viernes, 28 de agosto de 2015

Antón el del pueblo - Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno, nacimiento 29 de septiembre de 1864,España Bilbao, España,Escritor, filósofo Universidad de Madrid ,Fallecimiento 31 de diciembre de 193

Antón el del pueblo 

A raíz de la muerte de nuestro inolvidable Trueba, proyecté haber escrito algo acerca de él ; pero me contuve de hacerlo, por no creer aquélla la ocasión más a propósito para hablar con franca sinceridad de Antón el de los Cantares.  Hoy, que han pasado seis años desde entonces, desentierro de mi archivo de papeles viejos una carta que me escribió Trueba en octubre del 86 y el borrador de una semblanza literaria que de él hice en vida suya, para que formara parte de una serie acerca de escritores vascongados , serie de que sólo llegué a publicar el prólogo. El motivo de exhumarlos me da La Vasconia, al dedicar piadoso recuerdo a nuestro dulce poeta y ofrecerme a la vez, conyuntura de conversar un rato con mis paisanos de ultramar.
Guardo la carta con exquisito cuidado, por revelarse en ella el espíritu de Anton y por haber sido el arranque de las relaciones que con el tuve. Había yo remitido a El Noticiero Bilbaino un cuento de tesis sobrado de quitensenciada, tal vez ; lo leyó Trueba, chocáronle aquellas psicologiquerías y me escribió diciendo que no era el cuento , a su juicio, publicable, ni de la índole de la hoja literaria de El Noticiero, donde había de escribirse para todo  el mundo.
Aquí está el hombre. Es lo que siempre se propuso Trueba : escritor para todo el mundo. Aspiraba a arrancar lagrimas dulces o franca risa a los sencillos y humildes, a los limpios de corazón, apiñados en torna del hogar para leerle. Los que presumen de fuertes, no suelen querer dejarse vencer de su encanto tierno. Preguntando en cierta ocasión a una señorita bilbaina si le gustaba Trueba, me contestó:
-! Chocholadas!

Es muy de creer que ella misma, en horas de recogimiento , a solas, se enjuagara furtivas lágrimas que le saliera del alma al sentir el tibio y modesto encanto de aquellas chocholadas.
Contábame un padre , que se puso, una noche de invierno, a leer a su hijo un cuento de Trueba, y que, conforme se animaban los ojillos del muchacho y se hacía sus respiración mas profunda , a medida que le interesaba el relato, iba sintiendo él, el padre, que le resurgían del lecho del alma cantos de la niñez y que le oreaba el corazón un vientecillo fresco. Así es como, por ministerio de su hijo, acabó por conquistarle Trueba.
La lectura de Antón el de los cantares es un suave sedativo en horas de cansancio de la batalla de la vida. En momentos de sequedad del alma, es un árbol campestre de dulce sombra.

Cuando el sol del estío los campos tuesta ,  ! Qué dulce es bajo un árbol Echar la siesta!

