viernes, 11 de septiembre de 2015

Recuerdos de un médico rural de René G. Favaloro



René Gerónimo Favaloro (La Plata, Argentina, 12 de julio de 1923 - Buenos Aires, Argentina, 29 de julio de 2000) fue un prestigioso médico cardiocirujano argentino, reconocido mundialmente por ser quien realizó el primer bypass cardiaco en el mundo. Estudió medicina en la Universidad de La Plata y una vez recibido, previo paso por el Hospital Policlínico, se mudó a la localidad de Jacinto Aráuz para reemplazar temporalmente al médico local, quien tenía problemas de salud.1 A su vez, leía bibliografía médica actualizada y empezó a tener interés en la cirugía torácica. A fines de la década de 1960 empezó a estudiar una técnica para utilizar la vena safena en la cirugía coronaria. A principios de la década de 1970 fundó la fundación que lleva su nombre. 


Recuerdos de un médico rural. Año de publicación: 1980 Editorial DeBolsillo 



Todo lo relatado es fruto de mis recuerdos. 
Son hechos reales, testimonio de una verdad que nos tocó vivir. 


Debo expresar mis agradecimientos a Hermenegildo Sabat por las ilustraciones realizadas con todo desinterés. A Graciela Cordero Ramírez , mi secretaria, por las largas horas de encomiable tarea dedicadas a la preparación y corrección del manuscrito. A mis amigos, Guillermo Masnatta y Ricardo Pichel, por sus consejos en la preparación final. 


A la memoria de Juan José, mi hermano con quien todo lo compartimos. 

Prologo a la segunda edición (*) 

Han trascurrido doce años desde que este libro llego a manos del público. Durante todo ese tiempo, inclusive a en estos últimos meses, he recibido innumerables cartas comentando algunos aspectos de él. Nunca pensé que estas simples memorias del momento más trascendente de mi actividad profesional tuvieran tanta repercusión. Las que más me emocionaron fueron las enviadas por los colegas y maestros de las áreas rurales. Todos coincidieron en que se vieron representados, quizá porque transitaron y transitan lo mismo caminos que me tocó recorrer. 
Ha sido para mi gratificante saber que ha servido de material de lectura en escuelas y colegios diseminados por nuestra patria. 
Como consecuencia de esta nueva edición, he vuelto a leerlo como si fuera un libro nuevo, desde su aparición en 1980.Debo confesar que lo hice con avidez y emoción. En algunos pasajes mis lágrimas enturbiaron su lectura dándole tiempo de revivir las imágenes de un pasado que termino de completar los sentimientos profundos de mi alma. 
Una vez más quisiera que se entendiese lo que señalé en la primera edición: Mi objetivo no es presentar la simple descripción de hechos anecdóticos sino, a través de ellos, mostrar las condiciones socioeconómicas del interior. Por desgracia lo manifestado en las últimas páginas sigue teniendo la misma actualidad: ´´ Sin embargo, estoy convencido de que en profundidad todo esta igual. Ranchos miserables y villas miseria se ven por doquier, pobres escuelitas rurales más destartaladas que nunca están, si se la quiere ver, con maestros que como los Guiñazu, siguen recibiendo salarios alejados a la realidad. A pesar de la abundancia de médicos carecemos de una medicina organizada. ¿Tendremos capacidad de reaccionar? ¿Seremos capaces de realizar la verdadera reconstrucción? ¿Aceptaremos, sin ambages y sin justificaciones que esta sociedad que llamamos occidental y cristiana está llegando a su fin? ¿Seremos testigos complacientes de que nuestro país también alcance los niveles de libertad desenfrenada de la sociedad de consumo donde la droga, la violencia, el abuso sexual, el crimen, el despilfarro, la destrucción de la naturaleza y la injusticia social son sus resultantes? 
Es necesario insistir una vez más que si no estamos dispuestos a comprometernos –principalmente a los universitarios—a luchar por los cambios estructurales que nuestro país y toda Latinoamérica demanda---principalmente en educación y salud—seguiremos siendo testigos de esta sociedad injusta donde parece que el tener y el poder son las aspiraciones máximas. 
¿Escucharemos alguna vez los mensajes que nos legaron con sus vidas y sus libros Sarmiento, Hernandez, Hudson, Mallea, Martinez Estrada, Agustín Álvarez, Luis Franco, Julio Irazusta ,Henriquez Ureña, ( por no citar sino algunos pocos) o seguiremos siendo testigos de la decadencia de la sociedad de consumo? 
Espero que esta segunda edición contribuya no solamente a conocer la actividad de los médicos rurales, sino también que sirva para despertarnos del letargo en que transcurren nuestros días 

