jueves, 2 de julio de 2015

La audacia y el cálculo Por Beatriz Sarlo

Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 29 de marzo de 1942) es una periodista, escritora y ensayista argentina en el ámbito de la crítica literaria y cultural. Ganadora del Premio Konex de Platino1 y del Premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo de la Argentina. 




Beatriz Sarlo – La audacia y el cálculo ( Editorial Sudamericana) 
``Traté de ver los últimos ocho años como si formaran parte de una serie que no rinde su sentido en términos simples. Quizá sea más complicada de lo que yo pueda explicarme hoy , pero hice el esfuerzo de entenderla. Busqué la perspectiva de un historiador de la cultura al que le ha tocado como objeto el presente.`` Beatriz Sarlo 




La rendición de los cuñados
 


La prueba más persuasiva del carácter magnético y expansivo de Celebrityland ( prueba de decadencia intelectual de la política y de beastilización de lo televisivo) fue ``Gran Cuñado`` de Marcelo Tinelli, emitido antes de las elecciones de 2009. No hay que olvidar ese momento de rendición de los políticos al showbiz. ´´ Gran Cuñado`` fue un test. Los que no fueron ni llamaron por teléfono al conductor se distinguieron de un destacamento ridículo que no evitó ninguna de las indignidades para debutar o consolidarse. 
Él público de ``Gran Cuñado``, si ya no lo sospechaba, se enteró de que los políticos en competencia electoral eran capaces de conchabarse como personajes de cualquier argumento; estaban al servicio de los votantes para divertirlos. Con la razón oscurecida por lo que les dicen los asesores de imagen, aceptaron ``Gran Cuñado`` como una cirugía después de un accidente : intervención dolorosa e indispensable , que los devolvía al mundo caricaturesco pero todavía vivos. Gracias a la producción de Tinelli, la mercadotécnica le ganó una batalla a la política. Ningún político fue penalizado por incorporarse a ese circo de tres pistas. 
Custodiado por el cínico oficio mediático de Durán Barba ( que sabe que sus clientes comparten la banalidad real mucho más de lo que suponen , Francisco de Narváez demostró ser tan cool como fuera necesario. Ser cool no es tragarse un sapo , sino gozar de la comida rió y bailó con su imitador , tiró toda la buena onda como el animador de una fiesta infantil , y además , le ganó una elección a Kirchner en provincia de Buenos Aires , aunque a eso lo ayudaron también algunos votos que le transfirió , sin necesidad de pagar un asesor de imagen, el ex presidente Duhalde. Su victoria no puede atribuirse únicamente a `` Gran Cuñado`` y a la intemperancia de Kirchner durante la campaña. Pero hay que reconocer , que su asistencia al programa no le sacó un voto y , probablemente, le agregó a muchos. 
Los expertos en comunicación, que en América Latina suelen ser optimistas, explican que `` la gente`` no confunde un programa cómico con un noticiero y que , en cada caso, decide qué creer y qué no Estas explicaciones , no siempre fundadas en otra cosa que no sea la opinión o los deseos del investigador , se han esforzado en demostrar que ``la gente`` no es manipulada por los medios sino que tiene sus estratagemas para creerles un poco, desconfiar otro poco, mirar tonterías pero desarrollar , al mismo tiempo, el pensamiento crítico , etcétera. Si todo esto fuera exacto, no habría por qué alarmarse frente a las audiencias que han plebiscitado el modelo de los shows de Tinelli. 
El humor de `` Gran Cuñado`` fue exclusivamente caricaturesco ( X es directamente la hipérbole de x) : Cristina se arreglaba las mechas; Nestor era bizco y desbocado ; Reuteman, mudo; Carrio recitaba profecías; Macri tartamudeaba una incomprensible fonética de Barrio Norte. La exageración de unos cuantos rasgos produce el personaje, con su fisonomía retocada por el grotesco. La risa es inevitable, como en las imitaciones de cantantes , de actores, de deportistas . Por otra parte, ser caricaturizado es signo de notoriedad, porque sólo los famosos personajes potenciales; los políticos suelen coleccionar las caricaturas que de ellos han publicado los diarios. Ritualmente se menciona a Tato Bores como un patrón del humor político televisivo, olvidando que no sólo su talento fue singular sino que vivió en años menos inclementes con los requisitos de la inteligencia. Tato Bores trabajaba, en primer lugar, con su propio cuerpo y voz: él era la carne de sus programas. Los monólogos no representaban a ``otros`` existentes, sino que lo mostraban actuando un personaje; eran invención cómica, no imitación caricaturesca. La ironía tenía lugar más importante que la parodia. 
