jueves, 9 de julio de 2015

Almafuerte Por Rubén Dario



Almafuerte Por Rubén Dario 


Al señor Bartolome Mitre y Vedia:
Pídeme usted, mi distinguido amigo, que diga "sin compromisos ni recatos lo que buenamente piense, en toda conciencia personal y artística",.sobre el poeta argentino Pedro Palacios, o sea, Almafuerte.
Rara vez he tratado de autores hispanoamericanos en mis tareas de La Nación y otras publicaciones en que "hago literatura" con un heroísmo que me permite alabar... Y bien! La principal razón es que no quiero perder ciertas estimables simpatías. Mis raros no me dan desazones. Mas si hablo de tal conocido, y lo que es peor de tal vecino, alabe o censure, voy a la de perder. Ejemplo: doy mi piel —que nada vale, como que no sea para hacer un tambor en que se toque al degüello de los imbeciles —, doy mi piel por algún escritor extranjero que entre nosotros reside, y es hoy, para mi, la mas sabia y potente intelectualidad que existe en el continente, y he aquí que el primer interlocutor, inteligente o soso, se me opone y me contradice, en nombre de la barba de su vecino, o de sus temerosas espaldas.
Por el contrario, lamento la inmensa mediocridad reinante en los parnasos criollos de la inocente América, y el mismo interlocutor señala una o dos docenas de genios, y unas cuantas gruesas de poetas, cada cual de ellos propietario de una lira, y mas o menos inspirados por las "musas". Argumento; me responden; me irrito. Exclamo por ejemplo: "Ignorante!", y esa imprudente revelación convierte a aquel que ayer me levantaba hasta el jardín de las estrellas en un inevitable y vengativo roedor.
Y no obstante, cuantas veces he sentido los mejores deseos de quemar todo mi incienso, de ofrecer toda mi mirra, a uno de esos brillantes raros de nuestra América española, a uno de esos que aparecen aisladamente en esta o aquella república, haciendo oír una voz nueva y prometedora de bellos tiempos deseados, entre las inextinguibles y amazónicas logorreas líricas, pedestres o declamaciones que inundan el nuevo mundo castellano! Porque, ¡ oh fecunda y portentosa cacografía!., en esto no hay raza humana que nos supere.
Habría deseado tener la gloria de anunciar, de llenar de un punto a otro los nombres de los escogidos: revelar a los que están allá lejos, en el Norte, a estos países del Sur y hacer conocer allá a los de aquí. Los nombres se agolpan en el pico de la pluma: : Diaz Miron, Gavidia, Almafuerte, Tablado, Gutierrez Najera, aquel pobre y exquisito Julian del Casal, Sicardi, Gomez Carrillo, Jaime Freyre, Asuncion Silva, Arciniegas, algunos más aun, sin distinción de escuelas, sin estampilla significativa; los que crean y trabajan bajo la tradición y el canon establecido, y los buscadores, los atrevidos, los deseosos, los que son al mismo tiempo "mineros y orfebres de su oro"; todos unidos por, la cadena mágica, por el santo y salvador culto, por la divina religión del arte.
Hoy me pone usted delante de Almafuerte. Voy, pues, a hablar, "sin compromisos ni recatos", lo que buenamente pienso, en toda conciencia personal y artística.
Nos dio el español con su sangre brava y su lengua sonora y su fuerte visión del color el énfasis y el espíritu oratorio. Para el español no existe el matiz ni el crepúsculo de los sonidos, ni la reverie, ni el arpa a la sordina; no existe el mundo misterioso del ensueño. Así como, según Heine, un espectro francés un contrasentido, un reveur de raza española es la mas peregrina de las excepciones. España es fuerte y sana. País de sol y de gozo, Lleno de rojos y amarillos; en el las visiones son netas y los colores detonantes. Piénsese en sus naranjas de oro, en sus mujeres admirables y lascivas, en sus juegos circenses, en el almacén de luz de sus pintores. Luego el teclado de nuestros vocablos, que no tiene sonidos intermedios, la música de cobre de nuestra lengua; no hay un solo son de viola, ni canto en tono menor. Reinan la bravura, el patriotismo, el pabellón, el clarín, la arenga. Difícilmente se puede encontrar un italiano que no cante, y un español que no pueda pronunciar un discurso. Don Quijote perora; Sancho discurre. El don meridional de lenguas y gestos, el poder del verbo y declamación, es nota en nosotros, hijos de los españoles, atemperados en parte por el vago ensueño, o la superstición del Indio primitivo.