René G. Favaloro 
Buenos Aires, julio de 1992 



Introducción 


En este libro trato de analizar mi actividad como médico rural en un pueblo del oeste pampeano, entre mediados de los 50 y principios del 62. A través de esta narración se podrá conocer como se ejerció y, estoy convencido, se sigue practicando la medicina en muchos lugares de nuestro país. Mi objetivo no es presentar la simple descripción de hechos anecdóticos sino, a través de los mismos, mostrar las condiciones socioeconómicas del interior. Es bien sabido—es historia repetida--- que nosotros disponemos de un país dividido en dos sectores con características y lineamientos propios que siguen teniendo primacía en la interpretación de lo que ha sido y será la Argentina. Por sobre todo deseo mostrar cómo, mediante una planificación ordenada, con decisión y tremendo esfuerzo, pudieron realizarse cambios a nivel comunitario que hoy , luego de muchos años , siguen teniendo en mí una vivencia real y cercana quizá porque representan la parte más importante de mi vida, la que ha dejado a través de profunda convivencia huellas que son imborrables en el fondo de mi alma. 
¿Qué iba a decir que el destino me transformaría en un medico rural? Debo confesar que la medicina fue mi vocación en mí desde siempre. Mi madre refiere que ya a los cuatro o cinco años manifestaba deseos de ser un medico. 
La explicación debe encontrarse en la influencia del tío doctor, hermano menor de mi padre, entonces el único miembro de la familia con educación universitaria. Mi abuelo paterno, inmigrante siciliano que llegó a estos lares a fines del siglo pasado, vivió con humildad, trabajando como zapatero, vendedor ambulante o simple puestero en el campo, sin dejar de preocuparse por la educación de sus hijos. Todos terminaron la escuela primaria y los carones tuvieron acceso a la se secundaria. Si bien trabajaban como obreros, aprendiendo oficios diferentes, concurrían durante la noche a enriquecer a sus conocimientos en la vieja escuela industrial que mi padre recuerda siempre con cariño. 
Arturo, por ser el menor, tuvo la suerte de seguir estudiando ayudado por los ingresos crecientes de la familia al contribuir sus hermanos al sustento de la misma. Quizá, por ser yo el primer sobrino varón, sentía por mi cierto afecto especial, que resaltaba cuando volvía a La Plata a visitar a sus familiares, en los pocos ratos libres de su profesión. Existía entre nosotros, sin duda, una relación más profunda. Durante mis vacaciones en la escuela primaria, pasaba algunas semanas en su casa de Avellaneda observando la intensa actividad de su consultorio y acompañándolo en las visitas a domicilio. Entonces sí tuve el convencimiento absoluto de que mi futuro estaba en la medicina. 
Tiempo después, ya en la escuela secundaria, dedicaba mi mayor esfuerzo a las ciencias biológicas sin descuidar la formación humanística, aspecto fundamental de los conocimientos impartidos en el viejo Colegio Nacional de la Universidad de La Plata. En el tercer año de Medicina, cuando, por primera vez, tuve acceso al hospital a través de la cátedra de Semiología y tomé contacto con los enfermos mi vocación de se acrecentó notablemente. Además de la obligación rutinaria de los trabajos prácticos concurría diariamente a la sala VI. Al mismo tiempo asistía a las clases que dictaba el profesor Rossi a las once en su cátedra de la sala I y los sábados por la tarde, en la sala III, me entremezclaba con los alumnos del profesor Mazzei, titular de la otra cátedra de Clínica Medica, ambos cursos de sexto año. En forma honoraria, concurría a la cátedra de Anatomía Topográfica donde profundizaba e enriquecía mis conocimientos de anatomía, realizando en cadáveres las disecciones que me permitían aumentar los conocimientos básicos para mi futura actividad quirúrgica por que , desde un principio , yo sentí ese llamado especial, que viene desde el quirófano y que es difícil de describir. De vez en cuando me escapaba a presenciar las operaciones del profesor Mainetti o del profesor Christmann , confundiéndome con los alumnos de los cursos superiores, gozando con la presión la minuciosidad, la delicadeza y el arte del acto quirúrgico. Por la tarde trataba de reproducir en el cadáver los gestos y las maniobras quirúrgicas. Alguna vez, nuestro querido Agapito—así llamábamos nosotros al encargado de la cátedra—sonreía viéndome engarzar la tijera hacía atrás en el cuarto dedo de la mano derecha, imitando al profesor Mainetti. En cuarto año, al cursar las patologías, mi participación en la vida hospitalaria fue más intensa. Sin estar obligado, concurría por las tardes para ver la evolución de los pacientes operados. Como vivía con mis padres a unas pocas cuadras al hospital, era fácil volver, penetra otra en las salas ,entonces casi silenciosas y recorrer las camas revisando y conversando con los pacientes. Después de cumplir durante un año con el servicio militar y aprobadas las dos patologías , previo concurso de oposición pase a formar parte de del internado, aspiración suprema de todo practicante, Viví en el hospital desde entonces. Teníamos nuestros propios dormitorios en el segundo piso del viejo edificio. El hospital policlínico era el eje asistencia de una amplia zona pues todavía no se había desarrollado centros médicos de importancia en las poblaciones cercana a Ensenada, Berisso , Magdalena , Gonnet , City Beel y Bransen. Además, recibíamos los casos complicados de casi la totalidad de la provincia de Buenos Aires,.La actividad era intensa. Al trabajo regular de las mañanas se agregaban las guardias donde pasábamos horas y horas trabajando sin descanso, saltando de una sala a la otra acompañando a practicantes mayores y médicos internos, era esta una formación imposible de desperdiciar; por eso, además de cumplir con mis guardias, estaba siempre atento al pedido de alguno que m por circunstancias especiales, no podía cumplir con las suyas. Con bastante frecuencia permanecía en actividad continuada durante cuarenta y ocho o setenta y dos horas entregado a mis pacientes. 
No, por ellos descuidaba mis estudios. Durante los años de enseñanza secundaria en el Colegio Nacional siempre había estado entre los estudiantes del tercio superior. Una vez en la facultad, durante mis largas caminatas por el Bosque, a veces me decía que, quizá, con un poco de esfuerzo podría constituirme en el primero de mi clase. Es difícil de explicar. Sentía la necesidad de ser el primero, sin que ello implicara arrogancia o soberbia; era una profunda necesidad espiritual que debía satisfacer a través de una entrega absoluta y en competencia leal. Escuchaba atentamente a mis maestros, estudiaba en los libros comunes de texto y además ahondaba los conocimientos a través de los tratados que hallaba en la biblioteca. 
Durante la ayudantia en la cátedra de Anatomía Topográfica y en mi posterior actividad en el hospital fui tomando conciencia del placer que sentía al compartir lo que sabía a mis compañeros, enseñando lo que en esa búsqueda sin límites encontraba en la lectura de los temas más diversos. Durante mi concurrencia a la sala V esos sentimientos se fueron profundizando al participar de las actividades de la cátedra de Clínica Quirúrgica. Al terminar mi internado y mis estudios en 1948 pensaba con absoluta seguridad que mi futuro estaba allí, en el hospital policlínico, donde podría desarrollar la actividad quirúrgica y docente siguiendo los pasos de mis maestros. 
Pero es evidente que cada uno tiene un destino que cumplir. Una serie de factores decidieron la interrupción de la carrera hospitalaria y universitaria que había planeado. 
