jueves, 2 de julio de 2015

Tipos y costumbres bonaerenses Por Anibal Latino






.Presentación 

. El rematador 

. Cosmopolitismo 

.Deudores 

PRESENTACIÓN 


Los escritos de los viajeros han sido siempre de gran importancia. Para la comprensión global de los fundamentos nacionales. La visión de un extraño forzosamente difiere de la de quien està inmerso en un contexto determinado, porque la costumbre hace que los detalles se esfumen y se integren en una totalidad familiar que envuelve al miembro de cualquier sociedad en la neblina cómoda de lo cotidiano. El viajero ve lo que el natural no puede o no quiere ver. A esta literatura imprescindible pertenece la obra de Aníbal Latino, Tipos y costumbres bonaerenses. 
Latino era el seudónimo que usaba Jose Ceppi, un italiano nacido en Génova en 1853 y que, después de actuar en España, primero como militar y luego como periodista, recala en las costas porteñas. Esta primera obra suya escrita en el país se publicò en 1886, a dos años escasos de su llegada, y en ella describe, con extraordinaria sagacidad, sus primeras impresiones de Buenos Aires —que apenas despuntaba de su prolongada condición de gran aldea—, de sus habitantes y de sus formas de villa. 
Acostumbrados como estamos a los informes de los mismos porteños sobre la ciudad y las topologías que conviven en su seno, este enfoque resulta absolutamente novedoso y clarificador: no solo constituye un apunte may inteligente sobre las características urbanas y sociales de aquella joven comunidad, sino que además, ubica a la capital del Plata en un plano universal, comparándola en cada momento con sus congéneres del resto del mundo. Por otra parte, el amplísimo espectro de temas que abarca el ensayo de Ceppi/Latino, lo convierten en uno de los más acabados estudios que se hayan realizado antes del final del siglo XIX sobre la cuestión. 
De Jose Ceppi, que llego a ser secretario de redacción, vicedirector y director suplente del diario La Nación, luego de haberse radicado definitivamente en la Argentina, se dijo que «su instinto seguro de periodista lo condujo a poseer una información exacta y variadísima, y su aguda inteligencia a tratar con seguridad los mas diversos temas. Interesárosle por igual los sociólogos, los economistas y los tratadistas políticos, las polémicas estéticas, el dinamismo y todas las complejas expresiones de la vida, que sintetizaba en sus escritos con criterio imparcial, sin ígneos apasionamientos de escuelas o banderías, examinándolos siempre en su relación con los fenómenos vitales de la sociedad con criterio imparcial, como un divulgador y critico equilibrado, sin ataduras que enajenan la libertad de pensamiento , sin la cual no se comprende al periodismo». Este trabajo basta para dar ejemplo de su enorme talento y capacidad de observación. 
Tipos y costumbres bonaerenses nunca tuvo la difusión que hubiese correspondido a su importancia, tal vez porque se suponía que a los porteños no les agradaría este relato objetivo, lucido, chispeante ligeramente irreverente. En la presente edición se conserva la ortografía original, dada que ella mantiene una perfecta correspondencia con la pintoresca y exacta prosa del autor. 


El rematador y los remates 


Tiembla la pluma en la mano del escritor al ir á trazar imperfectas líneas el bosquejo de unos de los caracteres más extraños y al mismo tiempo más interesante de la sociedad bonaerense. A la elegancia del estilo y pureza del lenguaje quisiera reunir buen caudal de observación, una erudición vasta, una imaginación fecunda, un gracejo oportuno y de buena ley, todas las ciudades, en fin, que acumulan en diferentes dosis los grandes escritores de novelas , cuadros y de costumbres , para retratar, cual se merece, este modernismo tipo, sud-americano y porteño por excelencia, desconocido allende de los mares y en otros países de sud-america, y no muy bien caracterizado en el pueblo emprendedor por excelencia, en los estados unidos. 
Aquí poco falta llegue á adquirir la importancia de una institución, lo que en Europa no puede merecer los honores de oficio. Allá ser rematador, subastador, es ser un cualquiera, y aún puede decirse que no existe tal profesión como manera de vivir. Solo hay remates cuando los prescriben órdenes judiciales ó gubernativas, y no todos, ni aún aquellos á quienes por obligación corresponde, se prestan con mucho gusto á ser rematadores, pues considerase deprimente presentarse en publico á vociferar y hacer gestos como un obececado. Aquí personas distinguidísima no desdeñan dedicarse á tan ingrata como entretenida tarea, que no solo les proporciona pingues ganancias, sinó también relaciones en gran número, y alguna vez influencias. Bien es verdad que los remates, como ya he dicho, son rarísimos en Europa, aún en los grandes centros comerciales. En cambio están en todo su apogeo las liquidaciones perdurables ó que no acaban nunca, y que pueden compararse á los remates semanales que aquí se celebran. Cuestión de costumbre. Sea como quiera, ello no es menos cierto que ni en Europa, ni en los Estados Unidos, ni creo que en los demás países sud-americanos, ni tampoco en las demás poblaciones de la República, los rematadores han sabido imprimir á su oficio ese carácter atrayente, simpático, especial, originalísimo, ejercerlo con desenvoltura, con gracia, con chispa, darle esa importancia, ese tono, ese aliciente, que le han sabido dar los rematadotes porteños. 
¿Nó sabe Ud—decíame un día uno de esos funcionarios literatos que el gobierno italiano ha dado en enviar con misiones especiales á este país, y que temo para mí han de traer más tarde algún disgusto--, no sabe ud lo que más me ha llamado la atención en Buenos Aires? 
--Es difícil adivinar… 
--Pues son los rematadores. Amigo, si hubiera de vivir de renta en esta ciudad me pasaría la vida yendo de un remate á otro. Bien es verdad que es peligroso, porque tal arte tienen, que le hacen comprar á uno lo que no quiere, ni necesita. ¡Qué ocurrencias, de chistes, de rarezas, de extravagancias, de exageraciones, dichas casi siempre con donaire, con oportunidad! ¡ Cómo saben esos diablos realzarse, darse importancia, hasta ennoblecerse en el ejercicio de una profesión que pareciera tan vulgar, tan insignificante! 
No necesitaba yó, en verdad, de las excitaciones del amigo italiano para emprenderla con los rematadores, sabiendo el brillante papel que desempeñan en esta Sociedad, y cuanto se habla de ellos de sus hazañas. Grandes deseos tuve de coloarlos á la cabeza de estos mal pintados cuadros; y si no o hice fue por no tener bastante confianza en mis fuerzas, por creer que solo la pluma de un Hurtado, un Cervantes, un Larra, Mesonero Romanos, un Pereda, un Galdós, un Tenier, un Zola, un Dikens, será capaz de reproducir con propiedad los rasgos, los caracteres, los varios aspectos que presentan tan singulares tipos. Pero como no era posible pasarlos por alto, tratándose de costumbre bonaerenses, hube, por fin , de hacer un día de tripas corazón y poner mano a la obra. 
Para retardar en lo posible la entrada en materia, hice como el cazador, que da rodeos con el objetos de prepararse mejor el terreno a donde luchar con la fiera que persigue, como el ejercito que bate el campo, y toma posiciones y se extiende en guerrillas para retardar el choque con el enemigo, es decir empecé a ojear la tercera y cuarta plana de los principales diarios, en los que hay sendas columnas reservadas a las producciones filosófico-literarias de nuestros protagonistas , que en ellas dejan entrever y presumir, aunque pálidamente, las habilidades y las maravillas que desplegaran en el momento crítico, en la hora del remate. 
Allí, sin embargo, en ese campo inagotable de letras grandes y letras menudas vistosamente dispuestas, tendremos una idea de lo que retrata , de la misma que el perro – para seguir las anteriores comparaciones—anuncia la presencia del cazador, y el ruido de las cornetas y el resplandor de los uniformes y de las armas anuncian la proximidad del ejercito. 
¿Sois capitalistas? ¿ Tenéis algunos miles de nacionales de sobra y deseáis emplearlos en la adquisición de una casa, que dé buena renta, cosa infalible en estos tiempos, ó en la compra de algún terreno para edificárosla de la manera que más os plazca? Allí hallareis para todos los gustos, de todos los tamaños, y en todos los puntos de la ciudad y de las afueras. Oíd un momento. Entresacaremos de acá y de acullá unas cuantas palabras, cuidando sobre que no se nos caigan de la boca los adjetivos y superlativos. Habla el rematador, los avisos por el: 