Así, en todos los que en América española han escrito en prosa y en verso notase siempre el irremediable influjo de la elocuencia hereditaria, con rarísimas excepciones, desde el pomposo Olmedo y el correcto señor Bello, hasta ese grande y vigoroso Olegario Andrade, que toco música de Victor Hugo en el instrumento de Quintana.
Almafuerte produce bajo la misma influencia. Siempre veráse que habla como quien habla a las multitudes. Diriase que se juzga como lleno —¿diré la palabra?— de don profético. Conocese que ha leído y lee a la continua la Biblia. Clama siempre; clama contra los vicios sociales, contra las injusticias, contra las abominaciones, y no teme emplear la áspera verdad de expresión de "aquellos" que clamaban contra Jerusalen y Babilonia.
Algo hay en el del iluminado chileno Francisco Bilbao.
Como poeta... casi estoy por no considerarle poeta. Puede, probablemente,
ser algo más; quien lo llamaría vate; quien, como don Juan Valera a Andrade, lo llamaría hierofante.
En todo caso, no es un buen compañero para las fiestas de los poetas -flautistas, liroforos o tocadores de laúd— y no sabría besar en los labios a Cloe o a Cidalisa, o bien a la misma diosa de Citeres.
Hay un poeta en España cuyo espíritu se asemeja mucho al de Almafuerte: el gallego Curros Enríquez; otro en América Central: Gavidia; otro en Mexico: Diaz Miron. Este último ha manifestado su credo poético en una página muy poco conocida. Dice: "La Musa que se mira en la fuente de Castalia y que se ama a si misma, como Narciso, será muy gallarda, muy tierna, pero no me agrada y ello es culpa de mi organización. Esa Musa no es mi Musa: mi Musa es el siglo, es el pueblo, es la patria. Más aun: es la humanidad con sus virtudes y sus vicios, con sus regocijos y sus dolores, con sus energías y sus flaquezas, con sus heroísmos y sus crímenes, con sus ideales y con sus pasiones, con sus pies de monstruo, sus alas de ángel. —Oh, Dante! Oh, inmenso espíritu! Con razón abandonabas a los demás poetas las estrellas, los pájaros, las Flores... y solo te reservas el corazón del hombre!
" ¿Que es la poesía, la gran poesía? No es el ingenioso pero pueril aparato Brewster, no es un calidoscopio: no es un tubo con espejos inclinados y vidrios de colores que a cada movimiento ofrece a la percepción una nueva simetría mas o menos bella; es el reflejo, la síntesis de una época, la soberana y palpitante expresión de las esperanzas y de los recuerdos, de las creencias y de los ensueños, de los odios y de los amores, de las tendencias y de las preocupaciones, de las glorias y de las miserias de un pueblo, de una raza, de una generación; del hombre en un momento histórico. A un inspirado, cualquiera sea su talla, le es dado dejar una poesía así. Un gran poeta no es mas que un revelador; no es mas que un artista que, de la arena escarbada en que gritan, gesticulan y pugnan anhelos divinos y apetitos brutales, recoge un poco de arcilla ensangrentada y convulsa y hace de ella una imagen en que respira una hermosura trágica. Si el espíritu tuviera también su geología, cada poesía seria el carácter peculiar más precioso de una formación, el supremo distintivo en el yacimiento de una edad. Romero es la antigua civilización griega con sus dioses y sus héroes. La Divina Comedia es una prodigiosa fantasmagoría de guelfos y gibelinos: es la gaceta de Florencia de entonces: solo que Alighieri revistó de magnifico y eterno bronce el pálido y frágil barro de las pasiones de un día. Byron, entre los sacudones de un terremoto moral, que removió las sociedades hasta sus cimientos y produjo una transformación sublime, pero dolorosa, fue —como observa un escritor frances— el poderoso intérprete de todos los sentimientos, de todas las angustias, de todas las dudas, de todos los delirios, de todos los frenesíes que estallaban y discurrían en aquel tormentoso crepúsculo. Víctor Hugo es todo el siglo XIX." Almafuerte podría en parte filmar esta profesión de fe poética.
Mas aun: téngole por una "voz que clama": es el imprecador, es en la tierra que ha nacido la eterna figura del vociferador que llega a turbar las fiestas de los dichosos. Habla de un modo que sorprende y asusta: otro que él estaría muy cerca del ridículo. El posee una coraza de sinceridad que le defiende de todo. He preguntado por él a algunos que lo conocen. En resumen, me han hablado de un misántropo o mas bien, de un loco.