El primero, quizás el de más valor, fue el factor político. Pertenezco a lo que se ha dado en llamar la generación del 45. Como estudiante participé de los movimientos universitarios que lucharon por mantener en nuestro país una línea democrática, de libertad y justicia, contra todo extremismo. Por ello soporte la cárcel por algunos días en dos oportunidades. La mayoría de los estudiantes de esa época éramos profundamente idealistas. No podíamos entender que la ádiva , la demagogia y el acomodo se convirtieran en un estilo de vida. Como nos dolían aquellos actos públicos donde estudiantes recibían bicicletas, motonetas y hasta automóviles como pago a su obsecuencia. Siempre recordare la visita de Eva Perón a nuestro hospital para inaugurar un pabellón. Sé realizó, como era costumbre en aquellos tiempos, un gran acto publico. Desde el segundo piso observábamos con estupor el reparto de dinero entiéndase bien, billetes de dinero, entre la gente que se agolpaba frente al palco. Cuando se terminaban, sus adlátares, desde atrás, le alcanzaban nuevos fajos de que volvia a distribuir en medio de cánticos y vítores. Es posible que la mayoría no diera trascendencia a lo que estábamos observando, pero para mi era denigrante, se rebajaban tanto los de arriba como los de abajo. No era esa, ciertamente, la manera de solucionar los problemas sociales. A la muerte de Eva Perón, nos toco vivir los días de luto obligatorio. 
En nuestras recorridas por el hospital nos encontrábamos con médicos y profesores que lo llevaban en su inmensa mayoría por obligación. El temor de perder lo obtenido a través de tantos años, era la explicación que escuchábamos con dolor. A algunos los comprendíamos, otros no. 
La terminación del internado y mi graduación coincidieron con una vacante de medico interno auxiliar, a la cual accedí con carácter interino. A los pocos meses, al decidirse mi confirmación, me llamaron desde la administración .Me explicaron, mostrándome una tarjeta, que de un lado debía llenar los espacios en blanco con mis datos personales y en el renglón final debía afirmar que aceptaba la doctrina del gobierno. Del otro lado, debía figurar el aval de algún miembro de trascendencia del partido peronista, quizás algún diputado o senador que corroborara mi declaración. Todos conocían mi manera de pensar, incluyendo el empleado que todo lo relató con vos queda y entrecortada. Le conteste que lo pensaría, pero era indudable que todo estaba muy claro en mi mente. Si yo era el destinatario del puesto , por mis clasificaciones en la Facultad, por haber sido el primero en el concurso del internado , por haber trabajado con intensidad y dedicación ¿ como era posible que para llegar al mismo tuviera que firmar algo que , a mi entender , sólo serviría para ampliar la lista de obsecuentes? . Por ese entonces esperaba con ansiedad el llamado a concurso de ayudante de diplomado de la cátedra I de Clínica Quirúrgica para proseguir la carrera docente, pero la fecha se fue prolongando y prologando y el concurso nunca se realizó. En adelante los nombramientos serian realizados directamente por el profesor, sin concurso previo. Y la cátedra ya estaba en manos del profesor peronista de turno. Advertía que mi futuro entraba en una nebulosa, pues para ascender y progresar debía comulgar con una serie de ideas y conceptos que estaba lejos de mi formación previa y de mi espíritu. 
El segundo hecho trascendente que contribuyo al cambio de mi destino fue el accidente sufrido por mi hermano al terminar el tercer año de la facultad de medicina, en ocasión de concurrir a dar el examen final de Anatomía Patológica. Olvido una carpeta imprescindible para rendirlo y un compañero, dueño de una motocicleta, se la ofreció para llevarlo a casa y volver rápidamente a la Facultad. En el viaje de regreso fueron embestidos por un microbús. Mi hermano llevó la peor parte : traumatismo de cráneo con conmoción cerebral que duro más de diez días y fractura de las dos piernas. La aparición de gangrena hizo que fuera necesaria la amputación de la izquierda. Durante tres meses permanecí a su lado , colaborando con los médicos que ocuparon su atención. Mi responsabilidad se había acrecentado. 
Yo era el hijo mayor de una familia humilde. Mi padre, ebanista más que carpintero, tenía un pequeño taller con dos o tres operarios donde el arte era mas importante que el dinero. Vivió siempre enamorado de su trabajo y su clientela tradicional iba a él, sabiendo que de cada pieza que salía de sus manos llevaba por sobre la rutina, el cariño ,el esmero , la dedicación, la honestidad con que realizaba su tarea. No tenía tiempo para pensar en el valor económico de lo que creaba por lo cual los ingresos siempre eran escasazo. Mi madre, modista contribuía al sostenimiento del hogar. Estarán siempre en mi mente las largas horas que pasaba sentada frente a la maquina de coser , que solo dejaba para enterarse a las tareas comunes a toda ama de casa. Desde muy joven había comprendido el esfuerzo que ellos realizaban para darnos sustento y educación y a partir de los diez o doce años colaboraba en las tareas del taller , en especial durante las vacaciones en que me transformaba en un obrero más. 
Así aprendí todos los secretos de la carpintería , de los cuales el que mas me gustaba era el tallado de madrea que me enseño un viejo italiano, don Davignino , todo un artista en el manejo de las gubias . Años más tarde, cuando escuchaba al profesor Chirstmann decir que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero yo pensaba que había realizado mi aprendizaje en aquel viejo taller. Y todavía me quedaba tiempo por las tarde para dedicárselo a la huerta y producir la mayoría de los vegetales que consumíamos, siguiendo las enseñanzas de mis abuelos. Pero no vaya a creerse que no me quedaba tiempo para gozar de los placeres de la juventud. Al anochecer , depuse de la tarea cumplida, salía a vagar por las calles de mi ciudad donde abundan los parques y las plazas .Siempre recordare mis largas caminatas por el bosque, el Parque Saavedra o mis escapadas , cruzando la 72 , para perderme en los baldíos. Recordaré también las primaveras de mi adolescencia inundadas de azul por jacarandaes y perfumadas por los tilos , aromos y paraísos. Tuve tiempo de corretear y robar los primeros besos furtivos entre las sombras nocheras de los amores chiquilines y conocer después a esa mujer que el hombre encuentra en su juventud, con la que transita los caminos del amor total y si siguiente hasta el tuétano por primera la vez la marca del sexo. 
Frente al acercamiento de la responsabilidad, pensaba que todo lo que yo había soñado y planificado estaba muy lejos de la realidad. Por ese entonces, llegó una carta a Jacinto Juárez escrita por mi tío ,antiguo poblador de la zona. Me explicaba que el medico ,el único medico que atendía a la población ,estaba enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento. Había buscado reemplazante infructuosamente y solicitaba que yo lo suplantara , aunque no más fuera , por dos o tres meses .Varias semanas tuve esa carta en mis bolsillos antes de decidirme . Por un lado sentía la tristeza de dejar mi viejo hospital , por el otro pensaba que quedándome en la ciudad muy pocas posibilidades tenia de poder subsistir u ayudar a mi familia. Pensé que tres pasarían muy pronto y que no perdería nada explotando las posibilidades de medio rural. El Dr. S Amelio, mi jefe en la sala XIII, donde concurrid desde hacia más de un año, trataba de disuadirme y de hacerme entender que ese o era mi camino, Siempre recordare la despedida cuando muy seriamente y mirándome a los ojos me dijo : 
--- Todos aquí te han deseado buena suerte, yo por el contrario espera que tengas mucha mala suerte – agregando—vos no naciste para ser medico rural… 
El 25 de mayo de 1950, por, pura coincidencia no más, partí en un tren del Ferrocarril General Roca . Quien iba a decir que el destino transformaría para el resto de mi vida! 
Ojala se interprete ciertamente lo que sigue. Sólo pretendo desnudar las realidades que me tocaron vivir y que a mi entender , siguen teniendo hoy la misma vigencia a lo largo y a lo ancho del país. 