—Remate esplendido —colosal —casa para familia — lindisima, elegantísima —magnifica —soberbia, sólida, moderna, bien situada —lujosa, vasta, bonita —paraje central, base ínfima, vale muchísimo mas —vale el doble, casi regalada —ojo a la base —barrio de grande y asombroso porvenir —lugar pobladísimo, comercial donde se edifica extraordinariamente —a donde nadie vende —imposible encontrar nada mejor —es una ganga —en el riñón de la capital —es un edén —venta a todo precio —sin base —por lo que den —al mejor postor —es terminante y obligatoria —es preciso verla ---;Personas de calculo, atención! ; Alerta especuladores! Alerta pichincheros! ¡Alerta, alerta!! 
¿Quién se resiste a comprar casas que reúnan todas 6 algunas solamente de las expresadas condiciones? ¿Quien no quiere emplear bien su dinero, hacerse rico en un dos por tres, aprovechar la oportunidad de haber tontos que regalan sus propiedades? Como dejarse escapar la veleidosa Fortuna, que se pone al alcance de la mano? Estáis ciegos? os empeñáis en no ver? Ojo a la base que es regalada, aunque ella pase de cien mil nacionales. 
Así, por este estilo, si me propusiese remedar el tono y el buen humor de los avisos podría continuar hasta el juicio final. 
Los miles de duros se convierten en despreciables centavos para nuestros rumbosos rematadores; y mas de una vez tetándose de una pequeña casita o de una finca hipotecada por una gran suma, con cuya hipoteca pueda cargar el comprador, os quedareis admirados lo que, como yo, no sepáis por quienes se han hecho los miles, viendo escrito en letras de molde que dos o tres mil nacionales son una miseria, no valen nada, casi no constituyen desembolso alguno. Bien es verdad que tampoco sabemos, como ellos, arbitrar los medios de ganar en un solo día lo que nos cuesta años y años de incesantes sudores. Todo lo cual, sin embargo, es coca baladí, y apenas si merece tomarse en cuenta, en comparación de las transformaciones que llevan a cabo, con la mayor frescura, como si tuvieran algún poder sobrenatural, en la situación, condición y cualidad de las calles de la ciudad, hablándonos de bulevares que ellos solos conocen, o sea concediendo los honores de grandes y espaciosos bulevares a calles humildísimas, y haciéndonos creer que la plaza Once de Septiembre, la de Constitución y otros puntos situados a cuatro y cinco kilómetros de la plaza Victoria son los mas céntricos de la ciudad. En medio de estas exageraciones y anacronismos suelen estampar a veces inocentemente, y sin quererlo sin duda, verdades tan grandes como amargas, capaces de avergonzar y hacer cavilar al Intendente mas despreocupado, si los Intendentes de Buenos Aires se preocupasen por cosas tan pequeñas. Cuando se lee, por ejemplo, que tal calle va a empedrarse muy pronto, pudiera creerse que el rematador se ha equivocado, o que se trata de una calle de cualquiera de los pueblos que rodean a la ciudad, y casi, casi entran ganas de escarmentar de algún modo al denigrador; pero luego se cae en la cuenta que, en efecto, se trata de una, de varias, de muchas calles de la capital, no todas apartadas del centro, y entonces casi, casi se darían las gracias al hombre compasivo y patriótico, que se ha limitado a citar el empedrado, cuando podría haber añadido que pronto habrá también limpieza y alumbrado y otras muchas cosas necesarias que hoy no tienen. 
Allí en ese campo inmenso de las producciones rematisticas, permítaseme también inventar algo, especie de puesto avanzado, a donde apenas asoman las guerrillas, que preceden al empuje irresistible del próximo ataque, se permiten también algunos entretenernos con historietas patéticas, dándonos conocer al pobrecito, al infeliz, al inocente que en obsequio nuestro se ha decidido a desprenderse de su hacienda, explicándonos lo que ha sido, lo que es y lo que será, dándonos de paso una multitud de Útiles enseñanzas y consejos, indicándolos lo que debemos hacer, según los tiempos que corren, lo que nos conviene, que es comprar la casa, sea pequeña grande, bien o mal construida, nueva o ruinosa de puro vieja, barata o cara, próxima o apartada; y así hemos de creerlo, y así ha de ser, porque es un edén, es como para novios, parece hecha para nosotros, es una monada, es, en fin todo lo que se quiere, puesto que con mil cosas hermosas se la compara. 
Y todo, o mas de lo que se ha dicho por las casas, dígase por los terrenos, que los encontraremos magníficos, hermosos, altísimos, y de balde, por lo que den, en barrios de inmenso porvenir, en garages muy céntricos allá cerca de los Corrales o de Palermo. Y si necesitamos buenos animales vacunos, lanares, caballares, o de otra clase, sabremos a donde encontrarlos excelentes, y tendremos noticias detalladas de su edad, de su parentesco, del lugar de su nacimiento, de sus pelos y señales y hasta de la sangre que corre por sus venas. Ya quisieran mas de una vez muchos individuos poder saber de su origen y de su vida la mitad siquiera de las noticias que se tienen de esos animales, y algo daríamos y darían los jueces y las autoridades en muchas ocasiones si se pudiese justificar tan minuciosamente la existencia de muchas personas, como se justifica y se detalla en los avisos la de muchos animales. 
Si por fin no somos capitalistas que podamos soñar en casas ni quintas, ni aspirantes a propietarios que nos atrevamos con un pedazo de terreno que algún día pudiera cubrirse con un edificio cualquiera; si somos como es seguro, unos pobretones, no dejaremos de necesitar muebles para llenar las habitaciones de las casas ajenas en que vivimos, y mercaderías para satisfacer las necesidades del cuerpo: pues de unos y otras sabremos a donde encontrar de la mejor cualidad. 
Suficientemente recorrido y examinado el campo de los anuncios, que apenas dan pálida idea de las habilidades de nuestros héroes, tomada oportuna nota de lo que mas nos conviene, urge vayamos sin retardo, si hemos de concluir alguna vez, y queremos coger la sartén por el mango y recibir un abrazo de la Fortuna, a ver como cumplen sus ofrecimientos, los que ya podemos llamar nuestros conocidos y amigos, a estudiarlos, admirarlos en su verdadero terreno, pues solo en el ejercicio de sus funciones es donde se revisten de toda su importancia y majestad, despliegan todas sus dotes, revelan todos los caracteres que les son peculiares, manifiestan su asombrosa vitalidad, las múltiples fases de su complicado y privilegiado organismo. 
Mientras llegamos al lugar y a la hora critica, digamos quienes son y de que clase social salen los rematadores. 
Prescindiendo de los remates, podría decirse que propiamente los rematadores corresponden a los agentes de negocios de otros países; con lo cual dicho se esta que es gente de comercio dispuesta a enriquecerse lo mas pronto posible, procurándose pingues ganancias, aunque siempre con medios lícitos. Sin embargo, dando muestras de un positivismo y de un sentido practico que no puede sino elogiarse, se ha visto generales, a periodistas, a diputados, a personas de bastante ilustración y que habían ocupado elevadísimos puestos decidirse, en momentos de apuros financieros, a desempeñar este oficio, y aparecer de la noche a la mañana en publico a hacer gala de donaire, buen humor e imaginación en la venta de propiedades, muebles y mercaderías. Cada día, sin embargo, va tomando el oficio un carácter mas comercial, y hoy se dedican a los remates casi exclusivamente los que, después de haber recibido la indispensable instrucción, la han emprendido con los negocios, amen de alguno que otro aventurero de esos que corren la zeta y la meta, que tienen malas asentaderas, y que por probar de todo o aburridos ya de todo, se resuelven también a ser rematadores. 
Pero ya llegamos. Una enorme bandera nos indica el punto final de nuestra excursión. Aunque son las doce y media en vez de las doce que señalaba el aviso, nos sobrara tiempo para examinar a nuestro placer todos los objetos expuestos y que han de rematarse (porque hemos venido a un remate de muebles), filosofar sobre ellos, dejar correr nuestra imaginación impresionable, si desconocemos, coma es de suponer, los que han sido sus poseedores, forjar a cada mueble una historia llena de poesía y de romanticismo, pensar en la fragilidad de las cosas humanas, recorrer una y otra vez las dependencias de la casa, y establecer por ultimo lo que nos convenga comprar, o resolvernos a quedar como simples espectadores, para pasar el tiempo, si nada nos conviene. Ya empezara a causarnos alguna inquietud y alguna duda, ver que los riquísimos y elegantísimos y flamantes muebles, que el aviso ensalzaba, son harto viejos y roídos para no tener un cuarto de siglo a lo menos, de existencia; pero esa. duda y esa inquietud se desvanecerán tan luego coma el rematador se presenté en la escena, que será a la una y media, que no es en estos tiempos de buen tono acudir con puntualidad a ninguna parte, ni aun a sacar el dinero del bolsillo del prójimo. 