En efecto: dicen que es un hombre que huye de las exhibiciones, del trato de las "gentes", de las mascaradas elegantes y de los círculos melosos. Que no ocupa un puesto digno de su talento, porque sufre la anquilosia moral que le impide inclinar el espinazo delante de nadie; que se ha aislado, enemigo de las hipocresías ciudadanas; que se ha dedicado al cultivo intelectual de los niños, es maestro de una escuela de tierra adentro; que su carácter es bravo y acerado; que adora sus ideales con un hondo fervor; que ama a los pobres y a los pequeños, y que tiene la fe de su fuerza y el orgullo viril de su talento. No hay duda: 'loco, loco de remate!
Al llegar a esta parte de mi escrito veo una página intima, un fragmento de "confesión" de Almafuerte, publicado en una revista. Habla de su infancia, en una hoja arrancada, un libro inédito: La hora Trágica. Da a conocer sus primeros arios, la influencia de la educación materna en su carácter y sus gustos. "El hombre es joya que modela y casi deja terminada la primera mujer que le ama: la naturaleza ha dado evidentemente a las madres esta misión trascendental. Por mas que el dolor martille sobre las almas, permanecen durante largos años, idénticas a ellas mismas: la mía es ánfora antigua que conserva sus primitivos gentiles lineamientos a pesar de los ultrajes del tiempo, y maguer su abolladura ultima. La experiencia es caldero plebeyo que desproporciona y deforma los Caracteres completamente olímpicos; pero nunca acaba de sacarles todo lo que es de ellos. En el fondo de mi corazón y allí en lo mas recóndito de mis boliciones hay, en todos los casos, algo de infantil y de prístino. Hermoso es, aunque arriesgado, ser inocente: yo lo soy y quiero serlo: no deseo ver,"
Después de esa manifestación de su alma aislada y desnuda, píntanos las enseñanzas de su madre, indudablemente una mujer excepcional que esculpió pacientemente, salvándole de futuras deformaciones, el espíritu de su hijo. Ella, indudablemente, ha contribuido a la manera de ver el mundo que hoy distingue al imprecador de fuerte alma, el cual grita con desusada voz al encontrar que después de los valles de rosas que le señalo tan solamente la mano materna está el verdadero "valle de lagrimas". De su madre escribe: "Me enseño de la vida nada mas que su lado mas Bello. Me introdujo en una sociedad de fantasmas.
Me familiarizo, levantándome hasta ellos, con los grandes hombres y los grandes capítulos de la historia. Me calzó de coturno. Me inspiro amor a la patria, a la religión, a la gloria, a La libertad, a la perfección absoluta. Me Lleno la mente de luces. Me adiestro en ese andar trágico de los dioses de Homero y en ese hablar altisonante y lapidario de los héroes de Plutarco. Me hizo vislumbrar una palma de oro en las profundidades del horizonte. Me ciño alas. Y todo esto por método sencillísimo: por el ejemplo. Sin pretenderlo, hizo mi educación con procedimiento alemán, sustantivando lo abstracto. Ella hablaba y procedía invariablemente, como si viviera entre santos, y así lo hago yo como por instinto. Pienso que las madres de aquel tiempo lo fueron más que las de ahora, y creo que por eso procedían tan sabiamente: diciendo y haciendo. Porque nada hay más educativo que las cosas y los hechos. Las evidencias se posesionan del ser; lo invaden para no salir ya nunca más de él; pasan por los sentidos al cerebro, inmediatamente, inmediatamente después de ir sobre aquellos. De la Virgen Maria me sugirió conceptos que después no he recogido de ninguna boca: que su divinización constituye la divinización de la mujer, que adorarla a ella es adorar a su propia madre, dignificar a su hermana y a su novia, liberarlas del gineceo para sentarlas en el trono.
En todo esto vese la sólida base cristiana del escrito. Su madre, asimismo, fue la que le inicio en el arte y la que le hizo sentir lo que se llama patriotismo en manera tal que en él ha superado este sentimiento al sentimiento cristiano del amor universal o altruista. El recuerdo de su abuelo, "niño el año ocho, pero que !labia lapidado al ingles desde los tejados de Buenos Aires", y que ya viejo lucho y derramo su sangre para Cepeda y Pavón juntamente con los muchachos de la época, como aquel grande anónimo del poeta, el "desconocido ilustre" de Heine; su madre también, que le hablaba de tiempos heroicos y de los grandes combatientes desde San Martín a Mitre, contribuyeron a desenvolver en el un amor a la patria, fogoso, incomparable, españolismo, el cual ha tenido su mayor explosión lírica en un pomposo discurso o conferencia que pronunció Almafuerte en la inauguración de un colegio en el pueblo de Salto. Las señoras que escucharon dicho discurso deben guardar aun recuerdo de aquel pampero oratorio. Yo no recuerdo haber visto mayor elogio de la propia patria, ni en los más fervientes oradores de la tierra del Cid y de Pelayo.