II 

El Escenario 

En el atardecer del 25 mayo de 1950, en la estación constitución tomé el tren que me llevaría a Bahía Blanca, primera etapa de mi viaje hacia La Pampa. Viajaba sin camarote. Al subir busqué un asiento cercano a la ventanilla. Estaba algo fresco; llevaba puesto un saco de lanilla que hasta hacia muy poco había sido cruzado. Las manos habilidosas de mi madre lo habían renovado, transformándolo en derecho con dos botones. Una bufanda de lana, tejida como regalo de un viaje por mi novia, recubría mi cuello y mi pecho. Me acurruqué en mi asiento y, apenas recorridos los primeros kilómetros, trate de descansar después de tantas tensiones vividas en los últimos días preparatorios del viaje. Seguí confundido y las ideas iban y venían en desorden. 
Durante la noche el tren se detuvo en las diversas estaciones del centro de la provincia de Buenos Aires, todas iguales, con las mismas características, solo diferenciables por sus nombres. La madrugada llegó cuando nos aproximamos a Pringues y al levantarse el sol, en un día seminublado, apareció ante nosotros la pampa verde que en un otoño lluvioso mostraba todo su esplendor. Con bastante frecuencia la llanura se veía salpicada por los montes de las chacras y estancias. Las praderas donde pastaba el ganado se interrumpían por parcelas de tierra roturada para la siembra del invierno. El verdor no era nada más que el resultado de la fertilidad de los campos. Poco a poco al recorrer los kilómetros fue decreciendo. Podía observarse por las pasturas naturales que la riqueza del suelo se iba deteriorando para precipitarse finalmente, al llegar a Bahía Blanca, donde ya nos acercábamos a zonas semiáridas caracterizadas por el color de su suelo y la menor cantidad de cobertura , fácil de percibir en las ondulaciones donde la roca del subsuelo se asomaba. 
En Bahía Blanca trasbordábamos de tren y ascendimos al que se dirige hacia el noroeste con destino a Santa Rosa. Su recorrido es casi paralelo a la ruta 35, haciendo una comba pronunciada al acercarse a General Acha. A los pocos kilómetros el cambio del escenario es abrupto. Estábamos entrando a la pampa seca. El suelo es amarillento, a veces hasta rojizo; ya no es compacto como el de la pampa húmeda, por el contrario es liviano y arenoso. A unos treinta kilómetros de Bahía Blanca se hace ondulado con lomadas extensas y algunos vallecitos donde, muy de vez en cuando, se puede ver algún arroyuelo de cause escaso. 
La capa fértil es poco profunda, alcanza cierta importancia en los pequeños valles pero la tierra casi desaparece en las lomas dejando al desnudo la tosca blanco amarillenta. A través de los años aprendí a reconocer en profundidad la topografía del sudoeste de la provincia de Buenos Aires y La Pampa. Extensiones importantes del terreno tienen unos pocos centímetros de tierra sobre la roca. Sólo en los valles y hondadas, por acción del viento del agua, puede llegar a espesores de significación. La proximidad de la roca tiene algunas ventajas: el agua de lluvia se acumula sobre esa superficie dura permite en aprovechamiento por capilaridad en los periodos de sequía. En los campos naturales se puede observar el predominio de la paja brava es para la pampa como el cardo para la provincia de Buenos Aires. 
La lluvia, esa vez había alcanzado a regar los campos más allá de Bahía Blanca. El aire estaba limpio y el viento no levantaba nubes de polvo, como ocurría a menudo. El campo ondulado se acentuaba llegando a San German. Las toscas afloraban por todos lados y dificultaban sobremanera el transito por los caminos. Al llegar a Rondeau apareció la planicie, más notable al acercarnos a Villa Iris y, especialmente entre y Villa Iris y Arauz, fue la gran cantidad de tierra arada y los innumerables chacareros ocupados en sus tareas desde temprano. Casi todos trabajan la tierra con sus arados tirados por muchos caballos; un solo tractor rompía la monotonía. Las poblaciones estaban muy cerca. La separación entre una y otra, desde San Germán a Abramo pasando por Rondeau, Villa Iris, Jacinto Arauz, General San Martín, Bernasconi, oscila entre dos y cuatro leguas. El más importante de todos estos pueblitos por su extensión, por su comercio y por poseer la única sucursal del banco de la zona, era Villa Iris. 
Entre todos no alcanzaban a seis mil habitantes y si agregamos las zonas rurales de influencia quizá llegaran a veinte mil. Todos eran similares. A lo largo de las vías se encontraban los galpones donde se acumulaba el cereal; en los años buenos las estibas con las bolsas ordenadamente apiladas eran testigos del esfuerzo y orgullo de la comunidad. En San Martín y Jacinto Arauz se podía ver, además, bolsas de sal provenientes de las algún s cercana y algunos montones de leña. Frente a la calle principal, paralela a la estación, se encontraban los almacenes de ramos generales, las tiendas y los clásicos boliches donde los paisanos se reunían a tomar la copa y jugar a los naipes. Los palenques diseminados al orden las veredas demostraban que todavía en esas regiones el caballo, el sulky, el carro y las carretas eran medios comunes de transporte. Todas las poblaciones tenían una única plaza, el club social, la usina eléctrica, la iglesia, a veces un cine y los edificios propios para la intendencia y la comisaría. 