Miradle, allí viene. Viste con elegancia, marcha con desenvoltura, estrecha la mano a este, la levanta en alto para saludar al otro, mira, olfatea, habla desde que entra, y parece conocer a todo el mundo, menos a nosotros, aunque bueno será no le miremos mucho, porque le llamaremos la atención y nos saludara coma antiguos camaradas, y hasta nos tiara la mano, preguntándonos como estamos. Toma disposiciones, da, breves y terminantes Ordenes a su escribiente, recorre rápidamente la casa, sin dejar de hablar un momento. /Señores, vamos a dar principio. A la sala, señores!!! 
Que es esto? Estamos en una casa en un teatro? De donde ha salido esa voz, que nos ha ensordecido, que ha hecho temblar las habitaciones, que ha hecho detener la gente en la calle? 
Es la suya. Los caballeros acuden, le rodean, le siguen, se apiñan, se mueven a impulso de sus movimientos, forman corro, se detienen, le obedecen como mansos corderos, le miran con aire de admiración y de envidia, penden suspensos de sus labios y de sus ademanes, como los espectadores en las escenas finales de los dramas de Echegaray. El momento es solemne. Sube nuestro campeón sobre una silla, pasea su mirada sobre la concurrencia, enjugase el sudor, si es en verano empuña, sacándolo de un bolsillo, un pequeño martillo, que es para el la varilla mágica, con cuyo auxilio realiza diariamente el milagro de vender lo invendible a precios fabulosos, y exclama: 
—La venta, señores, es al contado y a la mejor oferta. Tengan la bondad de no hacerme perder tiempo. Hay mucho que vender y todo ha de salir hoy. Ofrezcan pronto, cualquier cosa, y silencio, que ya no estamos para conversaciones. Empezemos por este riquísimo juego de sala Luís Felipe, forrado en damasco, importado hace un año de Alemania, sin uso, nuevo, clase superior: ;Cuanto ofrecen por este hermosísimo juego compuesto de un sofá, dos sillones y seis sillas, con sus magnificas fundas? 
—Sesenta nacionales —dijo, por decir algo o por inocencia, uno de los presentes. 
—Sesenta nacionales ofrecen por un juego de sala, que vale mas de seiscientos —grito el rematador—. No importa, por algo se empieza. 
Iba yo a darle una lección al osado vecino, mejorando en diez nacionales la oferta, pero al abrir la boca para formular un setenta, otros tres o cuatro pronunciaron casi instantáneamente un ochenta y un ciento. Iba a contestar nuevamente, cuando sentí una palmadita en el hombro, y volviendo la cabeza vi a mi amigo Ricardo S..., que después de saludarme muy bajito, me dijo también muy bajo: 
--j Sabe usted que llama mi atención y me di mala espina ver siempre las mismas caras en todos los remates de muebles? Hace una temporada que asisto a unos cuantos, pues ya sabe vd. que deseo renovar mi mueblaje, lo que no he podido conseguir hasta ahora; y en todos he observado, que hay individuos que no faltan nunca. 
--Es posible —observe yo— cosa mas rara! 
—Parece que no entienden uds. de la misa la media —dijo un señor, metiéndose en la conversación, de la cual se había enterado, a pesar del bajo tono de voz, y que yo juzgue seria porteño y no de los aludidos por mi amigo, fundándome en el hecho de no haber podido tenerse en el cuerpo la observación, que nuestra ignorancia le sugirió--. Esos individuos que ud. dice, son mueblistas o tenderos de viejo, que compraran aquí y en todas partes lo que se presente, siempre que sea a un precio razonable, porque después le pasaran una mano y venderán como nuevo. De la misma manera en los remates de comestibles, de zapatos, de ropas, verán uds. zapateros, almaceneros, tenderos. Lo que es hoy ya no hay gangas en los remates. 
En esto me acorde que una de las cosas que mas me urgían era un juego de sala y volví a fijar mi atención en el rematador. Oh desgracia! Ya llegaban las ofertas a doscientos cincuenta nacionales y yo no podía gastar mas de doscientos. 
—250!..., 250!... —gritaba—, 250! a la una, 250! a las dos. No hay quien de mas? Pero, fíjense uds. en la clase, señores, es regalado... 250! Que lo .doy!... que lo quemo!..., que lo tiro!... Pero estar uds. constipados? han quedado 
mudos? hay quien de mas?... 250 a las tres! 
Un golpe en la pared o en cualquier ángulo de un mueble con el mágico martillo, para demostrar que el milagro consumatum est, y en seguida: «al señor de T... un juego de sala, 250.» 
Y si el señor de T... no es un conocido del rematador, entregar en prueba de su buena fle y de que tiene todos los mejores deseos de cargar con el mochuelo que se le ha endosamos nacionales de garantía. 
Quizás el lector presumirá desde luego, sin que yo de 
alguna, porque no debo ni puedo relatar aquí detalladamente todo lo que dijo el rematador aquella tarde, que la operación se repitió en todos los objetos, ensalzados, 
transformados, avalorados mas de la cuenta por aquel, en rimbombantes, de gran efecto, con chistes, con citas unas, con osadía, con un despliegue atrevidísimo de conocimientos en la clase y merito de cada cosa; se figurará lector que nuestro protagonista se revelo allí un enciclopedista envidiable en artes, en industrias, en ciencias; no quitara que dijera de unos cuadros, que nunca los hicieron mejores Rafael, ni Murillo, ni Rubens; y de unas pequeñas estatuas, que las admirarían Fidias, Miguel Angel y Canova; pero lo que no se explicara., ni podrá fácilmente figurarse el lector es que el autor, el mismísimo Latino, se quedara con unos armarios, sin reparar que no cabían en toda su casa, con una cama que no necesitaba, con una pesadísima mesa que luego se rompió en el traslado, con un juego de te que luego resulto ser incompleto y con otras muchas cosas, que le hacían maldita la falta. Pero así fue; y no hay que extrañarlo, porque estaba tan desanimada la gente, según el rematador, se vendía todo tan barato, era todo tan bueno, de tal merito, tan superior que hubiera sido indisculpable falta e imperdonable descuido no aprovechar de aquella oportunidad para Llenarse la casa de cosas buenas con poco dinero. 
Ufano y satisfecho de mis compras líbame hacia mi casa al caer de aquella tarde tan provechosamente empleada, no sin haber antes cancelado con buenos billetes el valor total de mis adquisiciones, y encargado a dos peones me las trajeran al siguiente día, cuando la maldita casualidad quiso hacerme tropezar con la tienda de un hojalatero, en cuyo escaparate se veía un juego de Te igual al que acababa de comprar, pero completo ya se supone, y con su precio marcado de diez y seis nacionales. El del remate habiame costado veinte y cinco. Dime a todos los demonios, y jure no volver perder tiempo en rematas en la persuasión de que los rematadores son el diablo en persona, y poseen algún talismán por el cual vuelven lo blanco negro y hacen comprar al que no necesita o no quiere gastar; pero volví a los pocos días a ver rematar terrenos y casas en obsequio al lector, a quien había de informar minuciosamente de todo esto; y si allí no hice compras, porque las escasas reservas de mis débiles bolsillos no me permitían aspirar ni a la mas insignificante casucha, aun que eran todas baratísimas y poco menos que regaladas, creí sinceramente mas de una vez (mientras hablaba el rematador), que estaban hechas con cal, ladrillos y materiales de lo mejor, casas que, a no ser por las explicaciones yo hubiera tomado por montones de barro, y me persuadí con toda persuasión y evidencia que Almagro, y las calles de Pavón, Brasil, Caseros, Chavango, Mansilla, Soler y otras congéneres, son las mejores y mas céntricas y de mayor porvenir en la ciudad, y que efectivamente cada terreno o cada casa que se vendía era una ganga, una especulación ventajosa, un medio seguro de hacerse ricos, de doblar el capital en cuatro días, una prueba palpable; en fin, de que todavía hay tontos en el mundo, todavía hay gente sencilla, inocente, desinteresada, como los propietarios y los rematadores. 
Y para completar mis estudios y conocimientos en materia de remates, y confirmar las observaciones que dejo expuestas, he acudido también a los remates judiciales que menudean ahora, sin duda, como aliciente para convencer a los incrédulos, a los de alhajas, de bebidas, de comestibles, de libros, de ropas, de mercaderías, en fin, porque de todo se remata en Buenos Aires casi todos los días; y allí he visto desplegar la misma habilidad, la misma verbosidad, hacer gala del mismo ingenio de la misma desenvoltura, del Bonaire, de las mismas dotes, que desplegaron otros en casas, terrenos y muebles. Y todo lo despachan, y todo lo venden, sea bueno o malo, sea provechoso o malo, provechoso o inútil, prestando, a pesar de las pingues ganancias que se proporcionan a si mismos, inmensos servicios a los que necesitan deshacerse pronto y provechosamente de alguna cosa. 
Lector, si alguna tarde no sabes que hacer, si estas de humor, si necesitas distraerte, vete a presenciar con los bolsillos vacíos, si no tienes deseos de comprar, cualquier remate. 


