lunes, 29 de agosto de 2016

Anunciación de Bellow Por Oberdan Rocamora






Ocurría que ambos, Ike Gilmore Y Lyndon Hertz, eran sindicados como protagonistas de la banda poderosa que había sabido formar y encabezar el ya diezmado Dick Sanardi.
Quien pensaba recuperarse- como se dijo- si prosperaban las excesivas ambiciones de Edward Head, el cuadro fuerte de Nueva Jersey, que no disimulaba sus intenciones de suceder a Terence Bellow en Virginia. Para ser exactos, Head tenía las mismas intenciones del técnico irascible Red Ryder , y por lo tanto, ante las prevenciones de Bellow, sigilosamente ambos Ryder y Head disputaban entre sí.
Estimulaban cada uno a los adversarios del otro, mientras Bellow, por su parte, los aprovechaba a ambos y trataba de debilitarlos, pero con dosis mínimas de perversión porque los dos le resultaban francamente indispensables para administrar la coyuntura del poder cotidiano, que pensaba, en el fondo, mantener para siempre.
Si Bellow se tuteaba con la eternidad, y ni siquiera alcanzaba a imaginar Virginia sin su comando en vida, y como era meramente inmortal no podía existir ninguna posibilidad sucesoria,

Aunque por otra parte, el arreglo de Lyndon Hertz con Dick Sanardi siempre había sido provisorio. Coyuntural, en virtud, siempre, de un adversario más poderoso, eventualmente el mismo Bellow.
Ya una vez, como una década atrás, cuando Bellow manejaba apenas el espacio marginal de Ohio, para ser exactos en 1983, L. Hertz y D. Sanardi habían disputado con rabiosa elegancia por la jefatura más importante de Virginia.Sin embargo los dos quedaron en el camino cuando apareció la figura hábil, oportuna y ética de Robert Vesco.
En su improvisada condición de fervoroso demócrata, R . Vesco los pasó por encima sin la menor contemplación, amparado por la solidez conceptual de dos moralistas incorregibles como Dan Hughes y Richard Svarsky, y operadores fríos e inescrupulosos como Henry Glizino y Joe Appleman.
Ambos jóvenes --Glizino y Appleman, que se entendían sin siquiera mirarse, ocuparon los espacios con fuerte desesperación generacional, envenenaron la plaza con el arte de la marroquinería, y enchastraron medio Virginia con sus acciones coordinadas y renovadas, con salpicaduras múltiples y con proyecciones tan amplias y difusas que encerraban las claves de la propia autodestrucción, la próxima caída inexorable. Sin embargo eran tan jóvenes y se les debían tantos favores que perfectamente ambos podrían, en el retiro, al imaginarse imprescindibles , ilusionarse con un mundo venturoso por delante, satisfactorio y personal, donde sentirse tan útiles como perdonados.

Empero, Robert Vesco logró que durante un lustro los viejos competidores, Dick Sanardi que pugnaba por parecércele y el viejo Lyndon Hertz, pasaran a ser, de repente, aliados que se necesitaban, pero más por resentimiento hacia el hombre que los había desplazado- R. Vesco, que por afecto y afinidad entre ellos.

Pobres , en realidad era para compadecerlos a los viejos competidores que se asociaban apenas para combatir a quien los superaba.
Piedad y comprensión por Lyndon Hertz y Dick Sanardi. Porque, cuando declinaba Robert Vesco , y se hundía en la salsa de su propio y furibundo fracaso, y ellos suponían que había llegado la hora para volver a confrontar, arreglar sus diferencias y decidir quién mandaba en Virginia, apareció, por sorpresa y sin que lo tomaran muy en serio, el pintoresco negro de Ohio, con su aspecto de vaquero de ropas brillantes, Terence Bellow.