La mayoría de las casas eran viejas, con la clásica construcción de dos piezas al frente divididas por el zaguán, una larga galería de habitaciones y el patio delante de las mismas. La casi totalidad de los exteriores estaban sin revocar y se observaba gran cantidad de terrenos baldíos, sin cercos ni veredas. 
Jacinto Arauz tiene características propias, a la vía del ferrocarril divide al pueblo por la mitad. Este hecho es de suma trascendencia pues hay dos sectores totalmente opuestos, uno hacia el noroeste y el otro hacia el sudoeste. Por razones fundamentalmente económicas existía por aquellos años una rivalidad profunda habiendo llegado alguna vez a dirimir las rencillas por las armas. De vez en cuando, pude observar algún paisano con un plomo incrustado en alguna parte de cuerpo, como reliquia que atestiguaba el haberse jugado en algunas de aquellas patriadas caseras. La rivalidad había sido fabricada en el pasado por los caudillos de las dos comunidades. Es lógico pensar que si la municipalidad, la escuela, la plaza, la comisaría se construían de un lado, el valor económico de la tierra y el comercio resultaban superiores. Para tener una idea de los juegos de la política basta mencionar que la Iglesia Católica, respondiendo a la supremacía temporaria de cada uno de los sectores, tuvo alternadamente tres piedras fundamentales, construyéndose finalmente al sudoeste. Existen, como era lógico, dos clubes sociales: al noreste el de la Villa Mengelle, de mayor antigüedad, representativo de las familias tradicionales de la comunidad y, en el sudoeste, el de Independiente, de mas arraigo popular. 
Jacinto Arauz tenia solamente unas diez manzanas desparramadas a lo largo de las vías, con tres o cuatro cuadras a cada lado. El alcance de su desarrollo estaba representado por la usina eléctrica que solamente funcionaba hasta la medianoche; el consumo de energía era tan escaso que no justificaba el mantenimiento durante las veinticuatro horas. Solamente en circunstancias especiales –algunas fiestas familiares o reunión social o cuando algún vecino fallecía—teníamos luz durante la noche. 
Conservaba mis propios recuerdos de Jacinto Arauz porque había pasado algunas semanas de vacaciones, entre el segundo y tercer año de la escuela secundaria, con mis parientes. Tío Manolo era descendiente de un bravo español que a fines del siglo pasado se afincó, primero en las zonas cercanas a López Lecube y luego adquirió una modesta extensión de tierra en los umbrales de Arauz. 
Por aquel entonces, yo lo acompañaba casi diariamente en sus tareas habituales recorriendo los campos, revisando haciendas y sembradíos. Como buen acopiador, adquiría créales y ganado que luego enviaba a Buenos Aires. Después de tantos años no encontré muy cambiado el pueblo: alguna que otra casa nueva contrastaba con las construcciones antiguas, las calles estaban poceadas y difíciles de transitar por las ultimas lluvias, escaseaban las veredas, construidos casi todas de ladrillo. 
Jacinto Arauz es la primera población en territorio pampeano yendo por la ruta 35 y se halla aproximadamente a ciento treinta kilómetros de Bahía Blanca. Goza de una posición geográfica especial. Su ubicación en la ruta la coloca a casi igual distancia de Bahía Blanca. Goza de posición geográfica especial. Su ubicación en la ruta la coloca a casi igual distancia de Bahía Blanca y General Acha. Desde Arauz hacia el sudoeste se abren dos rutas principales. La primera se dirige a las colonias de Traicó --- Traicó Chico y Traicó Grande—y en su continuación la conecta con la Colorada chica y la Colorada grande, lagunas que proveen al país de la mayor parte de sal para el consumo y las actividades industriales. Apenas se salía del pueblo, pasando la primera curva, había un pequeño bajo pantanoso al llegar las lluvias. A unas cuatro leguas termina la planicie dividida en innumerables chacras. El camino se hacia sinuoso apareciendo los montes y la arena. Hacia la izquierda estaba el famoso arroyo de Pena, uno de los pocos que alcanzaba a mantener cierto caudal de agua durante todo el año. 
Ese era el escenario donde se desarrollaría nuestra acción. Una zona difícil, agreste, donde todo había sido conseguido con esfuerzo. Una zona donde había mucho para sufrir y poco para gozar, pero que servia para demostrar como el hombre, viviendo en comunidad y con esfuerzo y dedicación , puede desarrollarse y contribuir al engrandecimiento de la patria. 