Es de observar que el corte del discurso, la retorica, el énfasis, las enumeraciones, las repeticiones de frase, son completamente castellanos.
En su última prosa Almafuerte escribe a frases cortas; emplea rápidas y expresivas metáforas; entre la palabra por la palabra, prefiere la idea por la idea. Tanto mejor. Lo que no podrá nunca negársele es una profunda y sana sinceridad. Desnuda su alma; no oculta el conocimiento del propio valer con la pantalla de la común y usual hipocresía; lleno de orgullo de su virtual, mira de frente, desde su columna de estilita.
Corta es la obra conocida de Almafuerte. La Nación he entregado a la lama los primeros versos. Hubo en seguida consagración peninsular —tenida en mucho por nuestros escritores y poetas americanos— en un suelto elogioso de El Globo, de Madrid. Creo que aquellos primeros versos eran La sombra de la patria. No los tengo a la vista; si recuerdo que al leerlos comprendí que era muy posible que estuviésemos en presencia de un altísimo poeta; eran unos bellos endecasilabos, llenos de una no común virilidad, fuerza, violencia. El autor de aquellos versos debía de ser alguien.
Eran versos argentinos; y el autor no escribía en en pauta académica de Oyuela, ni imitaba el americanismo y la feliz lírica de Obligado, ni viajaba a la Grecia del maestro Guido, ni hacia zalemas a la musa del Dr. Ricardo Gutierrez, ni pretendía —¡cosa extraña— sonar el pesado cuerno de bronce que había hecho celebre al mas grande y mas incompleto de los líricos americanos: Andrade.
Almafuerte se levantaba al mismo tiempo que Diaz Miron en Mexico, y debian ser las dos mayores manifestaciones de la fuerza en el alma de la generación nueva: solo que el de Mexico se dio a los combates políticos y el de la Argentina se consagro a enseñar a los Niños. Ambos tienen también al mismo deus como inmediato inspirador: Hugo: —Mas, quien no tiene en la tierra su parte de sol ?
La sombra de la patria quedara innegablemente como uno de los mejores cantos de su autor. Vence por la energía. Ha asombrado y aun irritado a cierta critica. No es la poesía de Almafuerte para agradar en su violencia. Es enérgica; y Stendhal ha dejado escrito: "L'energie dans tous les genres est la bête noire de la bonne compagnie". Mas es la obra de un poeta, sincero, vigoroso, lleno de franqueza, que hace destacar su personalidad sobre el rondo común. "No se merece el nombre del poeta, dice Goethe, mientras no se manifiestan sentimientos, ideas personales."
Paralelas es otra de sus producciones conocidas y celebradas. Con unas estrofas —redondillas o quintillas— que he visto en un álbum, son los únicos versos de amor que conozco de Almafuerte. Imagínese la voz férrea de un Daubigne, o del Chenier de los yambos, cantando rondeles y"villanelles". Esos tocadores de trompetas y clarines no saben hacer el amor "con corteses razones". Combatientes o depredadores, no saben hacer un ramillete de flores. En la Nada, el penacho enorme de crin que llevaba sobre el pesado casco el héroe helénico asusta al niño en brazos de la madre. Las mujeres no se asustan de los fuertes, antes bien aman sus caricias y sus ásperas crines; mas es con la condición de que no lleguen a ellas sino dominadores y musculosos. No gustan de sus gracias elefantinas, y en la galantería lírica, los vencedores son los abates, sonrosados, los danzadores de minué, los delicados y perversos que madrigilizan. Almafuerte ama el amor, no los amores. Es ingenuo; ha confesado que siempre quiere creerse y ser inocente: no desea ver.
Pero ve, y entonces es cuando se irrita, y se oye el conocido galope decasílaba de sus conocidas estrofas, pues Almafuerte tiene estrofa oficial.
"Y así como Eliphaz esgrimía / su torzal de retorica sabia, / entretanto que Job delirante / royendo su poder con ellos disputaba; / toda acción, todo afán, todo verbo, / pretendió conducir su arrogancia: / Si el dolor es de Dios, y él lo guía, / tal vez en el mismo trabajo trabajan".
Es la misma estrofa, poco mas o menos, que balancea Becquer en su primera rima: Almafuerte la ha masculinizado y tornado de combate, aunque el decasílabo haya estado ya caparazonado y marcial, en los himnos: "Oíd mortales".