COSMOPOLITISMO 

Cuando en mi casa me paso horas enteras buscando el modo de urdir un articulo, y por mas que me reconcentro, no .acierto a escribir un mal disparate que pueda satisfacer a necios y discretos, ni hallo siquiera a mano un buen original francés o italiano, de donde poder robar aquellas ideas que buenamente no suelen ocurrirme, que son las mas, acabo por tirar la pluma, encasquetarme furiosamente el sombrero, tomar el bastón con el ademán de quien va a pegar una paliza ó quiere defenderse de la que le suministra algún prójimo, y me salgo por esas calles en busca de distracción y de frescura, que alivie y vivifique mi imaginación acalorada. 
Y esto me aconteció precisamente la otra mañana, en que, por mas que me agitaba sobre mi silla, y retorcía los bigotes, y adoptaba mil posturas, no podía combinar dos frases dignas de ser trasladadas al papel. Renegando de la cortedad de mi pluma, salí, pues, de casa, y al Llegar a la puerta de la calle la halle. obstruida por dos cestos de frutas. 
—Limón, naranja, marchante. 
—No se necesita nada, déjeme pasar. 
—Ebbé, un altro día sará —Y echándose a cuello traviesa la correa que unía los dos cestos, se fue el vendedor a dar gritos a á la puerta siguiente. 
Tate —exclame yo levantando la mano derecha y el bastón, como paras pegarme en la frente ; ya tengo lo que buscaba. 