III 
Los Habitantes 

Jacinto Arauz y su zona de influencia constituyen, sin ninguna duda, uun lugar muy particular pues sus colonias tienen orígenes definidos con características propias que tratare de describir. Comenzare con los valdenses, por ser e grupo mas importante. Pertenecen a un sector de las religiones protestantes, originario del norte de Italia. 
Siguieron las enseñanzas de Pedro Valdo, de ahí su nombre. A pesar de ese origen tienen apellidos de franceses, como ser Artus , Bertin ; Bonjou, Dalmas ,Gonnet , Grand, Long, Negrin , Rostan , Turn, etc. A fines del siglo pasado, debido a persecuciones religiosas emigraron al Uruguay y en el año 1901parte de ellos se estableció en La Pampa. Durante los primeros años debieron soportar las sequías propias de esas zonas marginales y las lluvias fueron escasas hasta 1904. Recibieron así su bautismo. Fue imposible roturar la tierra y obtener granos aunque más fuera para el sustento. La abundancia de liebres y perdices, en especial martinetas, las permitió sobrevivir. Algunos retornas al Uruguay pero la mayoría, con estoicismo, aguantó y de a poco fue dando forma a sus chacras. Enamorados de la libertad y la justicia comprendieron que allí, lejos de la civilización, en la inmensidad de la pampa había terreno propició para practicarlas. 
Son primariamente agricultores por naturaleza y por tradición; prendados de la tierra viven con un gran sentido comunitario. 
La humildad es uno de sus atributos principales .Se evidenciaba al observar su sencilla vestimenta, tanto en los hombres como en las mujeres o en la casa que habitaban construida en general por ellos mismos : una gran cocina y las habitaciones necesaria para los dormitorios, protegidos por una galería. En algunas solamente la cocina, tenía piso, generalmente de ladrillo. Unos pocos muebles, estrictamente lo indispensable, se observaban en su interior; raramente se podía ver algún objeto decorativo. A pesar de que a través de los años había progresado y mejorado su nivel económico seguían creciendo con la misma austeridad. Iban al pueblo en sus viejos autos o en sulkys, con sus vestimentas grises y calzando alpargatas. La iglesia, valdense, emplazada hacia el noroeste del pueblo, constituía la representación viva del espíritu que los animaba. Era, por sobre todas las cosas, centro de cultura donde se realizaban innumerables reuniones no sólo para revivir el Evangelio sino tamben para intercambiar opiniones sobre temas trascendentes relacionados con la comunidad. Comulgan por primera vez a los dieciocho años, después de estudiar con detención el catecismo y rendir pruebas anuales de capacitación y convicción. Los conocimientos que recibían de alguna manera complementaban los adquiridos durante la enseñanza primaria en las escuelas del Estado. 
Adquirirán gran afición a la lectura y así era dable ver, en la mayoría de sus casas rurales, gran cantidad de libros que les permitía, en cierto modo, el acceso a la cultura. Predominan en los valdenses principios definidos de solidaridad, de sentido comunitario, de respeto mutuo, de rígidos cánones éticos y morales y de gran amor a la libertad, como consecuencia de la acción desplegada por lo pastores, con la ayuda de laicos que colaboran directamente con la Iglesia y que, a través del tiempo, se transforman en verdaderos lideres de la comunidad. Es necesario resaltar que la iglesia se sostiene por contribución de todos los feligreses que aportan e acuerdo con su capacidad económica. 
El segundo grupo en importancia era el constituido por los rusoalemanes. Yo nunca pude entender con preedición su origen. Parece ser que esta denominación ---la más común, pues algunos también los llaman rusos blancos---proviene de que siendo de origen alemán, durante muchos años han permanecido en áreas territoriales de jurisdicción rusa. En realidad de rusos tiene muy poco, de alemanes lo tienen casi todo. Son altos, rubios, de piel muy blanca ojos claros. Constituyen una raza fuerte que goza de los pacerse de la buena mesa y, consecuencia, la mayoría son obesos. Como buenos alemanes les agrada la cerveza y algunos con exageración, a la llegada del verano, aseguraban su provisión en vagones del ferrocarril desde Bahía Blanca! 
Las mujeres agregan a su esplendor fisco la belleza natural enmarcada en su piel blanco rosada, sus cabellos rubios y sus ojos celestes o verdosos .La mayoría vivía en las zonas mas inhóspitas de las colonias diseminadas en La colorada, La juanita o el lote 6. En general, producían casi todo lo que consumían. Eran grandes amantes de la carne de cerdo criaban y engordaban con celo. En vez de una, efectuaban dos carneadas, la primera con la llegada de los fríos tempraneros a fines de marzo o abril y la segunda en la mitad del invierno para allá por julio o agosto Sabían preparar con esmero toda clase de facturas que ingerían, después, desde la mañana, pues era muy común que el desayuno incluyera buena cantidad de salames o chorizos secos. 
Conservaban en la propia grasa, que derretían, los huesos y los costillares que luego iban consumiendo despaciosamente durante el año. De la leche obtenían manteca y queso son exquisitos. Criaban además, gran cantidad de aves de corral, en especial patos y gansos. 