No son el cuidado y la lima las primeras condiciones que distinguen a este poeta. Los que juzgan, por cierta novedad y propiedad del vocabulario, que Almafuerte bruñe y adereza sus versos por largo tiempo, se equivocan completa¬mente a mi entender. No se detiene en labores de mosaico. Halla con frecuencia la palabra propia, por lo mismo que huye del artificio, y porque ha sido y es un estudioso: y dice lo que quiere porque dice lo que siente. Así se pueden explicar también algunos estupendos símiles que hacen abrir anchísimos ojos a más de un lector, símiles ásperos, en veces poco bien olientes y hasta escatológicos. En el ímpetu de su arenga, en las fugas de sus músicas vehementes, viniendo del Olimpo, su inspiración junta a verdaderas piedras preciosas guijarros del camino; y no os extrañe, señores asombrados, que para hacerse entender forme una que otra metáfora, con detritus de muladares y caballerizas. La libertad de su expresión, asimismo, le hace en ocasiones parecer y en ocasiones ser incorrecto o prosaico.
En resumen: juzgo que es digna de los que observan altamente la evolución intelectual de nuestra América la personalidad sincera y vigorosa de Almafuerte; su vuelo sobre la general mediocridad, la manifestación de su pensamiento libre y propio; tanto mas en este tiempo en que nuestra producción, con casos excepcionalísimos en contrario, se reduce a pastosas trivialidades que chorrean el agua chirle de de la tradición castiza; o esponjados y chillantes globos oratorios; o ridículas eyaculaciones de efebos poseídos de una incontenible brama de estilo; en este tiempo en que reporteros modestos discuten ideales estéticos y cretinos mascametáforas hacen la higa ante el altar del Arte, en que el ignorante llama decadente a todo lo que no entiende y el bachiller ornitocefalo da vuelta a su rabiosa ruleta verbal; en este tiempo, en fin, en que todo el mundo se cree con derecho a tener una opinión; que de todo se había ignorándose todo; en que se
confunden en una misma línea y en la las abominable promiscuidad el esfuerzo del intelectual con el cómodo diletantismo de los sportsmen de las letras y la palabra de los maestros con la algarabía de los colegiales; en que lo mismo pasa el caudal ganado pacientemente por el estudioso que la moneda prestada por erudición insolvente en el almacén de pedantería de los diccionarios enciclopédicos —Larrouse a la cabeza—, ese Bon Marche, esa Ciudad de Londres de los superficiales, en que con poco gasto se empingorotan y endomingan y compran sus quincallas y brit-abrac, los pavos reales de la nulidad, los mandarines de la ineptitud. No ha podido aun la América que habla español hacer que los Ojos de Europa se conviertan hacia nosotros a causa de una de esas manifestaciones que hacen comprender la vitalidad espiritual de una raza.
Somos mas viejos que el Yankee; pero nuestro Emerson no se ve por ninguna parte; y lo que es nuestro Poe o nuestro Whitman...
No tenemos una expresión propia de nuestra bella Anacaona desconocida. Intelectualmente esperamos aun a nuestro Colon para poder exclamar como los indios de la payasada de Mark Twain: "Estamos descubiertos!"
Por eso, cuando hay alguien que hace entrever un hermoso futuro debemos, los que lamentamos nuestras pobrezas y ansiamos nuestra aurora moral, saludarle como a uno de los precursores. Almafuerte, a su manera, es uno de ellos. El sabe y lucha; fosco, huraño, misatintropo, amargado probablemente por las pequeñas miserias de la vida actual; persevera y trabaja. Producir: de ahí la mejor defensa. No producir con la precipitación fatigosa y terrible del periodismo; meditar, poner la idea desnuda, a macerase como Ester, seis meses en ungüentos y perfumes, para después vestirla con los oros y sedas del verbo. Y pues Almafuerte sabe su deber, cumpla con el. Ha puesto su alma a la Luz, ha consagrado prácticamente —pues en el hay un tolstoista— y psíquicamente a su misión. Halle en los libros santos mayor savia que lo que hasta hay lleva encontrada y asimilada. Crea, crea siempre y evangelice, puesto que ha nacido para ello. Y pues tiene la conciencia de su energía y de su honradez, pues ha podido decir como en Racine:

"C'est peu qu' avec son lait une mere amazone M'ait fait sucer encor cet orgueuil qui t´etonne; Dans un age plur mur moi meme parvenu
Je me suis applaudiquand je me suis connu."

No ceda jamás una sola Línea a la invasión del enemigo.
El enemigo! El debe saber bien como Satan hace su capa y su mascara de la
Inagotable estupidez humana.Ruben Dario

No hay comentarios:

Publicar un comentario