Como decía él. Os penetra hasta el tuétano aquella poesía tranquila y casera. Porque esto es , sobre todo, Trueba; casero. Su filosofía es la de todo el mundo : la del promedio de los padres de familia sencillos y laboriosos que huyen de meterse en honduras por no perder su tranquilidad serena.
Surgió Trueba a luz en la sequía literaria que siguió a los ardores del romanticismo, cuando aún retintinaban los últimos dejos de las melopeias gemebundas de los Pastor Díaz, y supo entonces aquella poesía de cantares trasparentes y sencillos, como en un día de verano ardoroso , sorbos de agua clara y fresca de nube providencial. El público sediento se echó a darse atracones de aquel arroyo corriente y cristalino que fluía con suave murmullo sobre la tierra, resquebrajada de sed.Pero, cuando hubo satisfecho ésta y vinieron nuevas lluvias, prefiriendo muchos, a aquella agua cristalina, vino generoso y enardecedor, la menospreciaron. De aquí la reacción exagerada a las primeras exageraciones del entusiasmo que despertó Trueba.
Antón, hay que confesarlo, no se dió cuenta clara, ni de las razones íntimas de  su primer triunfo , ni de la relativa indiferencia que le siguió. Sintió, si , lo que de injusto tenía esto, y más de una vez dejaba traslucir en sus escritos quejas suaves de una resignación agridulce.Pero siendo optimista , como las almas caseras lo son, sabía que nadie le habría de quitar en los hogares su puesto junto al brasero ,  que nadie le privaría de su influjo sobre todo el mundo , para quien escribía.
La poesía vigorosa y alta, de fuertes raíces; la que nace de las luchas gigantescas de la idea ; la que brota en el combate del progreso o arranca de la mente que quiere escalar el cielo ; la de los titanes; está, ni le gustaba ni la comprendía. Preguntaban una vez a un amigo mío si , de veras , había algo Goethe; otro, me aseguró que Heine no le decía nada.
Y ¿ por qué no decirlo? la postergación a que se creía relegado parecíale mas injusta que la suerte de Cervantes ; así lo dijo en cierta ocasión.
Eguílaz, su íntimo y cordial amigo , a quien recogió el último suspiro y cuya muerte narró con la profundísima grandeza que brota de la inmensa sencillez del sentimiento vivo ; Eguílaz, el hoy olvidado Eguílaz, le parecía un poeta más soberano que muchos de aquellos cuyos nombres lleva la fama a través de siglos por los pueblos todos.
Todo lo dicho revela la sencilla sinceridad de aquel espíritu que, con verdadera independencia, no se dejaba llevar de juicios hechos, ni rendía homenaje a aquellos genios a cuya completa comprensión no llegaba su alma. Trueba discurría con el corazón.
Sintió por el pueblo, con el pueblo y para el pueblo; para este pueblo tan olvidado de los poetas que se echan a volar por las alturas. Sintió hacia adentro, no hacia arriba; amó más el calor tibio y oscuro, que la luz brillante y fría. Nunca le penetró la monotonía de las horas , ni la estupidez del sol ; 
fué de aquellos para quienes es nuevo cada sol y trae cada alba una frescura nueva.
Los críticos y literatos de oficio pondrán otros nombres sobre el suyo ; pero el pueblo , ignorante de ellos , repite los cantares de Trueba, y el eco de su voz arranca lágrimas a los sencillos , y a los fuertes también , en horas de abatimiento. Hay muchos a quienes cansa una sinfonía de Beethoven, y se deleitan oyendo en el campo al aire libre, el canto del ruiseñor. Hay muchos, muchísimos , los olvidados, el todo el mundo del pueblo.
        Muchos otros se esconden para leer a Trueba; es la vergonzosa vergüenza que sentimos de dejarnos ablandar por la ternura en esta edad de lucha, en que hay que parecer fuerte , aun no siéndolo.Antes de salir a la calle , enjuguémonos los ojos; no se sepa que hemos llorado a solas.
Sintió por el pueblo, con el pueblo y para el pueblo; y hay quienes se avergüenzan de lo  que tienen del pueblo y lo esconden.
Al apartarse la literatura más y más cada vez del verdadero pueblo ; al perderse en pedantescos tecnicismos, en quintaescenciados artificios y en intelectualismos de alquimia ; al irse convirtiendo en aristocrático sport de un mandarinato ,  ! que dulce refugio el de Antón el de los Cantares! Una excursión por sus obras es un día de campo. ! Qué aroma el que esparce al aire  libre el sencillo agavanzo, la rosa silvestre , al salir de un camarin repleto del perfume pesado de rosas dobles de espléndida vestidura! Esplendida,  sí, pero lograda a costa de la atrofia de la fecundidad. Y en poesía lo fecundo es el sentimiento.
En horas de desaliento esos cantares tranquilos y caseros nos vuelven a nuestra infancia a que recobremos, a su espiritual contacto, algo de la cándida inocencia de la visión serena y optimista del mundo. Es poesía simple, simple como el pueblo, como el sentimiento desnudo, como la humildad. ! Bienaventurados los simples de espíritu!
Poesía simple y , por tal, rebelde a todo análisis. El análisis no hace más que descomponer lo compuesto ; y lo simple ; y lo simple, siendo indescomponible, es inanalizable.
El vascongado que trabaje en esa América, lejos de las montañas nativas, que dejó al salir de sus años juveniles , ! cómo sentirá que se le anuda la garganta y se agolpan del corazón a los ojos dulces lágrimas de vida al recibir en alas de los cantares de Antón el de pueblo las brisas que orearon su cuna, los cantos que la mecieron y el eco del beso de ruido que, al despedirle , le dió su madre con el alma! Esas lagrimas quería Trueba , y ellas son el más piadoso recuerdo a su memoria.

en La Vasconia, revista ilustrada de Buenos Aires, el 10 de marzo de 1895  

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