No eche a correr coma Arquimedes, pero me reí como un pobre hombre de satisfacción. El descubrimiento, debido las palabras del vendedor ambulante, consistía en que escudriñando, observando, examinando bajo un aspecto determinado a cuantas personas se me pusieran delante aquella mañana, hallaría los materiales que no había podido sacar del revuelto almacén de mi cerebro. Con ese fin empecé a mirar con aire de filósofo, o lo qué es lo mismo de curioso, los que transitaban o estaban parados en las calles. 
—Changador, señuritu —murmuro un nastuerzo de esos que se pasan la vida gastando las esquinas de las calles y explotando al prójimo. 
—iCaramba! —Me dije, siguiendo adelante sin contestarle—, que en ninguna parte ha de poder uno tomar el aire que mas le cuadre, sin que alguien le critique, se ría, o le moleste. 
Éntreme, poco después en una cigarrería, con animo de proveerme de algunos cigarros, por si acaso convenía lucirlos, que no se cuando vamos a persuadirnos los hombres que no hacemos mejor figura, ni engañamos mejor el tiempo con cigarro en la boca que sin el. Servido por el cigarrero, mas por señas y movimientos de brazos que por palabras, porque era francés, ya estaba en la calle, librándome del acosamiento de un niño empeñado en endosarme La Nación ó La Prensa, cuando oí con insistencia detrás de mi: monsieur, monsieur, votre bastón. En efecto, me había dejado el bastón en la cigarrería.—Esto es lo que tiene, —exclamé después,— el andar por el mundo filosofando. 
Juzgué en seguida oportunamente que, si de observar se trataba, seria mucho mejor observar sentado, tanto más cuanto que á la sociedad en estos tiempos es preciso buscarla en vapores, en coches o en globos, en algo que corra muy a prisa, porque desde que las ciencias aplicadas a las industrias dan al progreso una rapidez vertiginosa, todo marcha 
Proporcionalmente, lo mas aprisa posible, en el camino recto, coma en el torcido, en buenos, como en malos derroteros. 
Y como el tiempo hay que aprovecharlo, sea para trabajar, sea para divertirse, aunque siempre se piensa más en esto que en aquello, es preciso correr en vez de caminar, y no andar a pie cuando se tiene un tranmwía a la mano, siquiera no sea más que una distancia de cinco ó seis cuadras la que se deba recorrer, y haya que esperar diez o quince minutos, parado en una esquina, la llegada del coche que se busca. 
Salté, pues, á riesgo de descalabrarme, sobre el primer coche de tramwía que acertó a pasar, porque me daba lo mismo ir par un lado que por otro, y no vaya a inferirse por esto que de mi descalabradura, caso de suceder, hubiera podido tener alguna culpa el auriga, que me vió y á quien, hice señas para que detuviera el coche, ni el mayorál que tiro de la campanilla, para que aquel no se detuviera ya, como parecía dispuesto a hacerlo, cuando no había necesidad. 
Bien acreditada está ya la educación de esos buenos muchachos. 
No siéndome posible sentarme al lado de alguna mujer hermosa, que es lo primero que procuro hacer en semejantes circunstancias, por aquello de que siempre es bueno ir bien acompañado, y mejor es oler perfumes de tocador, que de ajos o cebollas, hube de contentarme con hacer compañía á una lavandera lombarda, según pude deducir de las pocas palabras que por cuestión de cambio cruzó con el mayoral, y del atado de ropas que asomaba debajo de su asiento. Bien es verdad que procuré desquitarme en lo posible de mi mala suerte, con lanzar de vez en cuando una mirada a dos hermosuras, que había mas adelante, ya sitiadas y rodeadas por todas partes. Frente a mi, dos alemanes, 
altos, corpulentos, rollizos, sostenían animada conversación, y sus palabras me hacían el efecto de una música desafinada; un poco mas allá un joven indefinible leía atentamente un diario. 
Se detiene el coche... !Santo cielo!... Dos niñas de Ojos y pelo negro, nariz pequeña, cara redonda, blancas, regordetas, bien desarrolladas, ligeras, vivarachas, y de la buena sociedad, a juzgar por el traje de ultima moda, se vienen a sentar a mi lado. Ya mi brazo izquierdo siente ligeramente el roce del brazo derecho de una de ellas... 
—¿Che vos conoces a esas? --pregunto una de ellas a la otra. Esas eran las otras que estaban mas adelante. Par el acento y por lo demás me parecieron porteñas, y yo, sin poder remediarlo, me derrito por las porteñas. Ya estaba temiendo que dieran al traste con mi filosofía y mis observaciones, cuando bajaron dcl coche. Fueron luego reemplazadas por dos franceses; pero... : quc clase de relaciones puede tener ese joven bien parecido y muy estirado con ese anciano, que ó mucho me equivoco, ó es napolitano de origen y albañil de oficio? Hace rato que sostienen animada y al parecer importante conversación. Me aproximo insensiblemente: ambos asesinan su respectiva lengua: el uno italianiza como puede el castellano; el otro argentiniza en lo posible el italiano. 
Ya lo había sospechado; anda por medio una hija del albañil y el petimetre lo está catequizando. 
Pero habré. de reseñar uno a uno todos los diversos tipos que, en menos de media hora, subieron al coche y bajaron de el? Seria larga y pesada tarea: tendría que hablar de los atractivos de las italianas, de la locuacidad de los franceses, de la hermosura de las españolas, de la gravedad de los alemanes, de la seriedad y despreocupación de las inglesas, de la gracia y belleza de las porteñas; tendría que delinear todas las gradaciones del cutis humano, desde el blanco que rivaliza con la leche, hasta el negro que puede hacer competencia al carbón; y quizás debería reseñar en la clase baja los trajes mas exóticos que jamás puedan figurarse, porque no es raro ver a gente con ropas de invierno en plena canícula, O con sencillo traje de verano, en pleno mes de Julio, amen de muchas prendas que han resistido impávidas quince o veinte invasiones sucesivas de la moda, y han acabado por perder ellas mismas sus verdaderas formas. 
El uno se deshace en cumplidos con algunas señoras, el otro se despide del amigo, estos se dan una cita para mas tarde, aquellos se deshacen en exclamaciones, como si de un siglo no se hubiesen visto, las de allá hablan todavía con otras, que habían despedido en la acera, y aquellas otras gritan a los niños que quieren bajar antes de tiempo, ó preguntan por los bultitos... Cruzan los aires, se mezclan, se confunden los acentos de cien lenguas y dialectos diferentes: Che, a las cinco nos veremos en el Aguila—buon giorno—Wir sehen uns nachher and sprechen darueber—nus veremus luegu—no triguis gaire—je vous attendrez jusq'd sept heures, ciao hello tuna---good bye. Y Wish you d very good dinner... y otros, que no habría mas variedad, seguramente cuando Dios castigo la soberbia de los que pretendían escalar el cielo, ni a la entrada del Infierno, cuando se fué a echarle un vistazo el Dante. 
A veces el mayoral, que si bien hablaba regularmente el castellano, era francés, no entendía a los pasajeros; hablaba al cochero, que era italiano, y este entendía las cosas al revés; y esto me recordó que en algunas oficinas particulares de Buenos Aires es preciso it con interpretes para tratar con franceses, alemanes o ingleses. 
¿Pero en que país vivimos? ¿Que lengua, que costumbres, que tipos predominan aqui? Iba a darme la contestación cuando el mayoral corto el hilo de mis ideas, preguntándome si iba o no a seguir. Considerando que ya nada restabame que ver en trarnwia, baje, y entonces me di cuenta que estaba en la plaza Victoria. Maquinalmente levante la cabeza hacia la torre del Cabildo: el reloj marcaba las once menos cuarto. Como hoy todas las buenas obras, y aun las que no lo son, acaban comiendo, me convencí instantáneamente, con el apoyo de las razones que me daba el estomago, incitado por el traqueteo del tramwia, y por el aire fino que soplaba en la plaza, que no seria inoportuno dar ese desenlace a la empresa en que me hallaba metido aquella mañana, tanto mas que podría hallar en un hotel o restauran un nuevo campo de observación. Par lo cual enfile la calle de 25 de Mayo y éntreme en uno de los muchos hoteles que hay en ella. Figúrese el lector el que quiera, que para el caso es lo mismo. 
Busque la mesa mas pequeña, en el rincón mas apartado y empecé a ojear la lista del dia. Hay alguien que sea capaz de averiguar en que lengua o dialecto se escriben las listas de los hoteles y demás casas de comida? Son una corrupción monstruosa de español, francés, italiano, ingles, alemán, en la que el autor, mozo o empleado de la casa, deja indicios de su país de origen, —si es que no forman una mezcla de todas esas lenguas. De vez en cuando me permito pedir explicaciones sabré los enigmas de algunas de esas listas; pero mas comúnmente pido al azar y lo que encuentro menos comprensible para medir, con autos irrecusables A la vista, la magnitud de las faltas. Esto hice aquel día; y después de encargar una sopa, persuadido que me quedarla bastante tiempo para entretenerme en filosofar, porque los progresos en cuestión de servicio, se hacen en sentido inverso de las demás cosas, es decir se tiende a la lentitud para que los hombres se pasen la vida en la mesa, eche un vistazo por el comedor y pase revista al local y a la concurrencia. 
