. ¿Quizás ello se debe a que el hombre piel roja es un salvaje y no entiende?
No hay sitios apacibles en las ciudades del hombre blanco,no hay dónde se pueda escuchar el despliegue de los brotes primaverales o el susurro de las alas de los insectos. Allá dicen que soy un salvaje y no entiendo. Quizá sea por eso. Allá sólo el fragor parece agredir los oídos y ¿qué sentido tiene la vida si el hombre no puede escuchar el nostálgico grito de la gallina en la noche? ¿o los argumentos nocturnos de las ranas en las charcas?
Yo soy un piel roja y no lo entiendo, señor. El indio prefiere el nuevo silbido del viento que roza la superficie de las aguas; lo suave, la fragancia del viento. El viento mismo purificado por la lluvia o impregnado con el perfume del piñonero. El aire es un tesoro para el piel roja porque todas las cosas comparten un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos comparten el mismo aliento. El hombre blanco no parece darse cuenta del aire que respira. Es como un hombre insensible al dolor durante una larga agonía.
Si vendemos nuestra tierra, señor, usted debe recordar que el aire es muy preciado para nosotros, que el aire comparte su espíritu con todas las vidas que ha mantenido. El viento en el que el padre de mi padre fundió su primer aliento recogió también su postrer suspiro y si nosotros le vendemos nuestra tierra, usted debe preservar eso que ya es sagrado como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda llegar a saborear el viento endulzado, muy endulzado por las flores del campo. Sólo así nosotros consideraríamos su petición de comprar nuestra tierra. Si decidiéramos aceptarla, lo haríamos bajo una condición: el hombre blanco debe tratar  a las bestias de esta tierra como sus hermanos. Como salvaje yo tengo una sola manera de entender. He visto miles de búfalos pudriéndose en las  praderas, señor, baleados por los hombres blancos desde un tren en marcha. Yo soy un salvaje y no entiendo cómo una persona desde un tren puede ser más importante que un búfalo en la pradera. Nosotros los sacrificamos sólo para sobrevivir cuando rió no hay otra cosa que comer. ¿Qué sería del hombre sin las bestias? Si ellas desaparecieran, el hombre moriría de nostalgia; cualquier cosa que le ocurra a las bestias pronto le ocurrirá también al  hombre. Todas las cosas están relacionadas, señor.
Usted debe enseñar a su hijos que la tierra que pisan es la ceniza de nuestros antepasados, así ellos pueden respetar.
Dígale a sus niños, señor, que la tierra ha sido enriquecida con las vidas de nuestro linaje. Enséñele a sus niños lo que nosotros les hemos enseñado a los nuestros: la tierra es nuestra madre, cualquier cosa que a ella le suceda le sucede también a los hijos de la tierra. Si el hombre escupe sobre la tierra, escupe sobre sí mismo, señor. Esto nosotros lo sabemos, la tierra no pertenece al hombre. El hombre pertenece, sí, a la tierra.
Esto lo sabemos, todas las cosas están relacionadas, igual que lo está una familia por su sangre, todas las cosas están así conectadas, todo lo que acontece a la tierra acontece a los hijos de la tierra. El hombre no teje la trama de la vida. El es apenas una hebra. Cualquier daño que le ocasione a la tierra se lo está haciendo a sí mismo. Aun el hombre blanco cuyo dios camina y habla con él como amigo no puede evitar el destino común.
Nosotros podemos ser hermanos a pesar de todo. No lo olvide, señor. Una cosa sabemos, la cual el hombre blanco puede descubrir algún día: nuestro dios es el mismo dios. Ahora ustedes pueden pensar que él les pertenece tanto como desean que les pertenezca nuestra tierra, pero están en eso equivocados. El es el dios del hombre y su misericordia es igual para el hombre piel roja como para el hombre de piel blanca. El ama a esta tierra y cualquier daño que se le haga constituye un desprecio para el creador. Los blancos también desaparaceran y probablemente antes de que desaparezcan otras tribus. Ensucian sus casas y una noche se ahogarán en sus propios desperdicios.
No obstante, el blanco al desaparecer brillará como luminaria encendida por el poder del dios que lo trajo a esta tierray que con un propósito especial le dio dominio sobre ella y sobre el hombre piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros. Nunca podremos concebir por qué los búfalos son inútilmente sacrificados, los caballos salvajes domados, los rincones vírgenes de los bosques profanados por aglomeraciones humanas y el paisaje abierto de las colinas saturado, muy saturado de cables mensajeros. ¿Dónde está el monte desaparecido, señor? ¿Dónde está el águila, señor, extinguida? ¿El final de la vida, el comienzo de la sobrevivencia? Y a pesar de todo, señor, podemos ser hermanos."
Esto que he contado es la respuesta del jefe piel roja, en Seattle, en el año 1894, al gran jefe blanco de Washington, presidente de los EEUU.

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