El hecho de que ´´Gran Cuñado`` fuera el hit de las semanas de campaña electoral en el 2009 habla de medios audiovisuales que han restringido su oferta y que no se atreven a colocar a grandes cómicos en pantalla porque no están seguros de que así retendrían las audiencias acostumbradas a una televisión de aire que va a lo seguro respetando la ley de los grandes números. Por eso, la caricatura y el disfraz ocupan el lugar de recursos intelectualmente más difíciles como lo fueron la puesta en escena y las ocurrencias verbales, casi surrealistas, porteñas sin costumbrismo servil, de Tato Bores. El humor se sostiene por la repetición de rasgos, la caricatura y la parodia. Pero también por la ironía, por la distancia reflexiva y no sólo por el pegoteo mimético con la realidad; por la invención que convierte a un personaje en algo extraño y no sólo en la gigantografía de su modelo; por la incorporación de signos que no estaban antes en el diseño de una figura pública (un ejemplo ya clásico es Carlos Menem con su silloncito, dibujado por Hermenegildo Sabat).Las imitaciones son sólo un capitulo del humor. Hoy colonizan casi todo lo que en la televisión pone en pantalla y, por lo tanto, el discurso se concentra en ellas, con una mirada cuya capacidad hipnótica seduce a los políticos. 
Se piensa que un desvió que prescinda de la obviedad no puede conseguir más que un par de puntos de audiencia. La dieta humorística prescribe lo que se cree que público puede digerir sin el menor esfuerzo; en un circulo pedagógico, lo inhabilita para practicar otros ejercicios de imaginación. No sabemos cómo podría ser el público; y muchos de los cautivos hogareños de la millonaria colonia de `` Gran Cuñado`` no saben si les gustaría una televisión diferente. 
El estado del humor tiene una arista en común con el estado del discurso político. En ambos casos se desconfía de que las audiencias o los ciudadanos puedan interesarse por algo que no sea la repetición, pero también por la innovación y la persuasión del argumento, por la explicación detallada de problemas que no son sencillos ni se pueden presentar solamente como `` aquello que le interesa a la gente`` (formula de un populismo empobrecedor y en el fondo, despectivo), por la defensa de ideas y no sólo de consignas. Incluso en la era del eslogan hay salida hay salida y es posible romper el lenguaje estereotipado, si se confía en que los que votan pueden entender que, para gobernar, es necesario encarar cuestiones intelectuales complejas y problemas técnicamente intricados. Esto no debería convertir a los políticos en jefes de trabajos prácticos de una cátedra universitaria, lo cual resulta igualmente ridículo, sino enfrentarlos con la tarea, más difícil, de traductores de las cuestiones públicas. 
´´Gran Cuñado´´ no ofreció solo un diagnostico de las televisión, sino de buena parte de los candidatos. Es correcto recordar el magnicidio televisivo de De la Rúa perpetrado también en un programa de Tinelli, pero sin sacar de allí lecciones equivocadas: De la Rúa cayó por sus propios méritos, entres los que se incluyó el que un conductor de kermés televisiva lo tratara de un modo que en el 2009 no pudo repetir con Kirchner. El diagnostico que facilita `` Gran Cuñado`` tiene que ver con la dependencia de la política respecto de medios audiovisuales , no simplemente en el sentido que en todos afirman ( no hay política sin televisión) , sino en otro,: ambos discursos, el de la caricatura y el de la mayoría de los políticos ``reales`` son demasiado elementales , reducidos a un puñado de tics y de singularidades. Muchos de los políticos que pelean por los primeros puestos se convencieron de que no existen sin televisión y , lo que es peor se resignaron , por falta de imaginación o de inteligencia , a ser peor que la televisión promedio. Esto les sucede, sobre todo, a los neos políticos, es decir, quienes no pertenecen a un partido histórico o deciden jugar solos, convencidos de que un partido les quita más de lo que les agrega. Típicamente: Macri y De Narváez; más discretamente, Scioli y Michetti 

Beatriz Sarlo

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