El local nada ofrecía de notable que lo distinguiese de los que se destinan al mismo servicio en todas partes; pero no dejo de Llamar mi atención que los retratos del general Mitre y del general Roca, colgados de una pared, estuviesen mirando a los de Garibaldi, Victor Manuel, Mazzini y Humberto 1, colgados de la pared de enfrente, y que los guerreros argentinos de Pavón, dibujados en un cuadro, hiciesen digna compañía a los guerreros italianos de Solferino, dibujados en otro cuadro. Recordeme entonces que a cada paso puede tropezarse con este otro signo del cosmopolitismo de Buenos Aires. 
La concurrencia era ya muy numerosa, lo cual acabo de confirmarme en el acierto de mi resolución, adoptada antes, y quizás con menos motivo, por tanta gente al parecer distinguida, y conocedora de los mejores medios de aprovechar el tiempo. 
Predominaba allí el elemento europeo: siete u ocho grandes y pequeñas potencias del Viejo Mundo civilizado estaban debidamente y brillantemente representadas. En dos mesas se destacaban de entre un grupo de tres o cuatro hombres, tres estrellas errantes del sexo femenino, a cuyos atractivos hubieran podido oponerse muchos pero, no se si por la hora intempestiva en que nos hallábamos, o por tratarse de matronas empeñadas en parecer doncellas, o de jóvenes envejecidas antes de tiempo por los abusos de una vida desarreglada. La una mientras comía sendos pedazos de pan hondamente reblandecidos en espeso chocolate de Godet explicaba a sus acompañantes que la M... le había echado a perder dos escenas de Las Campanas de Carrion, zarzuela representada la noche anterior en el teatro Nacional, por lo que, y por el chocolate y por su manera de hablar, saque en consecuencia que acababa de levantarse, que era cómica y española; las otras dos, situadas en otra mesa, discutían en italiano con sus adláteres sobre música y sobre las bellezas de no se que opera, mientras con el tenedor hacían entrar en la boca, varias tiras de tagliarini que de ella colgaban, luchando para volverse al plato. Con estos datos no vacile en persuadirme que estas habían madrugado mucho mas que la otra, que eran cantatrices é italianas. 
En otra mesa discutían algunos franceses sobre las alianzas que mas convienen a la Francia para reconquistar en Europa la perdida supremacía, saboreando al mismo tiempo una ración de pollo; mas allá otros tres o cuatro italianos corpulentos iban dando fondo a un enorme plato de ravioles y hablaban de buques, fletes y cargamentos; mas lejos algunos ingleses trinchaban sus bifsteak medio crudos, hablando poco y bebiendo mucho, y algunos alemanes dejaban oír los redobles de su voz, rociando frecuentemente buenas tajadas de pavo. 
En otras pequeñas mesas engullían y observaban, como yo, ó permanecían indiferentes, varios otros señores, que podrían muy bien ser suizos, belgas, holandeses, rusos o austriacos. 
De todo esto me fui enterando al mismo tiempo que hacia pasar el contenido de tres platos distintos desde la mesa a mi estomago, y creyendo que ya nada tenia que ver allí, me apresure a comer los postres que trajeron, un pastel de gusto tan imposible, como el nombre con que figuraba en la lista, y a saborear el agua oscura y caliente, que me dieron como café. 
—Dos huevas bien saltadas a la plata —o que decían detrás de mi. 
—¿como? —pregunto el mozo. 
Se repitió el pedido en términos aun mas confusos, si bien compréndanse perfectamente los discos del comensal. 
— !Ah! —agrego el famulo medio sonriéndose y con aire de sorna—, dos huevos al plato. 
Y se fue saboreando su triunfo lingüístico, que ostento a pocos pasos de mi con otro mozo, a quien repitió en tono burlesco las palabras del parroquiano. Aunque me había sonreído al oír aquella concordancia vizcaína, amóscame un poco la petulancia del mozo, que era italiano y ya había cometido mas de un desliz en las pocas palabras cambiadas conmigo; asi que prepare una pregunta un poco difícil, para confundirle. 
podría saberse —le dije—, si no hay obstáculo en ello, de donde es oriundo el dueño de la fonda? 
—¿Moribundo? 
—Que dice. 
—Non comprendo. 
—Digo que es vd. un botarate. 
—!Ma, se non parla mas claro! 
—¿Como quiere vd. que hable? El que no sabe hablar es vd.; y por eso hará muy bien en no reírse de los que saben menos, como ha hecho vd. ahora. 
Pague el almuerzo, y salime a la calle pensando que un escritor de chispa podría encontrar en Buenos Aires materiales para escribir el libro mas chistoso del mundo, solo con enderezar en buena salsa los disparates y las faltas lingüísticas, que se oyen a cada instante. Entonces recordé que en días anteriores, queriendo una señora francesa aconsejar A unas amigas suyas que no pasaran por cierta calle, porque encontrarían obstáculos, les dijo que iban a tener embarazos (des embarras); y que un argentino, hablando con un francés, al comunicarle que se había quedado viudo, le dijo que se había quedado buey, (beuf en vez de veuf). 
Todo esto, sin embargo, no lograba distraerme de la idea capital que perseguía, o sea los materiales para mi artículo; y ya puesto a averiguar el carácter predominante en las costumbres de la sociedad bonaerense, mirada en conjunto de puertas afuera, cavile a donde podría dirigirme para añadir nuevas pruebas a las amebas que ya tenía. Si fuese domingo iría al paseo de Palermo; pero estuve el domingo pasado: allí peor que en otras partes; no hay carácter de originalidad peculiar; impera la moda de Paris. Aunque la variedad de tipos femeninos revela en mayor escala todavía la variedad de la población bonaerense, es casi seguro que si se aparecieran de repente la concurrencia y los carruajes en el bosque de Boulogne de Paris, en el paseo de la Castellana de Madrid, o en el corso Venezia de Milan no llamarían la atención. 
Entonces —dirá alguien—, que costumbres predominan aquí? No tiene fisonomía especial Buenos Aires? Si, señor; tiene fisonomía cosmopolita, que es la que van asumiendo todas las grandes capitales. Colectivamente, aun pueden verse en algunas fiestas y solemnidades bien caracterizadas las costumbres y los hábitos tradicionales de argentinos, italianos, españoles y franceses. Se modifican, sin embargo, cada vez mas, porque individualmente no hay europeo que siga, ni pueda seguir los hábitos traídos de su país de origen, ni hay, por otra parte, argentino que no se aficione a una u otra de las inclinaciones de sus huéspedes. Mientras los italianos toman mate o se vuelven (no muchos, por supuesto) rumbosos y poco dados al ahorro, hay porteños que rabian por los tagliarini y los ravioli. Se tiende, pues, a la uniformidad por concesiones mutuas; si algún día llegara lograrse esa uniformidad, y todos los habitantes fueran argentinos, y dejaran de venir importantes núcleos de extranjeros, cosas, a la verdad, un poco difíciles o lejanas, entonces seria cuando Buenos Aires tendría un sello especial de originalidad. 
Por lo demás, visto esta que viven perfectamente, a pesar de su rote continuo, gentes tan diversas, y que aun las mismas fiestas colectivas, con que una parte considerable del conjunto quiere distinguir su modo de ser de las demás, solo contribuyen a poner de manifiesto el cosmopolitismo de la ciudad, puesto que el entusiasmo de esas fiestas pasa siempre en medio de la indiferencia de la mayoría. Es verdad que los caracteres físicos y lo que constituye el fondo moral, los sentimientos, las cualidades, los distintivos heredados del pueblo de origen no parece que tienden a mezclarse, confundirse, amoldarse tan fácilmente como las costumbres en las cuatro o cinco fracciones mas numerosas de la población de Buenos Aires; pero esto no me incumbe tratarlo ahora. 
Haciame estas reflexiones al dirigirme a casa, a donde, apenas llegado, tome la pluma y escribí lo siguiente: 
La ciudad de Buenos Aires es mas cosmopolita que cualquiera ciudad europea, sin excluir a Londres y a Paris, porque proporcionalmente encierra en su recinto mayor numero de extranjeros; quizás lo es mas también que Nueva- York y cualquiera otra ciudad de los Estados Unidos, porque si en aquellas puede haber mayor numero de europeos, hay menor variedad de tipos, razas y lenguas, por ser la inmigración mas homogénea, inglesa y alemana, mientras en la capital argentina se han aglomerado en considerables proporciones gentes de cinco nacionalidades, sin faltar por eso importantes núcleos, de otras varias. 
Si los argentinos se van a Europa por distracción o por negocios, o por ver nuevos paisajes, hacen perfectamente; pero si van para estudiar el carácter, los sentimientos y 
las costumbres y el modo de ser del pueblo bajo de cada país, podrían ahorrarse el tiempo y el dinero, pues tienen en Buenos Aires elementos sobrados para hacer ese estudio. Entreteniéndose algunas horas por las calles, lugares públicos y establecimientos de la ciudad, escudrinando, observando y fijándose en todo, podrán oír lenguas de todos los países de Europa, dialectos de todas las lenguas, ver gentes de todos los colores, ejemplares de todas las especies, variedades de todos los trajes. Podría perfeccionarse el estudio persiguiendo a una o varias familias que apenas llegan de Europa, antes de que se mezclen, confundan, transformen o corrompan, en mayor o menor dosis, sus hábitos primitivos. 