Sus casas, la mayoría construidas de adobe, eran limpias y blancas; una vez al año preparaban la cal con la que toda la familia contribuía a pintarlas. La mayoría de los pisos eran de barro y adobe; habían aprendido a entremezclar la tierra con algo de paja y estiércol que luego esparcían con cuidado. Al endurecerse se asemejaba, en cierto modo a un piso de cemento. Una o dos veces por semana con una bolsa húmeda volvían a repasarlo alisándolo y manteniendo su consistencia.. La organización de la familia es inminentemente patriarcal, el padre es el jefe indiscutido y todos le tributan respeto. Las mujeres son sumisas y están dedicadas a tareas diversas. Sin ninguna duda su trabajo era rudo, pues desde la mañana a la noche debían mantener la casa limpia , lavar y planchar, cocinar, cuidar a los niños, atender a los anímales domésticos, ocuparse de la huerta y , todavía en algún rato libre, hilar lana en la rueca para luego tejer los abrigos y calcetines para el invierno. EL mundo físico de estas mujeres en aquellos años era limitado. Salvo algunas salidas a las chacras vecinas vivían en forma permanente en su reducido hábitat. 
Excepcionalmente iban al pueblo de Jacinto Arauz y sus habitantes. 
Hablaban entre ellos el alemán; tenían poco acceso al castellano que aprendían en forma distorsionada, es especial cuando peones diversos lugares del país acudían a colaborar, en épocas de cosecha, en los mese de noviembre y diciembre la consulta expresaran sin sonrojarse: 
Estoy jodida, che doctor. 
--No caga bien. 
-- No mea bien. 
Al principio me producía cierta hilaridad pero luego me fui acostumbrando e inclusive debí aprender ciertas expresiones de su dialecto alemán ara poder comunicarnos. 
Al verlas llevar esa vida sencilla y sacrificada yo recordaba a mi abuela materna que realizaba el mismo tipo de tareas y vivía dedicada a sus hijos y a su hombre, a quien con profundo amor recibía todas las tardes en su casa limpia y ordenada, con la comida lista y una sonrisa en los labios. También ella tejía los calcetines que mi abuelo usaba durante el año. Entre las viejas matronas de las colonias alemanas, recuerdo a una en especial, que en su vejez conservaba toda su belleza enriquecida por la madurez. Su rostro ovalado daba una sensación de serenidad infinita, sus ojos celestes se destacaban por su mirada lánguida y profunda, su piel mantenía tersa y rosada con muy pocas arrugas. El pañuelo gris, anudado suavemente al cuello por debajo del mentón, le servia de marco. Había tenido veintiún hijos e innumerables nietos y todavía se la podía ver en las tardes sentada frente a la rueca hilando para el invierno. 
¡Que dirían las mujeres de hoy, especialmente aquellas conectadas con los movimientos feministas, de esas ruso-alemanas! Evidentemente alzarían sus voces de crítica y seguirían hablando de la independencia de l a mujer, de la igualdad de derechos y condenarían a los hombres responsables de semejante degradación. Cuando yo escucho a alguna ama de casa moderna—madre de uno o dos hijos que tiene la ayuda de todo el confort, con su cocina sofisticada que permite, por ejemplo, con un solo movimiento de llave para limpiar el horno sin necesidad de trabajo, con su lavarropa , secadora, triturador de residuos ,licuadora, aspiradora, encendedora y demás utensilios que la tecnología moderna le ha brindado---hablar de la tremenda tarea que desarrolla, de la esclavitud y el cansancio que experimenta , en el fondo de mi alma recuerdo a mi abuela y a todas las abuelas y madres que conocí en ese lugar de mi patria que, sin quejas y en forma primitiva quizá ,sin darse cuenta, fueron intensamente felices. Vivian esa felicidad que da una vida sana y el trabajo producía lo que podríamos llamar las alegrías comunes y sencillas de una mesa bien puesta, de un mantel limpio, de una comida apetitosa, de unas sabanas inmaculadas donde durante la noche harían el amor, de la crianza de los niños que vivían aferrados a sus madres en mundo de cariño y ternura , difícil de comprender para esta sociedad moderna donde al primer problema se los envía al sicoanalista para que resuelva lo que el hogar tan comprometido de nuestro tiempo a creado y no puede resolver. Los niños se criaban sanos y fuertes al aire y al sol en contacto con la naturaleza y si habían cometido algún tropezón o irreverencia no dejaban de recibir un buen chirlo en la zona justa o un coscorrón para llamarlos a la realidad. Una muñeca podía ser, por ejemplo, un trozo de palo recubierto por género de diversos colores. 
La mayoría de esos ruso-alemanes, pobres pero honrados, eran simples arrendatarios. En los años difíciles escaseaba el dinero que apenas alcazaba para subsistir. Ni pensar en pagarle al medico! Si al año siguiente las condiciones climáticas cambiaban y la cosecha había sido abundante, el consultorio medico era el primer lugar al que se iba para saldar deudas. Ellos, como tantos otros chacareros, , eran generosos en su agradecimiento y así los mejores regalos de la chacra llegaban a nuestra casa. Pollos, gallinas, patos, pavos, chivitos, corderos, huevos, manteca y queso eran testimonio de su gratitud. Ni que decir que en épocas de carneadas la avalancha de chorizos era interminable. En el garage habíamos colocado cañas suspendidas con alambres desde el techo donde íbamos colgando los presentes que, con frío del invierno, en pocas semanas se transformaban en fiambres exquisitos. Así mostraban su agradecimiento al medico que estaba a toda pronto para atenderlos y ayudarlos en los momentos críticos de la enfermedad. Siempre recordare la víspera de la Navidad del año 51. Salí de casa muy temprano y regrese ya entrada la noche, pues la intensa tarea no me había dado tiempo para almorzar. Mi mujer me llevó hacía el garage diciéndome:
--Ni te imaginas lo que vas a encontrar. Me he pasado casi todo el día atendiendo la puerta. 
Al llegar, en un larga mesa estaban apilados—válgame la expresión—infinidad de aves, lechones, chivitos y corderos que alcanzan para alimentar a medio pueblo. 