En la escena principal de Virginia, y con apetencias y vocación de poder, de pronto llegó Terence Bellow. Apoyado por los audaces impresentables , a los que Bellow sumaba porque eran marginales que no tenían siquiera fuerzas propias para soñar.
Personajes todos decadentes y de tercer nivel los que juntaba maravillosamente Bellow. Pesimistas, suicidas y desesperados que recogía de las calles con su ambulancia Bellow. Algunos con prontuarios temibles, y otros con presurosas ganas de construir sus propios prontuarios, muchos con cuentas pendientes a pagar pero con gran confianza en Bellow , como así también con muchas cuentas pendientes por cobrarse gracias a Bellow.
Amparados todos mágicamente detrás del carisma de Bellow, de la popularidad muy superior del prestigio de Bellow, porque todo en Virginia lo conocían a Bellow, alguna vez le habián dado la mano a Bellow cuando salía con su atuendo brillante de Ohio y vagaba por todas las unidades. Entonces, por varias supuestas bondades triunfaría Bellow y los arrollaría tanto a sanardistas como a vesquistas, y se quedaría con el codiciado poder Bellow , por razones que tenían que buscarse en sus virtudes, pero sobre todo en las carencias y defectos de los otros , como D . Sanardi o R. Vesco en especial, y tantas debilidades de todos aquellos que se pretendían más dignos que Bellow, discutiblemente confiables,  maduros y racionales.
A causa del mágico e insoportablemente pragmático hombre fuerte de Ohio, Terence Bellow, de nuevo entonces Dick Sanardi y el viejo Lyndon Hertz volvieron a su antiguo hábito despreciable de desplazados. Sin embargo L. Hertz merodeaba los setenta años y a pesar de encontrarse física y mentalmente en plenitud, ya no podía esperar otra oportunidad, de manera que aceptó con inteligencia la nueva situación , para adaptarse de inmediato, cuadrarse con sobriedad, y por lo tanto debió guarecerse en su fino sentido del humor, y su extraordinario cinismo de hombre superior de Nueva Inglaterra.
Por lo menos , Lyndon Hertz se encontraba en mejores condiciones que Dick Sanardi, quien ingresaba en la frontera de los sesenta , y podía aspirar, a lo sumo, a ser bien recibido por T. Bellow, en su condición de hombre fuerte de Nueva Jersey.Una vez en la semana, generalmente los miércoles en el gran despacho general  de Bellow, en Virginia.
Para mantener la ficción del respeto Bellow lo recibía. La comedia de ser considerado con Sanardi, y respetado por un Bellow que había sacado a relucir sus fantásticas condiciones para la crueldad, sus aptitudes sorprendentes para el oficio de verdugo, recursos que ya había ejercitado en Ohio.
Por ejemplo, Bellow simulara su rostro de aburrimiento cuando el vencido Sanardi le hablaba, y le planteaba sus reproches y preocupaciones varias , tal vez durante un miércoles a las once de la mañana, en el despacho más cotizado de Virginia, mientras Sanardi intentaba , delante de testigos trascendentales, clarificarlo con un gráfico en la pizarra, Bellow, a propósito, se le dormía. Dick Sanardi desplegaba con contundencia sus razonamientos y Bellow, delante de personajes decisorios, se lanzaba a roncar. Para permitir después que fuera conocida la historia del oportuno sueño deliberado.

Por si no bastara, además de ignorarlo y humillarlo siempre que podía, Bellow se encargó de privilegiar a quienes habían trabajado para Sanardi. Lo despojaba, Bellow le birlaba sus mejores elementos mientras pacientemente lo destruía. Bellow valoraba más a la gente de Dick Sanardi que al propio y desconcertado Dick Sanardi.

A T, Bellow sólo le interesaban los equipos que D Sanardi había preparado para dirigir Virginia, que podián al menos garantizarle una gestión responsable, porque por supuesto Bellow tenía una confianza relativa, casi nula, en los audaces que habían apostado por él , los aventureros que había recogido de la calle y que tenían apenas vida para perder.
Era carismático y mágico el negro Bellow, pero sorprendía por su racionalidad y pragmatismo. Tenía exacta conciencia de sus limitaciones, y era lo suficientemente inteligente para saber que si ellos , los audaces y aventureros que recogió con su ambulancia de la calle, habían seguido a un hombre de su calaña, a aquel Terence Bellow , vaquero de ropas brillantes, o podían servir para gran cosa.

Redundante tal vez era aceptar que Doug Evans se sentía uno de los impresentables que había ayudado a instalar, en el primer plano de Virginia, carismatico e imprevisble hombre pragmatico de Ohio, Terence Bellow. Lejos estaba, por otra parte, de considerarlo su peor pecado.    

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