DEUDORES Y ACREEDORES 

—Déjame, déjame, que voy, les tuerzo el gaznate y los arrastro por el paseo! 
—Pero no seas bárbaro. Que" lograras? Te prenderán los vigilantes, te llevaran a la comisaría, quizás a la cárcel, y ya no cobraras nada de lo que te deben. 
—! Los muy sinvergüenza!... Mira que lujo... ¡Que sombrero ella! ! Que traje! Bien lo encuentran el dinero para lucir y pasearse en coche!... Pero para pagar los muebles que deben... A fin de mes le pagaremos, vuelva ud. hoy, vuelva vd. mañana, no tenga ud. prisa, no tenga ud. cuidado, y así van pasando los meses, y así ha pasado un año, y nunca me pagan... Y si fuesen ellos solos; pero, amigo, no puede uno trabajar por falta de fondos, mientras los demás le tienen un capital en muebles. 
Este dialogo sostenían uno de los pasados domingos en el Paseo de Palermo dos hombres ni jóvenes ni viejos, ni guapos ni feos, más bien altos que bajos, y que por su traje y por cierta pesadez y cadencia en el andar y abandono de toda la persona, revelaban al artesano que empuja, maneja, esgrime toda la semana los instrumentos del trabajo, y encorvado sabré los materiales suda, forcejea, destruye, transforma y reconstruye los elementos que la naturaleza proporciona en estado inservible para que se cumpla, por desdicha nuestra, la expiación del pecado original. 
Como no pertenezco a la clase privilegiada de los que, siquiera en domingo, pueden permitirse el lujo de ir en coche, ibame por dicho paseo como un simple mortal entre la gente de a pie, y por rara coincidencia hallabame cerca de los dos citados señores, cuando el uno de ellos empezó alborotarse y a hablar un poco más alto de lo conveniente, mientras el otro procuraba calmarle con todo el peso de su influencia, de su amistad, de su desinterés y de su sabiduríaa. El lenguaje en que se expresaban era una mezcla de italiano, de lombardo, de genoves, de español y de criollo, lleno de concordancias vizcainas, digno de figurar en una exposición de fenómenos, de ser cosa visible como lo fué perceptible; pero he creído oportuno traducirlo y darle formas un poco mas inteligibles, que no es cosa de fastidiar continuamente al lector con anotaciones, explicaciones y traducciones. No vaya a creerse que el furor de mi italiano, a no ser el auxilio del amigo, pareciera tal de hacerle perder la serenidad y el juicio, y atentar contra la felicidad de alguno de los envidiables mortales, que ostentaban en rumbosos y multiformes coches sus gallardas figuras: revelaba ser demasiado ducho para trocar su libertad y su dinero con la pequeña y fugitiva satisfacción de pronunciar algunos insultos y avergonzar en publico a quienes no estaba bien seguro si tenían vergüenza. No fue mas que un desahogo en confianza, un amago de incendio sobre el cual el acompañante, temiendo con sencillez y buena fe tomara proporciones mayores creyó oportuno echar ,por si acaso, algunos baldes de agua. 
Por mas que hiciese por averiguar de quien se trataba y mirase a donde indicaba y miraba mi hombre alborotado, era tal el número de coches que sc cruzaban,-pasaban, corrian y se mezclaban, que a punto fijo no me fue posible saber quien o quienes eran. Continué, pues, mi paseo sin preocuparme ya de este insignificante incidente, emprendiendo poco después el camino de mi casa, no sin ver antes desde lejos con alguna extrañeza, a no pocos amigos y conocidos cómodamente arrellanados en los mullidos sillones de lujosos coches, y digo con extrañeza, porque sabia de muchos de ellos, empleados y periodistas, que antes del dia 30 de cada mes ya cobraban su paga o la cobraban otros por ellos, sin faltar algunos que ya habían percibido la de tres meses adelantados. 
* * * 
El lunes que siguió al domingo a que me refiero, tenia que almorzar en casa de un amigo, y sigamos adelante que esto nada tiene de particular, ni se le importa un bledo al lector. Conviene, sin embargo, advertir que ese amigo era de los dichosos que la tarde anterior formaban en el cortejo de la gente de coche, acompañado de su cara mitad, una joven de veinte y cinco abriles, vivaracha, algo morena, de formas elegantes y desarrolladas. Conviene también tener en cuenta que estábamos en los primeros días del mes. 
Pocos minutos antes de la hora del almuerzo nos reunimos, según lo habíamos establecido de antemano, mi amigo Manuel y yo en una confitería de la calle de Artes y nos dirigimos hacia su casa, situada en la calle de Santa Fe, precisamente entre las de Artes y Cerrito. 
—Vamos por aquí —exclamo Manuel cuando Llegamos a la calle de Corrientes--; iremos a dar la vuelta por Suipacha. 
—Ha mudado ud. de casa? 
—No. 
—Pues entonces, este es el camino derecho. Por aquí vamos mas pronto. 
—No importa: todavía es temprano. Caminaremos un poco para hacer hambre; no me gusta esa calle. No guise insistir, pero sospeche que por esa calle andaría algún ingles, de esos que tienen malas pulgas, o que desengañado ya de la inutilidad de las contemplaciones y dilaciones había amenazado con acudir a otros procedimientos. 
Cuando llegamos a la calle de Santa Fe por la de Suipacha, encontramos a pocos pasos de la casa de mi amigo—a quien dirán uds?—al mismo furibundo italiano del paseo de Palermo, el cual a la verdad, sin dejar de fruncir el entrecejo y adoptar cierto aire entre amenazador y suplicante la vez, estaba al parecer bastante mas tranquilo y sosegado, puesto que nos dio los buenos días, y sin ademán alguno de impaciencia miro después fijamente en los ojos a Manuel, torció sus labios para que dibujaran una sonrisa maliciosa, que debía significar: «Ya sabe ud. a lo que vengo.» 
Grande fue la amabilidad, la dulzura, que, contra su costumbre, desplegó mi amigo: 
—Como esta ud. don Juan?—Y la familia?—como van los negocios? Pase ud. adelante. Por aquí don Juan, tome ud. asiento, vengo al instante,—Y dejandome a mi en la agradable compañía de su esposa y de otras varias simpáticas señoras, igualmente invitadas al almuerzo, volviese al escritorio a resistir, Dios sabe con que humor, las embestidas que yo supuse le había de dirigir el mueblista. 
Acosado por el sin numero de preguntas necias que se ocurren a las gentes cuando no saben de que hablar ni que decir, y no quieren, sin embargo, adoptar la prudente resoluciónn de callarse, preocupado yo en contestarlas mas neciamente todavía, entretenido en ojear los adornos y los sabrosos manjares que cubrían la espaciosa mesa, en inspeccionar con disimulo el lujoso mueblaje del comedor, y sobre todo en contemplar con aire indiferente los rostros, los Brazos, las protuberancias, los trajes de las mujeres mas hermosas que allí había, no pude, mientras tomábamos posesíon de nuestras respectivas colocaciones al rededor de la mesa, pescar una sola frase de la discusión empeñada entre don Manuel y don Juan, tanto mas que la esposa, sabedora de lo que se trataba, había tenido la precaución de cerrar la puerta de comunicación interior; pero por las palabras incoherentes, de vergüenza, mañana no paso, última y otras que llegaban distintamente hasta nosotros, por alguno que otro grito, que de vez en cuando se oía, y por cierta inquietud que notaba yo en el rostro de la misma esposa, juzgue quo se debía haber modificado bastante el estado de animo del italiano, y que quizás el recuerdo del día anterior le había hecho nuevamente perder la tranquilidad y la calma. 