Nos quedamos mirando, casi sin hablar. Yo sólo pensaba, mientras algunas lágrimas escapaban de mis ojos, que por sobre lo material esa mesa representaba el agradecimiento de la comunidad a la que había dedicado mis esfuerzos. La vida simple y pura en que vivían los rusoalemanes los llenaba de bondad y para ellos casi no existía el mal. Fervorosos creyentes, --se dividían entre católicos y protestantes—a través de la fe habían sobrellevado momentos difíciles. La religión era parte importante de su formación espiritual. 
Los judíos constituían el tercer grupo importante asentado en las colonias distribuidas en las cercanías de San Martín, Bernasconi y Abramo. Originariamente instalados en el noreste de nuestro país, se habían diseminado y muchos de ellos eligieron el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y el sudoeste de la provincia de La Pampa. 
Esos judíos muy poco tenían que ver con los que nosotros vemos en las grandes ciudades dedicados fundamentalmente al comercio. En Jacinto Arauz solamente un almacén de ramos generales, una tienda y un acopiador de sal mantenían la tradición; los demás vivían afincados a la tierra como auténticos chacareros. Muchos de ellos eran morochos, de ojos y pelo negro. Sentados en su redomón se confundían con nuestros gauchos. Sus chacras, establecidas fundamentalmente al oeste de San Martín y Bernasconi, en nada se diferenciaban del resto. Respetaban y eran respetados por todos. Es indudable que el contacto con la naturaleza los había transfigurado, el sufrimiento en común los entremezclaba con el resto de la comunidad y tanto, que por ahí, alguna hija querendona rompía la tradición y se acollaraba con algún paisano de mi flor. 
Finalmente se encontraban los católicos que eran minoría, en especial, en el área rural. No obstante, en el pueblo ocupaban los puestos importantes. Con el esfuerzo común se había construido una enorme iglesia. A mí siempre me pareció desmesuradamente grande en relación a la pequeñez de Jacinto Arauz y al número de católicos que corrían. En cierta manera era inmodesta. No tenía cura permanente y cada quince o treinta días alguno, prestado generalmente desde General Acha, oficiaba misa, atendía la confesión y visitabalos hogares donde era requerida su presencia, en especial por razones de enfermedad. Varios curas católicos pasaron por la iglesia en aquellos años. El que más recuerdo es el padre Olivares, lleno de vida y energía que con su moto, único medio de transporte que disponga, recorría el pueblo y la campaña realizando su tarea evangelizadora. Durante días o semanas penetraba en el monte hacia el oeste y recorría los poblados mas distantes. Lo que mas le preocupaba era regularizar las parejas que vivían en común sin haber cumplido con el casamiento civil y religioso. A veces, la respuesta que obtenía era rápida, pero en ocasiones difícil convencer a gente que había convivido durante muchos años –algunos con hijos y nietos—de la importancia de ordenar su situación ante dios y la ley. Siempre recordare aquella mañana en que Martínez, un viejo changarin, fue a buscar con un poco de vergüenza su certificado prenupcial. Andaba redondeando los sesenta. Me explico que nunca había habido grandes problemas entre el y su mujer. Habían pasado tristezas, sufrimientos y por que no alegrías, siempre juntos, gozando de la familia que Dios les había dado. Pisando la vejez y sintiéndose un poco achacoso era el momento de arreglarlo todo.- Y así fue a parar al registro civil y después a la iglesia acompañado de sus hijos y nietos a legalizar lo que a mi entender estaba bastante legalizado por el tiempo! 
La comunidad se completaba con algunos pocos rusos, que llamábamos rusos de Rusia para diferenciarlos de los ruso -alemanes , y algunos turcos dedicados al comercio, excepto Don Jalil , chacarero como el que mas en sus tierras de Traico , a quien perteneció uno de los primeros tractores modernos llegados a la zona. Al principio lo manejaba solo él solamente y así podía ver desde la mañana temprano al anochecer arando, disqueando, rastreando o sembrando su chacra 
Lo mas trascendente de esta región a mi entender, es que todos viven mancomunados. Diferentes razas y religiones estaban unidas quizá por el tremendo esfuerzo que significaba vivir y desarrollarse en aquellos paramos. 
Jacianto Arauz era y es un ejemplo. Protestantes, judíos, católicos, vivían en común en perpetua tolerancia. Jamás –y esto es bien cierto—pude comprobar algún conflicto que tuviera su origen en problemas relacionados con la religión o procedencia. Descendiente de sicilianos, recordaba los tiempos de Federico II, allá por 1200. Palermo era la capital de la tolerancia y cristianos, latinos, grecortodoxos, germanos, normandos, sarracenos y judíos vivían en armonía, haciéndose difícil reconocerlos pues los habitantes se habían entremezclado. Frente a los desastres producidos por la intolerancia religiosa – no habría mas que citar los ejemplos de Irán, Irlanda, Israel o El Libano – se hace incomprensible que en nuestros días todavía el hombre vivía dividido por la raza, la religión, la procedencia o el color de su piel, sin entender lo que todos deberíamos haber entendido: sin tolerancia debe iniciarse en la familia y trascender en la sociedad y al país. Según mi punto de vista, es base en la educación comenzar en la niñez. 
Sin respeto por él individuo como tal, como simple ser humano, sin importar cual sea su extracción, es difícil alcanzar la convivencia. Todo sigue igual en Jacinto Arauz, que así muestra al mundo que la hermandad es posible.


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