Por fin apareció Manuel muy alegre y sonriente, porque la costumbre le debía haber familiarizado ya con tales escenas, y empezó el almuerzo que a la verdad fue muy suculento, sin que yo pudiera, sin embargo, con gran extrañeza mía y de los demás, hacerle todos los honores que se merecía y quo yo me había prometido, porque di en cavilar si los manjares podrían también ser fiados y si no habría peligro de que viniese a molestarnos en lo mejor algún almacenero abandonado por otro, si cometió la imprudencia de decir que ya no fiaba mas, si no se pagaba lo atrasado. 
Concluido el almuerzo, tornado el café, encendido un buen habano, felizmente agotada la conversación sobre los plausibles temas de si hacia calor, de si iba a llover, de si la política iba de mal en peor, de la carestía de los víveres, de si esta, y la otra familia— pásmese el lector, —gastaban mucho mas de lo que podían; aquilatadas las noticias del día, los meritos y defectos de todas las personas conocidas, y de los artistas quo trabajaban en los varios teatros de la capital, era la una de la tarde cuando me vi libre y solo en la calle de Santa Fe, con una hora por delante de mi para disponer de ella a mi sabor. Resolví emplearla en ir a saludar al dueño de una tienda de la calle Cangallo, a quien debía de mucho tiempo atrás una visita, y con ese propósito enfile la calle de Artes, que ya por fortuna ningún mueblista podía presentarse a obstruirme el paso y decirme alguna desvergüenza. 
Llegue a la tienda, que era de ropas, y encontré a su dueño gravemente ocupado en hojear un libro atestado de números que cerro al verme, festejándome sobremanera, como quien sabia que nada iba a pedirle, y si, en todo caso, dejarle algo. Después de otras muchas cosas, pregúntele por sus negocios, é iba a darme la contestación cuando entro una dama muy elegante, seguida de una sirvienta. Después de saludarnos, mirose en un espejo que había enfrente; sentose en una silla, respiro fuertemente, como quien descansa de una gran fatiga, abrió su bolsita, y saco una muestra de raso, preguntando a don Antonio, --debía ser parroquiana—, si tenia del mismo color. A la respuesta afirmativa del dueño, pidió algunas varas, pregunto el precio, nada regateó, volvió a abrir la bolsita y saco... una tarjeta muy elegante que indicaba sus nombres y las señas de su casa, diciendo que podría enviar por el importe el sábado. Bien es verdad que no designo cual. Recordando la escena de la mañana, no pude menos de sonreírme de esta salida; y cuando estuvo fuera la señora, después que don Antonio la hubo sentado en un libro a continuación de otras varias partidas pendientes, le pregunte si le ocurrían muchas ventas como aquella. 
—Así son la mayor parte de las que se hacen —me contestó, —y le aseguro a ud. que pasamos buenos apuros para cobrar, si es que cobramos, porque cuando se cansa uno de fiar a los que deben demasiado, van, sin pagarle a ud. a otra tienda, allí hacen un esfuerzo pagando dos o tres veces hasta que les fíen, y así sucesivamente. Crealo ud. que se necesita una paciencia... Si se usan buenos modales, si se guardan consideraciones, le tienen a uno por un infeliz, un pobre diablo, un buen hombre, y las señoras especialmente con su charla inagotable, le hacen ver blanco por negro, y casi casi parece que les debemos favores, que nos honran comprándonos, que somos deudos suyos; si perdiendo la paciencia se levanta la voz, se amenaza, dicen que se les insulta, que van a llamar el vigilante; y en fin, no se podría vivir si no hiciéramos pagar los géneros el doble de lo que valen. Y sin fiar no se vende, porque si no lo hace ud. lo hace el otro, y son muy pocos los que pagan al contado, y hasta los ricos consideran de buen tono pagar muy de tarde en tarde, cuando por casualidad se acuerdan. Ustedes los que escriben, se suelen burlar de los acreedores, poniéndonos en ridículo, diciendo que somos unos impertinentes, que desesperaríamos a Job, que no nos cansamos de volver y esperar, y molestar, y echar discursos, y amenazar; pero le aseguro que todo es poco, y que nosotros somos las victimas. 
No espeto el tendero toda esta jeremiada sin algunas preguntas, interrupciones e insinuaciones mías; pero las he omitido en obsequio a la brevedad. Hicimos rodar después la conversación sobre otros varios tópicos, y a las dos menos cuarto despedime de CI, y me dirigí hacia la calles de San Martín, en una de cuyas casas exigían mi presencia otras obligaciones. 
Pocos días después mi amigo Manuel, ofreció me su nueva casa en la calle de Belgrano, número... 
Sorprendió me grandemente la noticia, y como soy muy malicioso, creí explicarme, por una serie de suposiciones, el significado de las palabras mañana, no paso y ultima, pronunciadas el día consabido por el mueblista, interpretándolas en el sentido de que era la última vez que iba a reclamar lo suyo, y que si pasaba el día siguiente sin pagársele, se llevaría los muebles. Y el muy indino debía haber cumplido implacablemente su amenaza.. 
Bien es verdad que, según Manuel, necesitaba una casa mas grande, pues ya no sabia a donde meter los muebles que tenia. 
Ya todo esto hizome entrar en deseos de conocer mas minuciosamente la vida de mi amigo; puseme, con tal fin, en campaña y después de prolijas investigaciones saque en limpio lo que a continuación puede leerse. 
* * * 
Manuel es jefe de una oficina pública y goza un sueldo de 180 nacionales al mes. Tiene 29 anos, mediana inteligencia, un físico elegante y simpático, y es alegre, bullicioso, frívolo, generoso, un poco fatuo, prendado de si mismo, y rumboso. Uniose hace cinco años en eternos lazos con Enriqueta, una niña alegre, graciosa, bonita, altiva, gastadora, de buen tono, caprichosa, hija también de un empleado de los de primera categoría, y que por todo caudal, además de su figura atrayente, que no es poco, le trajo muchas inclinaciones románticas, muchas aficiones al lujo, a las diversiones, al canto (no obstante tener una voz capaz de hacer accapponare la pelle a un sordo, como dice De Amicis), y algunos conocimientos de música, todo lo cual no es cosa despreciable. 
Tan soberbia pareja, jóvenes de tan distinguidas prendas no podían menos de tener una casa y un servicio a la altura de su importancia y de sus numerosas relaciones, y en efecto no han pagado nunca menos de sesenta nacionales al mes por alquiler de casa, y en cuanto a servicio han tenido siempre cocinera y sirvienta, a las que últimamente agregaron un ama de cria y una niñera para atender al único niño que han puesto al mundo. De donde sacaron el dinero para hacer frente a los cuantiosos gastos que debió originarles el esplendido baile y la opípara cena que a numerosos convidados dieron el día, o mejor dicho, la noche de la boda; con que medios pudieron, además de eso, amueblar después lujosamente su casa, se explica en parte sabiendo que Manuel tiene nada menos que unos cuarenta ingleses, y que casi nada de lo que tiene en su casa es suyo, por la sencilla razón de que lo debe casi todo; pero esto, ya se comprende que no ha sido para los dos esposos motivo bastante para inducirlos a hacer economías, y que nunca les ha impedido llevar costosos trajes, pasearse los domingos en coche por Palermo, y asistir a los espectáculos del Colon y del Nacional. No es esto decir que Manuel sea aficionado a no pagar a nadie, y hacer deudas por gusto O por costumbre, de ninguna manera; paga lo que puede y reparte lo que cobra hasta donde alcanza, pues ya se entiende que a no ser así no hallaría fiadores; solo que empezó a desnivelar

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